VIAJE TRANSAHARIANO ENERO 2013

Durante los viajes a veces se viven situaciones peligrosas, por eso siempre salgo de casa con el presentimiento de que algo va a ocurrir. En esta ocasión no solo tenía la intuición sino la certeza de que se estaban produciendo acontecimientos dramáticos, incluso antes de pisar suelo africano: cierre de empresas, trabajadores al paro y desahucios. Teniendo la oportunidad aunque fuera remota de esquivar todo eso, no se me pasaba por la cabeza cambiar de ocupación. Al fin y al cabo muchos profesionales tienen que afrontar riesgos diariamente: bomberos, policías, marineros, conductores que se juegan la vida en las carreteras, jueces que sufren amenazas, trabajadores de la construcción, mineros y un largo etcétera.

Salí de Segovia el 3 de enero por la noche y paré a dormir en un área de servicio. Tardé un día entero en llegar hasta Algeciras, donde me reuní con mi compañero de viaje. Dado que se llamaba Pedro y viajábamos en un troncomóvil, yo tenía que ser necesariamente Pablo Mármol.


Al día siguiente embarcamos de madrugada en un moderno ferry y aunque ya estuviera previsto que el sol iba a salir, el amanecer nos sorpredió en el Estrecho por su belleza. Pensé en todos los emigrantes e inmigrantes que tienen que salir de sus países para buscarse la vida, un fenómeno al que cada vez más españoles se ven obligados a recurrir.


Me cambiaron los bombines de los frenos en un taller de Tetuán y continuamos hasta Kénitra.


Al día siguiente llegamos a Marrakech y fuimos a dar una vuelta por el centro. Una familia comía algodón de azúcar en la plaza de la mezquita Kutubia.


Un porteador tiraba de un carro cargado con las maletas de una familia de turistas que se dirigía a su hotel. Los niños lo miraban todo con curiosidad, preparados para vivir unos días inolvidables repletos de experiencias asombrosas y nuevas sensaciones.


Subimos a una terraza para contemplar la plaza Jamaa el Fna. Al fondo una tela cubría las ruinas del café Argana que unos imbéciles destruyeron con una bomba en abril de 2011, matando a 16 inocentes.


En la plaza había puestos de frutos secos perfectamente colocados que debían montarse y desmontarse todos los días. El tendero contaba las horas que le quedaban para cerrar, cansado de que le hicieran fotos.


En Tiznit visitamos a Mohamed el barbero, que me hizo una buena escabechina por solo 10 dirham. Por ese precio y teniendo en cuenta que no modifica facciones ni amputa miembros, no merece la pena reclamar. Además la sangre no llegó al río, ya que Tiznit no tiene río.

Cenamos en un estupendo restaurante de Guelmim y acampamos en medio de un hermoso valle, no se podía pedir más. Y aunque lo hubiéramos pedido, nadie nos lo habría dado.


Al día siguiente subimos a una loma para contemplar las dunas del Oued Chbika.


Luego nos internamos en el Parque Nacional Khnifiss. Nuestro camión era un caballo de madera de un carrusel gigante que nos mecía entre nubes y dunas. Otras veces me parecía un pozo sin fondo. Cuando lo venda lo echaré de menos. De momento echo de menos todo el dinero que me he gastado en él.


Las estrías surgían de la duna, serpenteaban por todo el desierto y...


... llegaban hasta Casamar, en Tarfaya.


Aprovechando que la marea estaba baja, un joven pescador recogía pulpos entre las piedras y los metía en un saco. Espero que se llevaran bien ahí dentro, una pelea de pulpos dentro de un saco tiene que ser la leche.


Dos colegas se disponían a contemplar la puesta de sol a través de un boquete abierto entre las ruinas de Casamar.


El Assalama seguía encallado al sur de Tarfaya. Herido de muerte, nadie había venido a rescatarlo. Sus pasajeros lo perdieron todo.

Hice esta foto con una cámara analógica para ver las diferencias con la digital.


Si nadie lo remedia, el Assalama acabará desguazado y vendido como chatarra. Acampamos en una hondonada antes de llegar a Laayoune.

Al día siguiente continuamos parando en los sitios que más nos gustaron.

Por la tarde llegamos a Lacraa y fuimos a dar un paseo por la playa.

En un poblado de pescadores conocí a Mohamed. Me invitó a tomar té en su casa. Quise corresponderle con algún regalo, pero mi camión estaba lejos y solo pude ofrecerle un poco de dinero. Lo rechazó amablemente, ya que en ese pueblo no había ningún sitio para gastarlo. El dinero no le importaba y tenía todo lo necesario para vivir, por lo que a pesar de las apariencias pensé que no era pobre.

También me invitó a ver la puesta de sol más bonita del mundo desde la puerta de su casa. Le hice esta foto y me pidió que se la llevase en el siguiente viaje.


Espero tener la oportunidad de volver a este sitio lo antes posible.


Al ir hacia el camión hice esta foto del mar flotando entre las rocas y pensé que Mohamed estaba donde quería estar.

Si le hubieran sacado de allí y le hubieran puesto en cualquier otro sitio del planeta, habría hecho todo lo posible para regresar.

¿Dónde está la felicidad? ¿En la opulencia? ¿En una playa desierta? ¿En algún recuerdo?

¿En acercarse al límite para experimentar el vértigo de sentirse vivo?

Definitivamente, Mohamed no era pobre. Y cuanto más lo pienso, más rico me parece y mejor me hace sentir.


A la altura del Golfo de Cintra empezamos a ver langostas. Primero cientos, luego miles y más tarde millones. Era una plaga, como la de la Biblia u otra menos famosa que tuvo lugar en 2006. El verano anterior había llovido mucho y las langostas se habían reproducido a ritmo exponencial. Pudimos ver que para sobrevivir se comían unas a otras, por lo que no cabe esperar nada bueno de semejantes insectos. La falta de seguridad en el norte de Malí provocada por la invasión de los barbudos ha impedido a la FAO luchar convenientemente contra este problema que destruye cosechas y provoca hambre. Yo hice lo que pude cargándome unas cuantas con mi parabrisas.


Un pescador había dejado sus huellas solitarias en la playa de la soga.

También se llamaba Mohamed. Su cuerpo y su caña de pescar formaban una X con la que señalaba el lugar exacto en el que se encontraba a gusto.

Antes de llegar a Bir Gandouz paramos en una playa donde crecía un diminuto bosque de plantas amarillas y nos dimos un baño para celebrar que llevábamos sin ducharnos desde el camping de Marrakech.

En la frontera de Mauritania se produjo un malentendido con el vendedor de seguros. El pobre hombre entendió que podía cobrarme el doble de la tarifa habitual por el seguro de mi camión, así que al final no cobró nada.


Contraté el seguro en el Hotel El Ezze Raha de Bir Gandouz, que en ese momento acogía una convención de aficionados a gastárselo todo en un Mercedes.


Paramos en un control de la Gendarmería cerca de Chami y dormimos bajo las estrellas. Se veían perfectamente porque no había luna, ni nubes, ni humedad, ni contaminación lumínica.

Al día siguiente el sol salió detrás de un rebaño de camellos. En enero los días son más cortos; anochece pronto y amanece tarde.

Conocimos a este pastor en el Parque Nacional Banc D'Arguin. Hablaba francés perfectamente.

Siempre me ha llamado la atención que los nómadas mauritanos tengan una cultura tan vasta. Algunos de ellos son descendientes de los Almorávides, que durante el siglo XI comenzaron su andadura en las cercanas islas de Tidra o Arguin. Me pregunto si en esa época el Sahara era tan inhóspito como ahora, o si quedaban vestigios del antiguo vergel que empezó a desaparecer hace 6.000 años.

Los Almorávides unificaron y consolidaron el Islam desde el Sahel hasta la Península Ibérica. Fueron sucedidos por los Almohades, que habrían continuado hacia el norte si no les hubieran parado los pies. En esa época un combatiente que luchase por un ideal tenía mayor capacidad destructiva. Actualmente tienen ventaja los que cuentan con una tecnología más avanzada.

Las personas que interpretan la historia desde el materialismo consideran que la lucha de clases y la codicia son las principales motivaciones del ser humano. Por eso les cuesta trabajo comprender que haya personas capaces de matar y morir por imponer su utopía, y se inventan teorías conspiratorias que dan sentido a los acontecimientos.

Pero se da la paradoja de que incluso los más materialistas también necesitan creer en algo metafísico, por eso acaban transformando sus ideas políticas en una religión. Crean dogmas y tienen sus propios santos, como Sankara. Cualquiera que se atreva a contradecirles es un hereje.


Llegamos a Nouakchott y visitamos el mercado.


Luego fuimos a la lonja para ver el regreso de los barcos. Los únicos que trabajaban tenían la piel oscura.

Un perro dormía a la sombra de un carro.

Unos pescadores aparcaban su patera.

Otros recogían el fruto de su trabajo.


Regresaban de la faena calados hasta los huesos. Una vida dura.

El albergue Sahara estaba lleno. Había franceses, alemanes, italianos, belgas y muchos húngaros. Ningún español. En nuestro país cada vez hay menos afición por África. Los españoles de hoy en día somos muy diferentes a nuestros antepasados de hace 500 años. Quizás no sea necesario.

Buscamos alojamiento pero no encontramos nada que nos gustase, así que acampamos a las afueras de la ciudad cerca de un control de la gendarmería.

Al día siguiente fuimos a la embajada de Malí y solicitamos los visados. Nos dijeron que tuviéramos cuidado porque los yihadistas avanzaban hacia Bamako.


Tomamos la Ruta de la Esperanza y paramos a comer en un restaurante de Boutilimit. La cocinera llevaba guantes y el pelo cubierto, cumpliendo las normas de higiene.

Paramos a descansar en un bonito poblado entre dunas. El sitio era espectacular.


Dormimos en el puesto de control de la gendarmería en Magta Lahjar y al día siguiente comimos pollo con patatas en el restaurante Tuuri Kombo de Kiffa. La cocinera y sus dos hijos nos atendieron estupendamente, como siempre. La gente maja siempre alegra la vida a los demás.

En Noviembre habían secuestrado a un francés en Diéma, así que decidimos evitar las rutas principales y tiramos directamente hacia Kayes con la intención de llegar a Bamako por la pista de Kita. A la salida de Kiffa hacia el sur paramos en un control de la gendarmería y nos pidieron que lleváramos a un pasajero de su confianza.


La pista tenía mucha arena y el camión se atascó, pero salió con ayuda de las planchas después de montar la transmisión delantera. Mohamed nos guió estupendamente hasta Kankossa. Era un Maure de pura raza y no me costó ningún trabajo imaginármelo a lomos de un camello vestido con su túnica y la espada desenvainada arremetiendo contra los infieles. Supongo que él haría lo mismo conmigo disfrazado de cruzado. Afortunadamente los tiempos han cambiado.

En Kankossa nos enteramos de que los yihadistas ya estaban en Diabali, a 60 km de Niono. El jefe de la gendarmería nos enseñó un impreso que le habían ordenado repartir entre los viajeros que pasábamos por allí. Era una especie de reconocimiento de que habíamos sido informados del peligro y que asumíamos nuestra responsabilidad si cruzábamos la frontera. No pusimos ninguna objeción a firmar lo que hiciera falta. Yo nunca he eludido mi responsabilidad y no pretendo que nadie cargue con las consecuencias de mis actos. Hace años dejé por escrito que si me secuestran, no quiero que nadie pague nada. Eso no quita para que si otro español sufre un secuestro, cuente con todo mi apoyo y solidaridad. Los españoles que se agarran a cualquier excusa para no apoyar a sus compatriotas que han sido secuestrados por los yihadistas, siempre han sido definidos con dos palabras: traidores y cobardes.

He realizado varios viajes por África y sé que a veces ocurren cosas. El 26 de marzo de 1991 me pilló el derrocamiento de Moussa Traoré en Bamako. En julio de ese mismo año, las revueltas Tuareg en el norte de Malí. En octubre de 1993, el establecimiento de los "afganos" en el Sahel. En septiembre de 2002, el inicio de la guerra civil en Costa de Marfil. En agosto de 2005, un golpe de estado en Mauritania. En enero de 2008, la intensificación de los llamamientos a la guerra santa en el Magreb. En noviembre de 2010, las revueltas saharauis en Laayoune. En casi todos los casos me las he arreglado por mis propios medios. Solo fui repatriado una vez desde Argelia después de sufrir un asalto, y devolví el dinero.

Al final el jefe de la gendarmería debió pensar que ese papelito no era necesario y decidió que dos agentes nos acompañasen hasta Hamoud, donde se encontraba el último destacamento mauritano antes de entrar en Malí.

Llegamos a Hamoud sin problemas. El pueblo estaba lleno de jóvenes y niños.

Los había sobre todo por las calles, pero también encima de las piedras. Pedro repartió balones de fútbol y se pusieron muy contentos.


Salimos hacia el sur y me atasqué en un río seco. La arena de la orilla era muy blanda y no había forma de subir la pendiente. Afortunadamente al otro lado había un árbol y pudimos enganchar el tráctel. En época de lluvias debe ser muy difícil pasar por aquí.

Entre Nagara y Hamdalaye paramos a fotografiar un pequeño baobab. En Aourou hicimos los trámites de entrada en Malí y se nos subieron otros dos gendarmes que nos escoltaron hasta Kayes.

La pista de Kiffa a Kayes resultó ser la más dura que había hecho en mi vida. Las prisas y el estrés por las noticias sobre la guerra me impidieron disfrutarla. Me gustaría volver para hacerla más tranquilamente cuando las cosas se calmen. De todas formas fue una aventura sensacional, el plato fuerte del viaje.


Llegamos a Kayes y nos alojamos en la Radio Rurale de Kayes. Es raro que una emisora alquile habitaciones, pero estando tan limpias como estaban, no merecía la pena cuestionarse nada.

De camino a la aduana para solicitar el Laissez Passer Touristique, hinchamos las ruedas del camión. Para atravesar zonas de arena las había tenido que bajar a dos kilos.


El capitán de la gendarmería Salif Keita nos llamó a su despacho y nos dijo que por nuestra seguridad debíamos viajar hasta Bamako con dos agentes. Arouma y Moussa nos acompañaron hasta Bamako haciendo escala en Diéma, así que nuestro plan de ir por Kita se fue al garete.

En Bamako la gente estaba inquieta. Si los yihadistas cruzaban el río Níger era muy probable que llegasen hasta la capital, donde les saldrían simpatizantes hasta desde debajo de las piedras. Podrían hacerse con el poder y provocar una guerra civil. Afortunadamente Francia envió su ejército, que les paró los pies en el puente de Markalá.

Habían cerrado las fronteras terrestres, así que decidimos regresar a España en avión y continuar el viaje cuando la situación se calmase.


Fuimos a visitar a los salesianos españoles del Centro Père Michel, que no se planteaban la posibilidad de marcharse. Después de muchos años de trabajo silencioso y constante, habían creado una isla de paz y tranquilidad que no estaban dispuestos a abandonar. La vida allí transcurría en aparente calma.

El padre Guillermo leía atentamente las noticias. Me entristeció enterarme de que el padre Emilio Escudero de Sikasso había fallecido recientemente.


Antes de tomar el vuelo fuimos a dar un paseo hasta el hotel Mandé.


Contemplamos la última puesta de sol africana. A veces los planes no se cumplen como teníamos previsto, pero el sol nunca falla. Anochece, que no es poco.


Levantarse y seguir adelante, luchar con entereza, resistir pacientemente, aguantar los embates del destino, encontrar una salida, buscar una solución, desafiar la derrota, sufrir en silencio y sobrevivir, eso es lo que hacen los africanos sin esperar en vano a que el Estado les resuelva todos sus problemas y sin renunciar a sus raíces.

Lo mejor de esta experiencia inolvidable ha sido mi compañero de viaje Pedro, un tipo excepcional. Hasta luego amigo, volveremos a encontrarnos con buena música a la luz de las estrellas.



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