VIAJE TRANSAHARIANO AGOSTO 2001
Salimos de Madrid el viernes 3 de agosto cinco personas en un Toyota
Hilux
de doble cabina, con todo el mogollón de gente que comenzaba o
terminaba
sus vacaciones. En Málaga nos pilló un tremendo atasco y decidimos
parar a dormir en un camping de Manilva. Al día siguiente nos
levantamos
temprano y nos dirigimos a Algeciras. Embarcamos en un ferry que nos
llevó
hasta Ceuta. Después de hacer las últimas compras, llenar el
depósito de combustible y cambiar moneda, cruzamos la frontera de
Marruecos.
Atravesando las montañas del país Jebala visitamos las
ruinas romanas de Volubilis y llegamos a Mekes.
A la mañana siguiente fuimos a Marrakech. Hacía bastante calor.
Después de montar las tiendas de campaña en un camping
que
hay a unos 10 kilómetros de Marrakech por la carretera de Casablanca,
llamamos a un taxi para que nos llevase a la plaza de Jama Fna. Le dije
al
taxista que nos recogiese a las 11 en el mismo sitio donde nos había
dejado. Cenamos y después de dar un agradable paseo fuimos al cruce
donde habíamos quedado con el taxista. De camino al camping nos dimos
cuenta de que el conductor estaba completamente borracho, como una
cuba. Nos hizo
pasar
un
mal rato, menudo mequetrefe.
La siguiente etapa nos llevó hasta Aglou Playa, una
población
costera a 15 kilómetros de Tiznit. El camping no nos gustó
y nos metimos por una pista paralela a la costa hacia en norte, por el
parque
nacional Sous Massa.
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Después de recorrer varios kilómetros, elegimos un sitio en
lo alto de un acantilado para montar nuestro campamento. Llevábamos
todo lo necesario para no depender de hoteles ni restaurantes. |
Bajamos a la playa antes de anochecer y nos dimos un
baño. La
corriente era muy fuerte. Sólo se veían pescadores
y alguna casa horadada en la pared del acantilado. Aunque recorra
habitualmente los mismos países, procuro
cambiar de
itinerario y conocer sitios nuevos por simple curiosidad.
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Al día siguiente empezamos a ver paisajes
saharianos. Unos camellos descansaban tranquilamente en la
inmesa planicie.
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La costa estaba repleta de acantilados
espectaculares.
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Al día siguiente fuimos hasta Laayoune Playa y nos
alojamos en los
bungalows Le Champignon de Foum el-Oued.
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Al día siguiente salimos hacia el sur y paramos
a descansar cerca de un barco encallado. |
Llegamos al camping Moussafir de Dakhla, que llevaba dos años en obras.
Estaba lleno de escombros, parecía haber sido bombardeado. La
próxima vez acamparé en alguna playa. La temperatura era muy
agradable, nada que ver con el calor del norte de Marruecos.
Estuvimos un par de días en Dakhla cumplimentando los
trámites
de
salida de Marruecos, descansando después de la cantidad de kilómetros
recorridos y reponiendo fuerzas en la terraza del restaurante
Samarkanda.
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Aprovechamos para visitar el extremo de la
península
donde está Dakhla y encontramos otro barco encallado. Un barco
encallado solo siempre está más encallado. |
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Fuimos en convoy hasta Guerguerat, cerca de la
frontera con Mauritania. |
Nos juntamos con unos amigos españoles, que
nos acompañarían en algunos tramos. Llevaban una furgoneta
Mercedes y un viejo Land Rover. En Nouadhibou fuimos a cenar al
restaurante
del Hogar Canario, sin duda uno de los mejores de África para comer
pescado.
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Por la tarde dimos un paseo hasta el cementerio
de barcos. |
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Para hacer el trayecto de Nouadhibou a Nouakchott contratamos
a Soufi, el guía que conocía de otros viajes. Cogimos la pista del
Parque Nacional Banc d'Arguin y vimos
este camión cisterna mauritano atascado
en la arena. Transportaba agua desde el pozo de Bou Lanouar, a unos 100
km de
Nouadhibou. Se metió en uno de esos agujeros de "arenas malas", como
dicen allí, que hay en el Parque Nacional de Banc d'Arguin. Estaban
vaciando el depósito (se ve la manguera en la foto) a unos 50 metros
del camión, formando un gran lodazal.
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Recuerdo en un viaje anterior haber visto un Peugeot (creo) hundido
hasta
el techo. No le hice ninguna foto porque me asusté tanto al verlo,
que salí pitando. No se lo que pasó finalmente con el camión.
Al subir un mes después, pasé por el mismo sitio y ya no estaba.
Los mauritanos tienen prohibido atravesar el parque nacional con
camiones. Los
extranjeros
no, algo que no acabo de entender.
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Uno de los taxis que atraviesan diariamente el Sahara,
cargado de personas y mercancía. No deja de sorprenderme la habilidad
de esos conductores para atravesar con facilidad y
soltura el desierto más duro del mundo. Me quitaría el sombrero a su
paso si no temiera pillar una insolación. |
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La furgoneta de nuestros amigos se atascaba
continuamente y
había que pararse a empujar. Las primeras veces, con alegría y buen
humor. |
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Luego el humor se tornó negro y se escucharon expresiones
como "vamos a
quemar este montón de chatarra", hasta que el agotamiento acabó con
nuestro ingenio. |
Se hacía tarde y le dijimos varias veces a Soufi, el
guía,
que queríamos parar a dormir. Estábamos empezando a agobiarnos,
no disfrutábamos del viaje. Él insistió en que
siguiéramos hasta la playa de Tafarit. Cuando después de mucho
esfuerzo llegamos, al bajarnos agotados del vehículo delante de unas
jaimas, nos informó: "dormir aquí cuesta 5000 ouguillas". Yo
había dormido en esa playa varias veces en otros viajes, y nunca nadie
me había querido cobrar. Incluso en el relato del viaje de julio del
98 hay una foto de esa misma playa antes de que plantasen
las
jaimas.
La primera idea que me vino a la cabeza fue que Soufi
había
insistido tanto en llegar a la playa a pesar de nuestro cansancio, para
que
alquilásemos las jaimas y cobrar así su comisión. Le
di las gracias por el ofrecimiento, y le dije que no queríamos dormir
en jaima, sino a cielo raso, en ese maravilloso hotel que es el Sahara,
con
plazas ilimitadas y millones de estrellas. No entendí cuando me dijo
que eso estaba prohibido. Se trataba de una discusión absurda e inútil
en pleno desierto y de noche. Les dije a los demás que subieran al
coche y nos fuimos al otro extremo de la playa.
Encontramos un buen sitio y cuando estábamos montando
nuestro campamento, se
presentó Soufi
en un vehículo acompañado de varios mauritanos, que se dirigieron
a mí de forma poco amistosa. Ya nos habían
fastidiado la noche más importante de todo el viaje, eso no tenía
remedio. La noche con la que venía soñando desde hacía
varios meses, ese momento tranquilo bajo las estrellas, a la luz de la
luna, contemplando en silencio junto a mi mujer y mis amigos los tonos
grises
del Sahara plateado, quizás en lo alto de una duna o al calor de una
hoguera. Solo quedaban dos opciones: seguir discutiendo con esos
aguafiestas o ceder, y
eso
fue lo que hicimos. Nos metimos en su húmeda y andrajosa
jaima, cenamos rápidamente y nos dormimos, esperando tener mejor suerte
en el viaje siguiente. Menuda decepción.
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Al día siguiente me levanté temprano, me subí a una roca y
cuando estaba tomando esta foto apareció Soufí
metiendo prisa. Después de la movida del día anterior no tenía ganas de
discutir, así que le dije que se largase. Nos dimos un baño
tranquilamente y continuamos el viaje solos. |
Atravesamos la zona que llaman de las tres dunas, aunque a mi me
parecen
muchas más. El coche se portó estupendamente, parecía
fabricado expresamente para cabalgar sobre las dunas. No en vano el
Toyota
Hilux es el coche más vendido en Mauritania, país de arena.
Llegamos a Nouamghar, desde donde se puede ir a
Nouakchott, a 140
kilómetros, circulando por la playa. Estuvimos toda la tarde esperando
a que bajase la marea, bañándonos, paseando, comiendo, conociendo
a los habitantes de aquel pueblo pesquero. No tuvimos ocasión de hacer
ese trayecto hasta por la noche. Y de una forma bastante incómoda,
ya que la marea había bajado lo mínimo, y la franja dura entre
el mar y la arena blanda era muy estrecha y ondulada. No podía pasar
de 50 km/hora, y tardamos casi 4 horas en llegar al camping de
Nouakchott.
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El día siguiente lo dedicamos a descansar y a visitar la
lonja, donde presenciamos la lucha de los pescadores contra el mar y
contra ellos mismos. Cada vez que salía alguno con una red llena de
peces, venía otro con la intención de arrebatársela. Las
peleas son habituales. |
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Los que llevaban las cajas con peces desde las barcas hasta
los almacenes tenían que correr, ya que en cada viaje se les abalanzaba
una nube de ladronzuelos para aligerarles su carga. La mercancía
iba sobre la cabeza, dejando siempre al menos una mano libre para
defenderse. Una dura forma de trabajar. "Hoy he transportado ciento
veinte
cajas y he propinado cuarenta tortas y quince patadas", dirán a sus
mujeres al llegar a casa. |
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Algunos chavales esperaban a que llegasen las
barcas para pillar algún pescado.
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El barco encallado seguía allí.
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Las mujeres esperaban a las barcas para recoger
el pescado y venderlo en la lonja.
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A medida que caía la tarde iban regresando todos
los pescadores.
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Los Peugeot que utilizaban para transportar el
pescado hasta el mercado de Nouakchott estaban completamente oxidados,
pero funcionaban.
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Nuestro objetivo del día siguiente era llegar a
N'dioum, en Senegal. Salimos por la mañana de Nouakchott y en cuanto
llegamos al puesto
fronterizo mauritano de Rosso vino a recibirnos el comité local,
compuesto por un funcionario que nos pidió
nuestra documentación y dinero para hacer los trámites de salida
de Mauritania, y un tipo que nos dijo que teníamos que pagarle el
doble de la tarifa normal si queríamos montar en la barcaza que
atraviesa
el río Senegal hasta la otra orilla, donde se encuentra el puesto
fronterizo senegalés.
Fui a la oficina que gestiona el barco y
hablé con el jefe, que estaba literalmente tirado en el suelo. Le
pregunté porqué me querían hacer pagar el doble del
precio oficial. Me respondió sin hacer el menor esfuerzo por levantarse
que había alquilado el trasbordador a una persona y que esa persona
podía cobrar lo que quisiese. Le dije que me parecía muy mal
que lo alquilase a la misma hora que habitualmente funciona con tarifa
normal
y me contestó que hacía lo que le daba la gana.
Solo se me ocurrieron dos alternativas, pagar lo que me
pedían o esperar
al trasbordador siguiente, que salía a las cuatro de la tarde. Varios
europeos habían preferido pagar y sus vehículos estaban montados
en el barco. Después de una tensa e infructuosa negociación
con intento de abordaje, tuvimos que desistir y esperar al barco de las
cuatro.
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Desde el transbordador fotografié el puesto
fronterizo senegalés.
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Cuando llegamos a la orilla senegalesa nos esperaba
otro comité de
recepción, dispuesto a llevar nuestra paciencia al límite con
cambios de moneda demenciales, astronómicas primas para contratar
el seguro obligatorio del vehículo, una tasa comunal sacada de la
manga, el lavado del coche que tu no has solicitado pero que también
te quieren cobrar, y para rematar la faena, el que te quiere cobrar por
NO
rayarte el coche. De esta prueba de fuego para nuestro temple unos
salimos
mejor parados que otros. Pero salimos, que era de lo que se trataba.
En Richard Toll paramos a tomar una cerveza y recuperar
fuerzas.
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Dormimos
en los bungalows del campamento de N'Dioum, después de contemplar
una hermosa puesta de sol a orillas del río Senegal. |
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Al día siguiente circulamos por una carretera
recién asfaltada visitando varios poblados de la etnia Sarakolé. |
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Hacía bastante calor y la gente descansaba a
la sombra. |
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Una mujer vino a darnos la bienvenida.
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Había sobre todo mujeres y niños.
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Los hombres estaban construyendo el
nuevo mercado.
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En Kidira hicimos los trámites de salida de Senegal, y
en Diboli los
de entrada en Mali. Se nos hizo de noche en la pista que lleva a Kayes,
y
aceleramos el paso por miedo a los bandidos.
En Kayes nos aguardaba otra sorpresa. El tren que
pensábamos tomar
para llegar a Bamako estaba parado. Un puente a mitad de camino entre
Kayes
y Bamako había caído como consecuencia de recientes lluvias
torrenciales. Lo primero que hicimos al llegar a Kayes fue buscar
alojamiento,
lo encontramos en las habitaciones del piso superior de las oficinas de
una
radio local. Esta vez el comité de recepción consistía
en una gran cantidad y variedad de insectos, que quiso acompañarnos
toda la noche. Estuvimos sopesando diferentes alternativas para llegar
a
Bamako. Sin tren, estando la pista impracticable hasta para los
vehículos
todo terreno, la única alternativa era tomar un avión.
A la mañana siguiente fuimos al aeropuerto, que
consistía en
una gran sala con un techo inclinado y solo dos paredes. Estuvimos
esperando
toda la mañana. No podíamos permanecer mucho tiempo sentados,
ya que las cucarachas se empeñaban en trepar por nuestras piernas.
Solo de acordarme siento escalofríos. Al principio saltábamos
como movidos por resortes al sentir el contacto del insecto con nuestra
piel.
Los africanos, que estaban tranquilamente sentados en filas
posteriores,
se reían de nuestros brincos. Pasaron las horas y nos fuimos
acostumbrando, hasta resolver el problema a base de zapatazos. Con cada
patada
al suelo, siempre caía del interior del pantalón alguna cucaracha.
Por fin llegó el representante de la agencia de viajes,
que nos
atendió uno por uno en un rincón. Me recordó a un cura
confesando feligreses. Nos dio como billete un papelito de colorines
donde
se leía "chemin de fer", que significa "tren" en francés y
desapareció con el dinero, dejándonos en la más absoluta
de las inquietudes. Llegaban y salían aviones, pero ninguno era el
nuestro. Hasta que al cabo de unas horas nos tocó el turno.
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Subimos a un viejo y abollado Tupolev de unas
20 plazas. |
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Se avecinaba una tormenta y a los
guipuzcoanos les entró la risa floja.
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Una vez en Bamako, cada uno nos fuimos por nuestra
cuenta. Recuperé el camión que había dejado en abril y estuve
casi
dos meses recorriendo Mali, Burkina Faso y Costa de Marfil comprando
artesanía
para mi pequeño negocio.
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En Yamoussoukro, capital administrativa de Costa de Marfil,
visité la catedral, una réplica de la basílica de San Pedro del
Vaticano. Tiene aire acondicionado, y en el interior de sus columnas
hay ascensores. Si yo hubiera dispuesto del dinero que se gastaron en
construirla, seguramente lo habría dedicado a otros fines más
importantes. |
La construcción de ese tipo de obras fastuosas hace un flaco servicio
a los misioneros que realmente hacen cosas importantes en los países
subdesarrollados, y que obtienen gran parte de sus ingresos de
donativos.
Evidentemente nadie regala su dinero a gente que lo despilfarra. Pero
la
labor de los misioneros que yo conozco en África no tiene nada que
ver con esa catedral, ni con ninguna obra fastuosa.
Una vez terminado mi trabajo envié un contenedor desde
Abidján y regresé a Bamako. Me
enteré de que ya
estaba reparado el puente roto y me fui hasta Kayes en tren. Puse a
punto
mi Toyota y empecé el viaje de regreso a España.
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Me encontré algunas pistas embarradas y zonas
inundadas. |
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Los transportes locales no tenían
reparos en meterse por cualquier
sitio. |
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En algunos momentos sentía cierto
remordimiento
pensando que lo que
para mí era una diversión, para los africanos era el suplicio de cada
temporada de lluvias. Hasta que me di cuenta de que algunos se lo
pasaban
mejor
que yo atravesando ríos con sus vehículos. |
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Para personas
endurecidas por la adversidad y acostumbradas a enfrentarse diariamente
con
los peores problemas que uno se pueda imaginar, desafiar la corriente
puede ser una simple anécdota. |
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Un alto en el camino para descansar.
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Recorrí por la playa el tramo que separa
Nouakchott de Nouamghar. La marea había bajado mucho y pude circular
bastante rápido.
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Me subí a lo alto de una duna y tomé esta
hermosa foto.
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De Nouamghar a Nouadhibou se me hizo de noche. Después de pasar sin
problemas la zona de las tres grandes dunas con las ruedas bastante
deshinchadas,
el viento comenzó a soplar fuerte y a ras de suelo. Fueron los momentos
más alucinantes de todo el viaje. Circulando campo a través
a velocidad moderada, parecía como flotar sobre una peligrosa nube
de algodón. Notaba cómo la tensión constante me
revolucionaba las neuronas y hacía brotar en mi cerebro
brillantes ideas que desgraciadamente ya se han evaporado. Una
curiosa
experiencia que me gustaría repetir y que no encuentro palabras para
describir. Quizá embrujo o hechizo, no lo se.
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En Guerguerat coincidí con el convoy de bajada y
me dieron ganas de darme la vuelta.
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Fui subiendo sin prisa, parando en los sitios
que más me
gustaban.
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En una gasolinera de Marruegos conocí
a una simpática pareja de españoles que regresaban después
de haber atravesado en solitario un par de veces el desierto con un
Citroën
dos caballos, toda una hazaña. Con mi todo terreno nuevo, me sentí
viejo, aburguesado y dominguero. Un auténtico fofo mental. Decidí
que el viaje de enero 2002 sería el más incómodo, arriesgado
y duro que hubiera hecho nunca.