Cuando embarqué en el ferry para cruzar el
Estrecho
de Gibraltar tuve la
sensación de que iba de camino a casa. |
Mi camino a casa pasaba por África, donde se
encontraba el origen de todo. |
Solo existe un único viaje transahariano
desarrollado en diferentes etapas y con largos
períodos de descanso. La única diferencia entre ellos es que mi
percepción de la realidad varía de uno a otro. La principal novedad de este viaje es que me he dado cuenta de que las cosas no son como yo pensaba. Las fotos no reflejan la realidad. No son exactamente un engaño, pero crean una realidad alternativa. Las fotos muestran evidencias que terminan eclipsando los recuerdos. Al final prevalece en la memoria solo lo que aparece en las fotos. Sensaciones como el miedo, la emoción, la curiosidad, el calor y el hambre son más importantes y sin embargo pasan a un segundo plano. Antes cuando hacía una foto cometía el error de pensar que estaba capturando algo. En realidad la cámara me estaba capturando a mí. Se estaba apropiando de mis recuerdos para modificarlos y devolvérmelos como ella quería. Quizás sea mejor así, la realidad es demasiado subjetiva. Está compuesta por multitud de sensaciones difíciles de explicar e imposibles de entender para alguien que no esté dentro de la cabeza de otra persona. Mientras los recuerdos se van difuminando, las imágenes permanecen nítidas. Los viajes sin fotos se van irrealizando y al final se pierden como lágrimas en la lluvia. Pero que nos quiten "lo bailao". |
Al día siguiente entré en una pâtisserie para
desayunar y mientras pedía un café con croissant y zumo de naranja noté
que los camareros me miraban con curiosidad. Me estaba transformando en
uno de ellos. Por lo visto el camaleón me había transmitido su
capacidad para mimetizarse con el medio. En mi caso, con las personas.
Corrí a un cibercafé para recabar información y leí que en los años 20
del siglo pasado a un norteamericano llamado Leonard Zelig le había
ocurrido lo mismo. No había antídoto y los efectos podían durar un mes. |
Al pasar por El Ouatia paré a contemplar el
petrolero Silver, que encalló el 23 de diciembre. |
Una empresa holandesa lo estaba intentando
reflotar. |
En una bonita cala cercana había una pequeña cascada. |
No estaba preparado para convertirme en un
camionero marroquí, así que circulé todo el rato por las pistas de los
acantilados. |
Recorrí cientos de kilómetros sin cruzarme con
nadie. |
En la costa hacía mucho viento y las noticias
volaban. La gente se escondía donde podía al
verme llegar
porque pensaban que el fenómeno era contagioso. |
Paré a descansar y me encontré con un pescador
que no se había percatado de mi presencia. |
Inmediatamente me senté a su lado y me puse a
pescar. Después de capturar una dorada y un sargo pensé que quizás era
hora de ver el lado positivo de la situación y busqué la
forma de sacarle provecho a mi nueva condición. |
Me despedí del pescador y decidí regresar a la
civilización para arrimarme
a algún político y llenarme los bolsillos de billetes. |
Paré en un café de Sidi Akhfenir pero me dijeron
que por allí solo había gente honrada y trabajadora. |
Mientras hablaba con dos ancianos, me creció una barba canosa y me salieron arrugas. |
Previendo la falta de abastecimiento por el
accidente del petrolero, iba llenando el depósito de la furgoneta en
todas las gasolineras que me encontraba. Los empleados me veían como a
un colega, me sonreían y no me dejaban pagar. Bien por el camaleón. |
Paré a contemplar la Sebkha Tazgha, en el parque
nacional de Khnifiss. |
En la frontera con Mauritania me fui
transformando sucesivamente en gendarme, aduanero y policía mientras me
iban abriendo las barreras. Fue extraño pero rápido. Ni me miraron el
pasaporte. |
Mi vehículo se convirtió en un camello y dormí
en mi tienda de campaña, que se había transformado en una jaima. Al día
siguiente me
crucé con un pastor equipado con prismáticos y radiocasete. Estuvimos
charlando sobre el estado de los pastos y al final de la conversación
me sugirió que me modernizase. Manda huevos. |
Un anciano me confundió con un primo lejano y me
invitó a té. |
Mi nuevo sobrino-nieto no las tenía todas
consigo y me interrogó con preguntas embarazosas para pillarme. |
El niño desconfiaba de mí y evitaba mirarme a
los ojos. |
Le conté el secreto a su hermana y se le
pusieron
los pelos de punta. |
Me daba igual que me descubrieran; no pensaba
irme de allí sin mis tres tés reglamentarios. |
Los vasos me parecieron pequeños y al final me bebí cinco. |
Mi visita estaba durando demasiado y ya no
sabían cómo echar al tío gorrón. Me agarré a un poste para ver si me
convertía en madera, pero no dio resultado. El embrujo solo funcionaba
con las personas. |
El más listo ideó un plan. |
Me trajo al benjamín y comencé a transformarme
en niño. Tuve que salir corriendo porque si continuaba menguando no
conseguiría encaramarme al camello. |
Me quedé en la etapa preadolescente. |
Me costaba guardar el equilibrio y estuve varias
veces a punto de caerme. Tuve que aprender a cabalgar de nuevo. |
Fui a la lonja de Nouakchott para ganar altura y
me convertí en un pescador. |
Resultó ser una mala idea, me tuvieron toda la
mañana empujando barcas. |
Durante un descanso dos pescadores se
interesaron por mi procedencia con la pregunta clásica: "¿y tú de quién
eres?" |
Añoré mi infancia y deseé volver a ser un niño,
pero solo había uno en toda la playa y era demasiado pequeño. No me
servía. |
No me hizo falta transformarme en mujer para sentir la angustia de la esposa de un pescador que no veía regresar a su marido. |
Probé a ser una gaviota y desde arriba presencié
la lucha de los niños por sobrevivir. |
Solo querían conseguir alimento para subsistir. |
Aterricé porque estaba un poco suelto de la
tripa y no tenía nada en contra de nadie. |
En Boutilimit me divertí como un chaval jugando
al futbolín. |
Fui a un restaurante y mientras
esperaba a que me sirvieran me transformé en un mauritano hambriento. |
Las mujeres empezaron a mirarme con buenos ojos. |
Aproveché para sacarle a la cocinera su secreto
para preparar un marolaym tan rico. |
También quise saber cómo es posible que las
mauritanas soporten que sus maridos puedan casarse al mismo tiempo con
otras dos mujeres más, pero ninguna explicación me convenció. |
Todo el mundo está de acuerdo en que un buen
padre debe proteger a su hija y procurarle lo mejor. La poligamia es
natural
para unos y una forma intolerable de dominación machista para otros. En
estas circunstancias, el
encuentro entre civilizaciones me pareció un diálogo de sordos.
Consideré muy poco probable que alguien renunciase a sus principios por
las buenas y
dudé de que alguna de las partes consiguiera convencer a la otra de que
su
sistema era mejor. |
En Aleg me invitaron a jugar y como niño sentí
que todos éramos iguales. Pero al crecer me di cuenta del abismo que
existía entre las distintas mentalidades y continué mi viaje
entristecido. Ponerme en el lugar de otro solo me sirvió para constatar
las diferencias. |
Llegué a Ekamour como pastor de vacas siguiendo
a mi rebaño. Como no tenía práctica, me llevaron donde quisieron. Di
más vueltas que una peonza. |
Al pasar delante de una jaima sus habitantes me
invitaron a comer. |
El hombre solo tenía una esposa. Me
comentó con toda naturalidad que era la única mujer que amaba. |
Continué mi viaje y en otra jaima me invitaron a
compartir un cordero. Todos los
mauritanos que me encontraba eran delgados y por mucho que comía no
engordaba. Pensándolo bien, nunca he
conocido un mauritano gordo. |
El hijo mayor estaba orgulloso de serlo. |
Bajo la atenta mirada de su esposa, el padre opinaba que casarse con varias mujeres no era obligatorio. |
Paré en un pozo para abrevar a mi rebaño. |
Me estaba ahorrando un pastón en gasoil. Los
otros pastores me felicitaron. |
En el centro de Guérou el aparcamiento era indistinguible del atasco. Todos los conductores pretendían tener preferencia y eran capaces de permanecer durante horas en el mismo sitio con tal de no ceder el paso. |
A su alrededor los vendedores de comida les abastecían para que pudieran aguantar cuanto más tiempo mejor. |
Un gendarme me mostró orgulloso un alijo de
colchones que acababa de incautar. Iban hábilmente camuflados en el
doble fondo de una furgoneta a la que dio el alto porque el conductor
se
ponía sobre dos ruedas cada vez que arrancaba y gritaba como un domador
de caballos del lejano oeste. |
En Hassi Ehl Ahmed Bechna visité a unos amigos con los que comparto la opinión de que la variedad de colores en la paleta y su acertada combinación, enriquece los cuadros. Como los buenos pintores. |
Adopté un tono intermedio. |
En Diéma me tomé un refresco en el puesto de Hama Cissé alias Koza, Président Directeur Général, el hijo del norte, el mejor vendedor de carne. La calidad marca la diferencia. Le entregué 300 Francos CFA, pero me vio pinta de africano y solo me cobró 200. Los precios fluctuaban en función del color de la piel. |
Me crucé con un grupo de nómadas que se dirigía
al norte para huir de los meses secos que se avecinaban. |
Hablamos de moda y me comentaron que ese año por
el sur se llevaban las telas indias. Me preguntaron por las tendencias
en el norte y les dije lo mismo: telas indias. Pero con marcas
internacionales como Zara, Gap o Tommy Hilfiger, y mucho más caras. |
Las mujeres Peul eran elegantes por naturaleza. |
El sol se ocultó detrás de un baobab. |
Aparecieron los chavales del pueblo. |
Aprovechamos la última luz de la tarde para
echar un partido de fútbol. |
Un agricultor venía del campo de cultivo con su
azada al hombro y me deseó buen viaje. |
Al día siguiente pasé por la gare de Bamako y me integré en una cuadrilla de porteadores. Dos hermanos comerciantes tunecinos nos llevaron por varias ciudades comprando y vendiendo mercancías. |
Acabé en Korhogó con la espalda destroza y tuve
que abandonar. Bebí un tazón de café au lait para recuperar
fuerzas. |
Me ofrecí para echar una mano con el equipaje de
otros comerciantes, pero solo conseguí que me dieran las gracias. Bien
grandes y coloreadas, pero con eso no se podía comer. |
Se había corrido la voz de que era un blandengue y las mujeres se reían de mí. |
La fortuna me daba la espalda. |
Mientras leía las ofertas de trabajo en los periódicos locales me encontré con mi amigo Moussa el artesano, que sonrió al verme. Corrí a darle la mano e inmediatamente adquirí su habilidad con la gubia. |
Al final de la tarde ya había tallado un trono
para un rey. |
Por la noche estaba agotado y sediento. Pedí
agua y me entendieron perfectamente sin necesidad de traducir. |
Al día siguiente fui al mercado para abastecerme
de vitaminas. |
En la sección de moda y complementos triunfaban las mujeres hermosas. |
Estaba tan absorto con la belleza que me rodeaba que me comí unas guindillas picantes pensando que eran pimientos rojos. Me ardió la lengua y me lloraron los ojos. |
Tuve que comer veinte barras de pan para que se
me pasara. |
Me sentaron mal y fui al curandero. Pedí la vez en la sala de espera. |
Mientras aguardaba mi turno me transformé en una
paciente y escuché todas las dolencias reales o imaginarias de las
demás, expresadas con exageración y grandes aspavientos. Cuando me tocó
el turno me dio vergüenza contar solo lo del empacho de pan porque me
pareció poca cosa, así que les expliqué la historia del camaleón.
Después de un rato de embarazoso silencio me dijeron que lo que yo
necesitaba era un milagro y me mandaron a la mezquita de Kaouara, en
dirección a Niangolokó. |
Cuando llegué no había nadie. |
Después de un rato apareció el encargado y le
conté el problema. Me dijo que esperara a la sombra de un árbol y se
fue a buscar a los sabios del pueblo. |
Mientras se sentaban a mi lado, mi camiseta
creció hasta los tobillos y mis pantalones ensancharon. Mi gorra se
convirtió en una taqiya y de mis manos surgió un tasbih, como era de
esperar. Al ver mi transformación se pusieron muy contentos porque
consideraron que el milagro ya se había producido. Nada puede hacer más
feliz a un devoto musulmán que la conversión de un infiel.
Por no aguarles la fiesta evité confesarles que en mi fuero interno
seguía creyendo en Los Ángeles de Charlie, y me despedí apresuradamente
antes de que a alguien se le ocurriese practicarme una circuncisión. |
Fui a parar a un poblado lleno de graneros. |
Me pregunté si podría moldear mi carácter
juntándome con las personas a las que me quería parecer. Un señor me
mostró su habilidad para proyectar sombras sobre la pared de un
granero. Me pareció estupendo, pero no era la cualidad que necesitaba
en ese momento. |
Una mujer aventaba grano para separarlo de la
paja. Quizás por ahí fueran los tiros. Debía aprender a diferenciar lo
esencial de lo trivial. |
Una anciana me animó a seguir comiéndome el coco. |
Una mujer tejía un traje tradicional con cauris. |
Sus hijas se estaban preparando para una
ceremonia. |
La pequeña iba a entrar a formar parte de la
agrupación de mujeres del pueblo, una asociación a la que se accede
después de practicar unos rituales ancestrales. |
Llegué a una plantación de algodón y pensé que
podría ser un buen sitio para conocer el origen de la música. |
Me uní a los trabajadores y después de una dura jornada nos reunimos junto al algodón que habíamos recogido y cantamos otra canción que me invitaba a continuar mi búsqueda. Comprendí que ese tampoco era mi hogar y me dirigí hacia el norte, de camino a casa. |
Una señora se puso
muy contenta al verme y me alegró el día. Reflexioné sobre la
influencia que cada uno puede tener sobre la felicidad de los que le
rodean y me pregunté qué marca de dentífrico utilizaría. |
Pasé por un lago y me hice pescador. Experimenté
las dificultades del
arte de la pesca con red. Debía mantener el equilibrio de pie sobre una
frágil embarcación avanzando con una pértiga mientras sostenía una red
con la otra mano. Comprendí quiénes eran los verdaderos artistas. |
Me dirigí al mercado de Bobo Dioulasso para
intentar vender mi exiguo botín, pero tenía tanta hambre que me comí
todos los peces por el camino. Buscando otra fuente de ingresos me
mimeticé rápidamente con los
costureros, fue coser y cantar. |
Por las expresiones de la gente me di cuenta de lo mal que cantaba y lo dejé. |
Me acerqué al sector revolucionario porque me
dijeron que daban alojamiento, trabajo y comida. |
Pero las habitaciones eran muy pequeñas y
estaban ocupadas. |
Los brazos de una chica se mimetizaban con su
vestido. |
Un vendedor de calzado llevaba su mercancía en
una carretilla. |
Salí del mercado y me invitaron a un té. |
Una niña surgió de la tierra y me dió un susto. |
Sus hermanos se rieron de mí. |
Pasé por la Gran Mezquita de Bobo Dioulasso.
Unos señores me enseñaron sus plantas, debían ser botánicos. |
En una calle cercana descubrí una tienda de
discos. Me alegró no ser el único que seguía escuchando discos de
vinilo. |
Un anciano me animó a que siguiera valorando
todo lo antiguo. Me contó que cuando era pequeño tenía padres y
hermanos que le querían. Se casó y fue feliz. Tuvo hijos y los cuidó.
Los hijos crecieron y abandonaron el hogar. Enviudó y perdió sus
habilidades para trabajar. Cuando me despedí de él ya no me pareció un
mendigo. |
Quise mimetizarme con los ancianos, pero me
faltó sabiduría. Me dijeron que eso solo se adquiere con la edad. |
Busqué un garito para ahogar mis penas en
alcohol. |
Me dijeron que cortase el rollo y me animaron a que viera el lado positivo de la vida. |
Salí a la calle y vi un grupo de personas delante de una casa. Estaban celebrando un bautizo y me invitaron a entrar. Acepté encantado porque tenía hambre, pero todavía no habían sacado la merienda. La fiesta estaba paralizada porque no habían decidido un nombre para la criatura. La madre discutía con sus hermanas en una habitación. Me armé de valor y para desbloquear la situación sugerí Duracell como nombre de pila, pero no valía ya que por lo visto allí bautizaban sin pila. |
Una de las invitadas se dio cuenta de que yo no
era de allí y me dijo que me tirase de la moto. Tuve que continuar
andando. |
Regresé al oficio de pescador, pero la red se me
iba hacia otros pescadores y creaba situaciones incómodas. |
Me hice pastor y traje todas las vacas que pude
para que se bebieran el agua pensando que así podría coger los peces
fácilmente, pero no dio resultado. |
Emigré a la capital en busca de una vida fácil y me hice Ouagadouguense. |
Pronto me di cuenta de que la subsistencia es
incluso más difícil en las grandes ciudades. |
Un zapatero barcelonés que había sufrido el mismo hechizo que yo se extrañó de que le hubiera reconocido. |
Regresé al campo y me hice alumno en una escuela
de balafones. |
Había personas de todas las edades. La música
une edades, razas, culturas y almas. |
Conocí a un constructor de graneros. |
Al cabo de un rato yo también lo era. |
Entre los dos acabamos rápidamente la tarea. |
Los graneros almacenaban las cosechas con las que los agricultores aseguraban la supervivencia de su numerosa prole. |
Con el algodón fabricaban tejidos que el
costurero convertía en obras de arte. |
Fui a dar una vuelta por el campo y me encontré
con
lo que parecía ser una fiesta. |
Había música, comida y bebida. |
Pronto me di cuenta de que se trataba de un
funeral. |
Presenté mis respetos a los familiares de la
anciana fallecida y mi
respeto se mantiene. |
El dolor por la muerte de un ser querido
expresado con lágrimas es universal. |
Otro grupo de balafonistas acompañaba las loas a
la difunta. |
En esta ocasión no me hizo falta mimetizarme con nadie, ya que el hechizo también entiende que la música une edades, razas, culturas y almas sin necesidad de hacer trampas. |
La anciana permanecía viva en la memoria
colectiva de sus familiares y amigos. |
Casi todos los hombres llevaban un zurrón de
cuero artesanal. |
Los asistentes al funeral dejaban ofrendas a los
pies del altar. |
Muchas mujeres habían venido andando desde muy
lejos, pero les quedaban fuerzas para bailar. |
Utilizaban la danza como medio de cohesión. |
Incluso las más ancianas estaban llenas de
vitalidad. |
Enfrentándose a la muerte valoraban más la vida.
|
Algunas mujeres se sentaban en los botes de
plástico donde llevaban la comida. |
Otras cocinaban. |
Una mujer preparaba la pasta para hacer buñuelos. |
Otra los freía. |
Un gran árbol proporcionó su sombra para aliviar el calor del medio día. |
De camino hacia Diébougou paré a comer arroz con
salsa en un restaurante. |
Me paré al borde de un lago y reflexioné sobre
el funeral que había presenciado. El agua duplicaba los esqueletos de
unos árboles y me pregunté si yo también sería el reflejo de los que me
rodeaban. |
Me crucé con unos jóvenes Lobí que estaban
llevando a
cabo rituales de iniciación para entrar a formar parte de un clan. Por
lo visto todo el mundo siente en algún momento de su vida la necesidad
de pertenecer a algún grupo. Quise mimetizarme con ellos para aprender
sus secretos, publicar un libro y ser famoso como Marcel Griaule, pero
no me aceptaron. Su magia era más fuerte que mi hechizo. Además me
dijeron que no necesitaban que el mundo conociera sus secretos, que
ellos mismos se encargarían de divulgarlos cuando lo considerasen
oportuno. Se quejaron de que detrás de la sed de conocimientos del
hombre blanco que se empeña en inmiscuirse en cuestiones que no le
atañen, se esconde un afán de dominación. El conocimiento da poder y el
hombre blanco ansía controlarlo todo. Les enseñé un par de lunares que
tengo en la espalda y les dije que yo no era del todo blanco, pero no
les convencí. Les conté lo que me había pasado en Marrakech y me dijeron que yo era la única persona en el mundo capaz de romper mis propias limitaciones: Debía empezar a ser yo mismo, otra vez esa maldita expresión incomprensible. Nadie es sí mismo, todos somos el reflejo de algo. Algunos son más esponjas que otros y son capaces de absorver todo el agua que les rodea, pero nada más. |
Cuando era pequeño leí que tanto Ortega como
Gasset coincidieron en opinar
que cada uno era sí mismo y sus circunstancias, pero nadie ni nada
podían impedir que este niño rodeado de cacerolas y obligaciones
impuestas intentara escapar de sus limitaciones y se buscara otras
circunstancias. Mi mundo se derrumbó cuando me enteré de que Ortega y
Gasset eran la misma persona. Ni siquiera ellos eran ellos mismos. |
Reuní a un grupo de niños y les pregunté si cada
uno era dueño de su propio destino. |
Su abuela me reprendió por ignorar algo tan
evidente. |