El prólogo del viaje consistió en una concienzuda preparación en la que abordé meticulosamente todos los aspectos de la gran aventura que me había propuesto emprender.
En primer lugar reuní mis mapas y me dediqué a estudiarlos.
La planificación del itinerario y de rutas alternativas me obligó a convivir con ellos durante semanas. Puede decirse que vivía rodeado de mapas. |
Una vez elegida la ruta, consideré de vital importancia una
adecuada adaptación al clima africano, acompañado de expertas asesoras.
Aproveché para hacer acopio de frío que me permitiera soportar mejor las cálidas temperaturas del África negra. |
Dediqué muchos esfuerzos al acondicionamiento del vehículo
elegido para la travesía.
No me resultó fácil encontrar personal especializado de reducido tamaño para la limpieza de los rincones más recónditos del camión. Siempre bajo mi atenta supervisión. |
Dicho personal se ocupó también de pilotar el camión por los terrenos más difíciles para comprobar su robustez, y poder afrontar con garantías las duras etapas africanas. |
Como ya me ocurriese en agosto de 2004, durante una
inspección rutinaria descubrí dentro del baúl de la comida a dos
polizones que querían venirse conmigo a África por la cara.
Me costó trabajo convencerles de que no podían acompañarme, ya que debían continuar con sus actividades escolares y en la guardería una vez finalizadas sus vacaciones navideñas. |
Como trágico contrapunto a esta alegre preparación, el 24 de diciembre tres miembros de Al-Qaeda mataron en Mauritania a 4 franceses mientras desayunaban.
Al leer la noticia sentí miedo y pensé en aplazar el viaje, pero también sentí repulsión hacia los miserables que había perpetrado ese crimen y finalmente decidí que ningún cobarde asesino me impediría seguir viajando libremente por un país cuyos habitantes siempre me habían acogido con respeto y cariño. Durante todo el viaje no pude dejar de pensar en las víctimas.
No me sorprendió demasiado la consecuente anulación del rally Dakar, sino más bien al contrario. Siempre me había admirado que pudiera seguir celebrándose año tras año sin demasiados percances por una de las zonas más impredecibles del planeta, donde en cualquier momento a cualquiera puede pasarle cualquier cosa. África tiene infinidad de atractivos, pero también peligros que pueden surgir de donde menos te lo esperes.
Salí de Segovia el 3 de enero con una cámara nueva, dispuesto a tomar fotos que no fueran un simple reflejo de la realidad, sino que tuviesen alma propia. Quería fotos que me cautivasen y me incitasen a reflexionar. Que pudiera estar mirándolas durante horas, que se me grabasen en el subconsciente y que me acompañasen siempre. Y creo que lo he conseguido con algunas.
Después de 20 años recorriendo parte de África, estoy empezando a descubrir sus inmensas facetas. De la misma forma que una guitarra solo tiene seis cuerdas pero millones de combinaciones, África solo tiene personas, animales, plantas, objetos, edificios y paisajes, pero infinitos puntos de vista.
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Llegué a Algeciras al día siguiente por la noche y aparqué en el puerto. En el viaje anterior me robaron la cámara junto con todas las fotos que había tomado en el puerto de Ceuta a solo dos días de regresar a casa. Esta vez no estaba dispuesto a que me ocurriese lo mismo, así que procuré separame lo menos posible del camión. Quedé con Enrique, uno de los viajeros, y fuimos a cenar al restaurante Montes. |
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Al día siguiente aparecieron otros dos viajeros y cruzamos el estrecho. Tomé esta foto desde las entrañas del barco, poco antes de que atracase en el puerto de Ceuta. |
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Entramos en Marruecos y paramos a comer en uno de los restaurantes de El-Fendek. Tenían sus propias carnicerías y cortaban la carne justo antes de cocinarla. Dormimos en el camping de Kénitra, donde se nos unió otro viajero. |
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La siguiente etapa nos llevó hasta El Jadida. Ante el avance del asfalto, las flores habían encontrado refugio en el tejado de un parking. Allí nadie las molestaba. |
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Visitamos La Cisterna, una construcción portuguesa del siglo XVI. Se utilizaba para almacenar el agua que permitía a sus ocupantes mitigar la sed durante el asedio del enemigo. Las nubes del cielo se aliaron conmigo durante un rato para que entrase la mejor luz posible. |
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Dimos un paseo por las calles donde Orson Wells rodó algunas escenas de "Otelo". Encontré la fachada de una antigua iglesia española consagrada a San Antonio de Padua. |
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Luego subí a las murallas y sorprendí a esta gaviota acariciando el viento. Me gustó la forma aerodinámica de sus alas y la elegante posición de sus patas. La ventana de una lonja me sirvió para encuadrar el pico. |
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Al día siguiente el parabrisas se rompió en mil pedazos. Lo llevé a un taller de Safi pero me dijeron que en Marruecos ese tipo de cristales solo se hacían de encargo y tardarían un mes en fabricarlo. Les dije que pusieran un plástico duro especial para automoción, que aguantó durante todo el viaje hasta mi regreso a España. |
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Essaouira es una auténtica perla. No es de extrañar que los portugueses se tomasen tantas molestias en protegerla con grandes murallas. Las gaviotas bailaban a su alrededor y accedieron amablemente a posar durante un instante. |
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Unos pájaros desayunaban en una tienda de comestibles ante la resignada mirada de su dueño. Habían elegido el grano más fino. |
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Continuamos hacia el sur y en una parada vi a una mujer montada en burro, algo habitual en España hasta hace bien poco. Ahora practicamos la equitación, pero no es lo mismo. |
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Dormimos en el parque natural de Sous Massa. Al día siguiente esta piedra agujereada me llamó la atención. |
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Llegamos a Tiznit, donde se nos unieron otros dos viajeros. En el mercado contemplé un puesto de mandarinas y naranjas. Aunque se parecían, no había dos iguales. |
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Dormimos en la desembocadura del Oued Chebika. El día siguiente amaneció nublado. Estuve un buen rato esperando a que el sol se filtrase entre las nubes para iluminar el centro de las dunas, que parecían flotar sobre el agua como si fueran un iceberg. La calma que inspiraban contrastaba con el dinamismo que provocaban las huellas al seguirlas con la vista. |
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Presencié la lucha titánica entre el mar y la costa, que poco a poco se iba desgastando ante las embestidas de las olas. |
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Las figuras de unos pescadores me ayudaron apreciar las enormes dimensiones del acantilado. |
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La sebkha Tazra era tan inmensa que solo pude captar algunos montones de sal. Al fondo la marea alta había dejado una fina capa de agua. |
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Paramos a comer en Tarfaya, donde todavía se conservan las ruinas de Casamar, un enclave comercial que los británicos construyeron en el siglo XIX. Actualmente su utilidad no es mayor que la de su reflejo en la playa. |
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A la salida de Laayoune paramos en uno de mis lugares favoritos en el mundo, el río místico de Saquia el Hamra. Las dunas aprovechaban los últimos rayos del sol para broncearse. |
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Después de Boujdour di un agradable paseo por la playa y descubrí estas plantas que crecían en la arena. |
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También vi los surcos que las ruedas de algunos vehículos habían dibujado sobre la arena de la playa. |
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Desde lo alto del acantilado se divisaba a lo lejos un barco encallado. |
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Dormimos en la playa de un poblado de pescadores abandonado, a los pies de un acantilado. |
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Di un agradable paseo por la playa mientras disfrutaba de una hermosa puesta de sol. |
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Antes del amanecer subí a un promontorio para ver cómo cambiaban los colores del paisaje a medida que iba saliendo el sol. |
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El poblado se encontraba abandonado, sus casas deshabitadas y las calles vacías. |
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Continuamos hacia el sur y paramos a descansar en lo alto de otro acantilado, cuyas paredes se perdían en el horizonte. |
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Unos pescadores habían colgado esta soga para bajar a la playa. |
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A pesar de que ya me había acompañado en agosto de 2005, Enrique fue el gran descubrimiento de este viaje. Supo estar a mi lado cuando más falta me hacía y respondió como un auténtico caballero en los momentos difíciles. Es una de esas personas por las cuales cualquiera que le conozca estaría dispuesto a entregar su vida. La esperanza de conocer otros viajeros como Enrique es lo único que me impulsa a aceptar la compañía de otras personas en los viajes. Solo tiene un inconveniente, que no es una rubia despampanante. Pero como decía el de "Con faldas y a lo loco", nadie es perfecto. |
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Las marismas que hay cerca de la entrada a Dakhla aportaban colorido al impresionante paisaje. |
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Comimos en un restaurante de El Argoub donde se podía elegir entre lo tomas o lo dejas. Algunos hicimos lo primero y otros lo segundo. |
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Llegamos a la playa de la soga justo a tiempo para contemplar la puesta de sol. |
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Estoy seguro de que existen sitios mucho mejores, pero yo éste no lo cambiaría ni por todo el oro del mundo. |
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Ya en el viaje anterior había tomado imágenes similares, por eso me entristecí tanto cuando me las robaron. |
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A la mañana siguiente el mar estaba en calma y las olas no podía llegar hasta el acantilado. Se conformaba con acariciar suavemente la playa. |
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El desierto del Sahara es una de las zonas más inhóspitas del planeta, donde se supone que los seres humanos debemos ser más solidarios unos con otros. Pero solo se supone, a tenor de este cartel. Me llamó la atención el contraste entre el estupendo diseño de la calavera y el horror de lo que representaba. |
Cruzamos la frontera de Mauritania y llegamos a Nouadhibou, donde había quedado con otros tres viajeros que finalmente no aparecieron.
Cenamos en el Hogar Canario, un sitio a evitar por las amenazas de los terroristas, según opiniones que he tenido ocasión de leer en algunos foros de viajes. Pero para mí el Hogar Canario no es solo el mejor restaurante de todo el viaje, sino también un hogar.
De vez en cuando es bueno reflexionar sobre el lugar que ocupamos en el mundo como miembros de una comunidad y no solo como meros individuos con intereses personales. Aquellos que ahora se empeñan en eliminar a franceses y españoles del Magreb, son los mismo que aspiran a recuperar Andalucía, Ceuta y Melilla. Cada uno es libre de decidir hasta qué punto está dispuesto a ceder.
De todas formas, incluso atendiendo únicamente a mis intereses personales, confieso que me costaría mucho renunciar a la excelente cocina del Hogar Canario estando en Nouadhibou.
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Al día siguiente visitamos Cabo Blanco, que gracias al reflejo del sol estaba más blanco que nunca. |
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Allí seguía dormitando el barco que encalló en agosto de 2003 y que ha llegado a formar parte del paisaje. |
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Cuando encalló estaba en buen estado y hay proyectos para reflotarlo. |
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Pero yo cada vez lo veo más a gusto en su playa y no creo que tenga la menor intención de surcar nuevamente los mares y batirse contra las olas. Tiene suerte de no ser humano, porque en ese caso seguramente alguien ya le habría diagnosticado cualquier enfermedad mental y estaría encerrado en un manicomio. |
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Las olas habían hipnotizado a una bandada de gaviotas, que no podían dejar de contemplarlas. De vez en cuando levantaban el vuelo intentando en vano librarse del encantamiento, pero siempre terminaban regresando al mismo sitio. No puedo reprocharles nada porque es lo mismo que me pasa con África. |
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Me gustó el contraste entre el cálido plumaje de esta gaviota y el frío azul del cielo. |
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Una pickup transportando colchones. Aunque en Mauritania el combustible sea más barato que en España, los salarios son menores y hay que aprovechar cada viaje al máximo. |
Salimos hacia el sur y durante un descanso fotografié esta acacia, mi árbol favorito. Parece frágil y delicada, pero es fuerte y resistente. Atrae más la atención en un paisaje árido que otros árboles más frondosos en zonas boscosas. Sus raíces ocupan bajo la superficie una gran extensión y sus espinas únicamente hacen daño a quien intenta perjudicarla. |
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Acampamos a la entrada del Parque Nacional Banc d'Arguin. Al amanecer me alejé hasta el silencio absoluto para escuchar los latidos de mi propio corazón, al que no oía desde la última vez que estuve en ese mismo sitio en septiembre. |
Pensé que en ese momento alguien estaría disfrutando de una hermosa puesta de sol en la Polinesia Francesa, y recordé las palabras del pintor galo Paul Gauguin: "Allá, en el silencio de las bellas noches tropicales, podré escuchar la dulce música que susurran los movimientos de mi corazón".
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Llegamos a Arkeiss, otro de mis lugares favoritos en el mundo. Estaba nublado y soplaba un fuerte viento. Nos acomodamos en una jaima y me dispuse a abrir una botella de vino tinto para celebrar lo bien que iba el viaje. |
Como suele ocurrir en estos casos y en aplicación de la inexorable Ley de Murphy, inmediatamente apareció un funcionario para decirme que, según el nuevo reglamento del Parque Nacional redactado por la Cooperación Española, los camiones no estaban autorizados a circular. Inexplicablemente, a alguien debió ocurrírsele que un camión con capacidad para transportar a un numeroso grupo de viajeros, contamina más que varios vehículos todo terreno.
Afortunadamente apareció el mauritano al que acompañé durante un trayecto por el desierto en el viaje anterior, e intercedió por mí. Seguía con su viejo Land Rover, que ya tenía solucionados todos sus problemas mecánicos. Esto lo cuento en el relato del viaje anterior, que seguramente casi nadie haya leído. En realidad no se porqué me molesto en escribirlos.
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Me subí al punto más alto del Cabo Tafarit y estuve un buen rato disfrutando del impresionante paisaje. |
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A lo lejos se divisaba un velero difuminado por la neblina. Las embarcaciones a motor no están permitidas en el parque. Lo que más me gusta de este tipo de fotos es que no necesito retocarlas, son alucinantes por naturaleza. |
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Al dias siguiente me desperté al alba y subí hasta el mismo promontorio del día anterior para captar la luz de la mañana. |
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Estas jaimas fueron nuestro hogar durante dos días. Una lluvia de luz caía sobre el horizonte, empapando la aurora de rosáceos dedos. |
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Salimos del parque por una pista que iba paralela a una pequeña cordillera montañosa. |
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Tomé esta foto desde el techo del camión, donde llevaba una segunda rueda de repuesto, planchas y una pala para desatascar el camión en caso de quedar atrapado en la arena, además de una bicicleta con ruedas anchas que hacía las funciones de bote salvavidas, por si nada de lo anterior daba resultado. |
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Más que una pista, era un montón de rodadas. Cada uno circulaba por donde le daba la gana. |
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Una vez más, mi camioncito 4x4 se portó estupendamente a través del desierto salvando badenes, esquivando piedras y rodando libre por la inmensa llanura sahariana. |
Llegamos a Nouakchott y nos alojamos en el albergue Sahara.
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Al día siguiente visitamos el mercado, donde fotografié a este costurero en su rato de descanso. |
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También fotografié a una anciana que parecía estar buscando el camino de vuelta hasta la tragedia de Sófocles de la que se había escapado. |
Salimos hacia el sur y en Rosso tomamos la pista de Diama. Llegamos a la frontera de Senegal, pero un policía no dejó entrar a uno de los viajeros porque era brasileño y no tenía visado. Un incidente fácilmente solucionable que podría haber quedado en una anécdota digna de ser rememorada en reuniones de antiguos compañeros de viaje, como ha ocurrido con otros episodios mucho más graves que han tenido lugar durante otros viajes.
A pesar de que los visados eran responsabilidad de cada uno, me ofrecí amablemente a acompañar al brasileño hasta Nouakchott en taxi, ayudarle a tramitar su visado y continuar el viaje. No me importaba perder los días que hicieran falta con tal de que permaneciese con nosotros, si esa era su voluntad. Pero el brasileño se agobió y dijo que quería regresar a su país.
Ya unos días antes y mientras estábamos en Arkeiss, dijo que tenía miedo y que cuando pasáramos por Nouakchott tomaría un avión para regresar a su país. Me pareció una decisión acertada, ya que cuando una persona no está plenamente convencida de seguir adelante, lo mejor que puede hacer es desistir. Pero algunos viajeros bienintencionados le convencieron para continuar.
En esta ocasión, ya nadie puso demasiado empeño en animarle a seguir adelante.
A pesar de que el brasileño ya no deseaba continuar el viaje con nosotros, nuevamente me ofrecí a acompañarle hasta Nouakchott en taxi, ayudarle a comprar el billete de avión e ir con él hasta el aeropuerto mientras los demás esperaban tranquilamente en Sant Louis, una agradable ciudad senegalesa que se encontraba a tan solo 30 km de la frontera.
La solución era sencilla, pero desgraciadamente chocó con el criterio de una de las viajeras, que la juzgó como "demasiado pragmática", según sus propias palabras. Quería que fuéramos todos juntos hasta el aeropuerto en el camión para despedirle "como muestra de solidaridad". No le bastaba con despedirse allí.
Después de dos semanas aguantando la tensión de conducir desde Segovia hasta Senegal, yo lo único que quería era realizar ese trayecto de ida y vuelta hasta Nouakchott en taxi, y continuar el viaje con el camión después de haber ayudado al brasileño. Además me parecía absurdo movernos en un vehículo con matrícula española que llamaba tanto la atención pudiendo viajar camuflados en un taxi mauritano teniendo en cuenta la amenaza de Al Qaeda contra españoles y franceses. Ya he sufrido ataques en el pasado y no consiento que nadie me imponga riesgos innecesarios.
Enrique también se ofreció para acompañar al brasileño hasta Nouakchott en taxi. Igual que a mí, le parecía absurdo hacer ese trayecto en camión pudiendo hacerlo en taxi. Pero el brasileño se negó, porque quería que le llevase hasta el aeropuerto en camión.
Otros tres viajeros también pretendieron obligarme a conducir innecesariamente durante 200 km de pistas y 400 km de incómodo asfalto entre ida y vuelta. Cuando meses atrás me pidieron acompañarme, yo les había solicitado como requisito indispensable apoyo incondicional para solucionar los problemas que fueran surgiendo sobre la marcha. Ahora que me hacía falta su apoyo, me lo negaban.
Reflexioné sobre el sentido que tenía mi presencia allí con esos egoístas. Me di cuenta de que para ellos yo no era más que un chofer esclavo que debía someterse a sus antojos. Comenté la posibilidad de retroceder hacia Nouakchott, hacer cuentas y que cada uno siguiese por su cuenta. Comprobé con tristeza que estaban dispuestos a abandomarme en caso de no plegarme a sus exigencias.
Rápidamente interpretaron mi comentario como que yo les iba a dar dinero además de llevarles hasta Nouakchott.
Las cuentas que fui haciendo mientras atravesábamos el parque nacional de Diawling dieron como resultado que hasta ese momento yo llevaba gastado en ese viaje mucho más dinero de lo que ellos habían aportado. Es decir, desde hacía bastante tiempo yo les estaba dando más que ellos a mí. Su contribución no llegaba ni para cubrir gastos, el resto lo ponía yo de mi bolsillo. Les estaba subvencionando el viaje. En principio esto no me suponía ningún problema, porque puedo permitírmelo gracias a mi comercio de artesanía. Pero evidentemente las circunstancias habían cambiado. Estaban viajando de gorra, y además con exigencias.
Yo les había permitido acompañarme contribuyendo en los gastos con mucho menos de lo que realmente costaban. Incluso cuando tres de los viajeros que inicialmente pensaban venir decidieron desisitir a última hora por miedo a la amenaza de Al Qaeda sin dejarme tiempo a sustituirles por otros viajeros que también se habían interesado por acompañarme, a nadie se le ocurrió preguntarme si debían poner más dinero. Evidentemente, les habría dicho que no.
En Rosso les animé a que depusieran su actitud de la forma más conciliatoria posible. Pero no solo no obtuve ningún resultado positivo, sino que después de haberles subvencionado parte de sus vacaciones, todavía querían más.
Ignorando los más elementales principios del noble arte de la negociación y resentidos porque no habían conseguido imponerme su voluntad, pronto cayeron en técnicas muy poco elegantes. Cedí para evitar males mayores ya que, si bien en el pasado he sobrevivido a asaltos armados, secuestros, disparos, malentendidos policiales, robos y apedreamientos, no hay nada peor que una jauría humana de dogmáticos violentos.
En mi despedida les dejé bien clara mi opinión sobre la forma como me habían tratado en un lenguaje que en términos diplomáticos podría definirse como franco y directo.
Por lo que se desprende de una página web cargada de rencor y odio que hizo uno de esos viajeros con la única y obsesiva finalidad de perjudicarme a base de mentiras e insultos gratuitos contra el bueno de Enrique y contra mí, nunca entendieron el planteamiento del viaje. Desde la primera vez que me escribieron para que les permitiera acompañarme, les dejé bien claro que yo solo soy un simple comerciante de artesanía que viaja a su manera. No soy una agencia de viajes, ni chofer, ni guía turístico, ni organizo nada más que mi propio viaje.
Se equivocaron al acompañarme al viaje, se equivocaron al intentar modificar mi viaje, se equivocaron en la forma de abandonar el viaje, se equivocaron en la valoración del viaje, y lo único realmente importante, me equivoqué al dejarles que me acompañasen al viaje.
Enrique y yo regresamos hacia la frontera de Senegal con la grata sensación de habernos quitado de encima un montón de malos rollos.
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Tomamos nuevamente la pista que atraviesa el Parque Nacional de Diawling por los diques. |
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Ya más tranquilamente pudimos observar gran variedad de aves. Unos pelícanos se preparaban para pescar. |
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Traté de acercarme a una bandada de flamencos rosas, pero alzaban el vuelo en cuanto me veían. Eché de menos un zoom de mayor alcance. Una delgada capa de tierra en el horizonte separaba el intenso azul del agua del inmenso azul del cielo. |
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Los flamencos pescaban tranquilamente en aguas poco profundas. Un grupo se había reunido en el centro y ejecutaba un extraño ritual con los picos alzados. |
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La pista casi no tenía tráfico y se respiraba calma. Dediqué un buen rato a escuchar la suave melodía que producía el viento al acariciar los juncos. Me dio la impresión de que los tallos verdes daban notas diferentes a los amarillos, creando música. Es probable que me equivocase, pero solo la posibilidad de que esto fuera cierto me hizo olvidar todos los problemas. |
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Una foto única e irrepetible de la tierra cuarteada. Estábamos en época seca. En temporada de lluvias, toda esta zona se inunda y la pista se hace divertida o infernal, dependiendo de como se afronte. |
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Cruzamos la frontera con Senegal y dormimos en Saint Louis, ciudad fundada por los franceses en 1659 sobre una pequeña isla de 2 kilómetros de longitud y 400 metros de anchura. El año 2000 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Me prometí regresar para el Festival de Jazz que tendrá lugar del 8 al 11 de mayo. |
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Al día siguiente continuamos por la carretera que va paralela al curso del río Senegal hacia la frontera con Malí. En una parada, Enrique departió con dos "marabouts". Recorrían los pueblos enseñando el Corán. Se lamentaron de que en el mundo hubiese tanta gente que utiliza erróneamente la religión para hacer daño a otros. |
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Su argumento era sencillo e irrefutable. El musulmán busca a Alá, el cristiano busca a Dios y el judío busca a Yahveh. Alá, Dios y Yahveh son lo mismo, por lo que el musulmán, el cristiano y el judío deberán encontrarse en el mismo sitio, aunque lleguen por caminos diferentes. Si se producen enfrentamientos o desencuentros, significa que están haciendo cualquier otra cosa menos buscar al Creador. |
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Después de cenar saqué mi colchoneta y me quedé dormido bajo las estrellas. |
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Al día siguiente pasamos por una zona de baobabs. Me gusta más su nombre en latín: adasonia digitata. |
Cruzamos la frontera y entramos en Malí.
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El baobab posee las mismas cualidades hipnóticas que las olas del mar, el fuego, las nubes, las estrellas o la luna. Al menos para mí. Una hoguera junto a un baobab al borde del mar en una noche seminublada con luna llena sería la leche. |
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En Kayes cruzamos el río Senegal por el puente en cuya
construcción participó la empresa bilbaína Construcciones y Obras
Nervión. Durante las obras que tuvieron lugar hace diez años conocí a
uno de los ingenieros, que estaba desesperado por los innumerables
problemas que debía solucionar constantemente. Me comentó que se les
había caído un tramo porque la empresa senegalesa encargada de cimentar
había medido mal.
Si volviera a encontrarme con ese ingeniero, me gustaría felicitarle porque gracias a su trabajo, miles de personas viven ahora mucho mejor que antes. Ya nadie tiene que jugarse la vida en época de lluvias para atravesar el río Senegal. La única aportación netamente maliense a tan magna obra, fueron dos casetas para cobrar el peaje, que actualmente están en desuso por falta de mantenimiento. |
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Tomé esta hermosa foto desde lo alto del puente. Algunos románticos preferían seguir cruzando el río en pinaza. |
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A la salida de Kayes paramos en otra zona de baobabs. Enrique se partía de risa viéndome correr de un sitio a otro para buscar los mejores emplazamientos desde donde tomar buenas fotos. Primero me subí a una pequeña montaña. |
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Luego estuve un buen rato corriendo por la llanura detrás del sol, con la cámara en una mano y el trípode en la otra. Debí dar un buen espectáculo, dejando nubes de polvo tras de mí. |
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No estaba dispuesto a dejar que se me escapase la oportunidad de inmortalizar esta inimitable puesta de sol. |
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Al final conseguí captar al sol en su faceta más seductora. |
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Al regresar hacia el camión plenamente satisfecho me encontré con la luna llena atrapada entre las ramas de un baobab. |
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Acampamos en las inmediaciones de Sandaré. Al día siguiente estos dos baobabs casi simétricos parecían bailar. |
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Un rebaño de vacas abrevaba en una charca cerca de otro baobab. |
Llegamos Bamako, ciudad bulliciosa. De un viaje para otro tengo ocasión de comprobar que crece a ritmo exponencial. El ritmo ya no lo marcan los tambores de tradición milenaria, sino un capitalismo salvaje donde la única ley imperante consiste en "sálvese quien pueda".
El tráfico es intenso y moverse en vehículo propio es arriesgado, ya que hay multitud de policías municipales estratégicamente colocados, siempre al acecho de una matrícula extranjera asociada a un rostro pálido a quien multar. Nosotros no teníamos más remedio que llegar hasta el hotel Dakan en camión atravesando toda la ciudad, así que nos armamos de paciencia.
En estos casos, lo mejor es aprovechar las horas en las que retransmitan algún partido de fútbol importante. Si además juega la selección de Malí, uno puede estar seguro de que podrá moverse a sus anchas incluso con el parabrisas remendado y sin intermitentes, como era nuestro caso.
Solo nos paró un policía y no por mucho tiempo. Debió deducir por el aspecto del camión que éramos pobres. Antes de continuar, pudimos escuchar como se lamentaba con frases del tipo "hay que ver estos blancos, quién les ha visto y quién les ve", o "estos blancos ya no son lo que eran".
Al día siguiente fuimos a la embajada de Burkina Faso para solicitar el visado. Dediqué la tarde a pasearme por el Museo Nacional, un oasis de paz y belleza.
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La etapa siguiente nos llevó hasta Burkina Faso. Acampamos en una zona habitada por los Bobo Fing, un grupo étnico bastante hermético. |
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Llegamos a Bobo Dioulasso y nos alojamos en el hotel Soba. Por la noche cenamos en Les Bambous, la catedral del ritmo donde los sacerdotes de la percusión componen la banda sonora de los aficionados a soñar despiertos. |
Los percusionistas sueñan con que algún promotor se los lleve a Europa para triunfar y los espectadores de fuera soñamos con tocar como ellos. Mientras tanto, los espectadores africanos disfrutan con la música y salen de vez en cuando a bailar, olvidando durante unos instantes las penurias económicas que les asaltarán una vez terminado el espectáculo.
Al día siguiente fuimos a Banfora y comimos en el exclusivo restaurante del hotel Canne à Sucre. Contagiados por su selecto ambiente, departimos elegantemente sobre literatura al estilo de Robert Redford en "Memorias de África". Al cabo de un rato y como no había ninguna Meryl Streep a la vista, fuimos a visitar el lago Tengrela, distante unos 10 kilómetros.
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Contratamos a un simpático barquero que además de darnos una vuelta por el lago, me proporcionó una de las mejores imágenes de todo el viaje. Desde esa excursión, conseguir una camiseta de Kiss similar a la suya se ha convertido casi en una obsesión para mi. |
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Enrique bromeó con el barquero diciéndole que nos gustaría regresar al año siguiente con cientos de viajeros. Probablemente eso nunca ocurra, aunque es posible que alguien se anime a visitar el lago Tengrela después de ver estas fotos. |
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Cerca de la orilla tomé esta hermosa fotografía de una flor acuática. Me incliné tanto, que estuve a punto de caer al agua. Dijo el genial fotógrafo Robert Capa que "si tus fotografías no son lo suficientemente buenas, es porque no estás lo suficientemente cerca". Eso fue antes de que se inventase el zoom. |
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Para fotografiar a los hipopótamos, me mantuve a una distancia prudencial y utilicé un objetivo de largo alcance. |
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Los hipopótamos tienen un gran sentido de la territorialidad, una forma elegante de decir que se mosquean a la mínima. Son los animales que más muertes causan en África. No matan para comer, ya que son hervívoros. |
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Nunca la imagen de un animal fue menos fiel a la realidad que en esos anuncios de pañales en los que un hipopótamo de aspecto bonachón y saltarín, se paseaba entre una docena de alegres bebés. Si hubiera sido auténtico, se los habría cargado sin pestañear ante el horror de las cámaras. |
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No quiero ni pensar en lo que habría hecho un hipopótamo auténtico con el perro del video que aprece AQUÍ. |
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Nos largamos en cuanto el jefe de la manada hizo ademán de venir hacia nosotros. Seguramente solo estaba bostezando o estirándose, pero por si acaso. |
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Por la tarde tomamos una bonita pista hacia Gaoua. Los transportes locales iban sobrecargados. El alto precio del combustible, que estrangula aún más la frágil economía africana, obliga a aprovechar al máximo cada viaje. |
Nos alojamos en el hotel Hala de Gaoua, donde coincidimos con dos simpáticos murcianos. Dedicamos el día siguiente a visitar el País Lobi.
Si quiere ver otras fotografías que he tomado en el País Lobi también durante viajes anteriores, por favor pinche AQUÍ.
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Las casas donde viven los Lobi reciben el nombre de "sukalas". Entré en una de ellas justo a tiempo para contemplar este impresionante rayo de luz penetrando en la cocina. |
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Una mujer descansaba a la sombra ante la imponente presencia de dos fetiches que presidían un altar. |
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Un niño Lobi contemplaba un bateba, nombre que reciben las tallas que encarnan los espíritus de los antepasados. |
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Un bateba contemplaba a un niño. |
Todos los viajes tienen momentos alegres y tristes. Ese día viví el trance más amargo de todos los viajes que he realizado hasta ahora.
Fuimos a conocer a un artesano del que me habían hablado muy bien. Su sukala se encontraba a los pies de un gran baobab y estaba rodeada por maizales cubiertos de tallos secos. Se notaba que la tierra no había recibido ni una sola gota de agua desde que terminó la época de lluvias.
Nos invitó a sentarnos a la sombra sobre unos preciosos troncos viejos, desgastados y brillantes en su parte superior por las numerosas visitas recibidas. Esperamos que, como ocurre habitualmente, viniera toda la familia a darnos la bienvenida con cariño. Esa es una de las principales satisfacciones del viaje y hace que todo el esfuerzo merezca la pena. Pero en esta ocasión, las manos de aquellos que se nos acercaban parecían haber perdido su vigor y sus ojos estaban tristes.
Primero pensé que había metido la pata en algo importante, pero rechacé la idea al percatarme de que todavía no había tenido tiempo suficiente. Pedí permiso para hacer fotos.
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Los ojos del artesano estaban tristes. |
Al cabo de un rato me di cuenta del motivo del abatimiento general. Entre las raíces del baobab yacía un niño enfermo. Estaba tan enjuto que resultaba imposible adivinar su edad.
Pregunté por la causa de su enfermedad y me dijeron que tenía "mal de vientre", expresión genérica que puede abarcar desde una simple diarrea a un cáncer de estómago. Le habían llevado al dispensario de la ciudad más cercana, donde el médico le había recetado reposo y buenos alimentos. Con los medios de los que disponía, no podía hacer más. Le dí suero oral.
De pronto apareció ante mí la cruda realidad y se me quitaron las ganas de todo. Me sentí ridículo jugando a exploradores, avergonzado por pasearme con una cámara que costaba más de lo que ganaba ese padre en un año, indigno de mi suerte al haber nacido en una sociedad que me presta toda su protección mientras avanzo por el mundo tanteando y esquivando hábilmente a todos aquellos que no han tenido mi misma fortuna, mezquino por dedicarme a fotografiar florecillas mientras ese niño sufría a mi lado.
No suponía ningún consuelo saber que el problema era puntual. Burkina Faso es uno de los países más pobres del mundo, pero actualmente no sufre ninguna guerra, ni hambruna en zonas rurales, ni grandes sequías excepto las habituales en época seca. Los burkinabes saben administrar bien sus escasos recursos y cuentan con más servicios sociales que otros países más desarrollados, pero no es suficiente.
Nota posterior a la redacción de este relato: en el viaje siguiente me llevé una gran alegría al comprobar que el niño había sobrevivido y se encontraba perfectamente. No estaba tan enfermo como parecía.
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Después de unos inolvidables días en el País Lobi, nos dirigimos hacia el este atravesando el País Dagari por una impresionante pista. |
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Paramos en una casa Dagari y pedimos permiso al patriarca para visitarla. Estaba sentado a la sombra en la terraza. |
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Subimos por una escalera cuyos escalones habían sido tallados en un tronco de madera. |
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Me dispuse a hacerle una foto pero me dijo que esperase. Entró en su habitación y salió vestido con un elegante traje. Pensé que era yo quien debía mejorar su vestuario. Al fin y al cabo él estaba en su casa y yo era el visitante. El hombre bromeaba continuamente pero puso cara seria cuando le hice la foto, seguramente pensando que así su aspecto sería más digno. |
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En el interior de la casa un gato se calentaba con los rayos del sol que entraba por un respiradero. |
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Un granero panzudo echándose la siesta en su rincón. |
Tomamos la pista de Leo, pasamos por Pô y nos alojamos en el albergue Kunkolo de Tiébélé.
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Al día siguiente hicimos una bonita excursión andando hasta Tangassogo, donde comprobamos el efecto de las últimas lluvias en las fachadas de algunas casas. |
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Todos los años después de la época de lluvias, sus habitantes redecoran las casas con motivos geométricos y zoomorfos. |
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Cada tipo de decoración tiene un significado diferente. |
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Utilizan pinturas naturales que obtienen de raíces, plantas y minerales. |
Al día siguiente fuimos a Ouagadougou, desde donde Enrique regresó hasta España en avión con la Royal Air Maroc. Nos despedimos con mucha pena.
Después de unos días de descanso en casa de un amigo, proseguí solo hacia Bobo Dioulasso.
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Por el camino me detuve para fotografiar a estos tres jinetes que venían del norte. Me pidieron dinero con brusquedad y les di 500 francos CFA. Les pareció poco, se enfadaron y se fueron sin despedirse, pero no me devolvieron el dinero. |
Me parecieron los tres Reyes Magos menos majestuosos que había visto en mi vida. Mientras se iban, les eché en cara que cuando era pequeño se atribuyesen por la cara el mérito de los regalos que recibía, aprovechándose de mi inocencia. Me hacía más ilusión que me regalasen juguetes mis padres, que me cuidaban todos los días, y no unos barbudos prácticamente desconocidos que solo aparecían una vez al año.
Se hizo de noche y paré en un campo de cultivo quemado, el mejor sitio para acampar sin temor a morir calcinado mientras uno duerme, como consecuencia de alguno de los numerosos incendios que se producen en época seca.
Para describir lo que ocurrió a continuación, si fuera un escritor romántico del siglo XIX diría que el suelo estaba cubierto por una densa capa de niebla en la que se reflejaban los rayos plateados de la luna llena, cuando desde el corazón del bosque escuché una suave melodía. Al acercarme descubrí una luz de la que brotaba la agradable voz de mi dulce amada, anunciándome que se acercaba el momento en el que volveríamos a vernos.
Pero como solo soy un simple comerciante y estamos en el siglo XXI, diré que mi mujer me llamó al móvil desde España para comunicarme que pensaba volar hasta alguna ciudad africana, con la intención de acompañarme durante el resto del viaje. La densa capa de niebla era humo procedente de una hoguera cercana y no recuerdo si había luna.
Puede que lo mío sea menos romántico, pero más real. Si alguien hubiera hecho más cosas de este tipo por Larra, seguramente no se habría comido tanto el coco.
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Regresé a Bobo Dioulasso y recabé nuevamente en Les Bambous. |
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Visité a un amigo, gran cazador en sus años de juventud. Actualmente es el jefe de un clan y me consigue tallas. Solo sale de su casa para pasear de vez en cuando al amanecer y al atardecer, por lo que puede decirse que su sombra siempre es alargada. Cualquiera que vea esta foto, puede darse cuenta de que este señor tiene que ser imperativamente el amo de algo. Le basta con mover un dedo para que sus súbditos obedezcan, y sus decisiones son inapelables. |
Luego regresé a Malí y asistí al Festival sur le Niger de Ségou.
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Entre la multitud que contemplaba uno de los espectáculos había una vendedora de hortalizas. |
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En el río se celebraban unas regatas que terminaron ganando los verdes. |
El Níger, a su paso por Ségou. |
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El sol, a su paso por el Níger. |
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Continué hacia Bamako, donde fotografié este montón de bidones apilados. |
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Atravesé Senegal y esperé mi turno para embarcar en el ferry
de Rosso que me llevaría hasta Mauritania. Una mujer elegantemente
vestida y dos jóvenes remeros cruzaban el río en una pequeña barca. Me
pregunté por el motivo de su viaje.
Cuando uno cruza alguna frontera a veces debe indicar en un impreso el motivo de su viaje. Sería buena idea que incluyesen entre las opciones "una irresistible atracción por ese país". Tampoco está claro si uno puede marcar varios motivos a la vez, como negocios (hay que buscarse la vida), estudios (siempre se aprende algo), y turismo (noble ocupación). |
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Tres pescadores navegaban en una frágil embarcación movida por una vela confeccionada con telas de sacos. |
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Si al motor de este ferry que atraviesa el río Senegal se le rompiese una biela, quedaría interrumpida una de las principales vías de comunicación entre el Magreb y el África Negra. |
Fui directamente al aeropuerto de Nouakchott para recoger a mi mujer, que llegaba en un vuelo de la Royal Air Maroc procedente de Madrid.
Después de unos días de descanso, comenzamos un relajado viaje paralelos a la costa atlántica hacia el norte, el tercero que realizamos juntos tras un paréntesis de casi 6 años.
Desde que terminaron la carretera entre Nouadhibou y Nouakchott, atravesar el desierto se ha convertido en un agradable paseo. Sobre todo en invierno, cuando el calor no es tan sofocante y la atmósfera está completamente nítida.
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Una acacia se las había arreglado para sobrevivir donde ningún otro vegetal habría sido capaz. |
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Pocas veces uno tiene ocasión de presenciar in situ el preciso instante en el que el viento moldea una duna desplazando la arena. |
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Comimos de picnic, expresión elegante que algunos emplean para referise a la comida campestre o al simple bocata de toda la vida. No resultó fácil extender la tela, que de vez en cuando adoptaba formas sugerentes. |
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Sería pretencioso llamar autorretrato a una foto en la que aparecen cosas mucho más importantes que la simple silueta de un calvo, como el cielo protector, una duna difuminada por el viento, el horizonte del Sahara y la aureola solar. |
Después de los últimos acontecimientos en Mauritania ha cambiado mi opinión sobre los numerosos controles de carretera. Los funcionarios han dejado de ser unos molestos pedigüeños para convertirse en personas capaces de arriesgar sus vidas para defendernos a cambio de un sueldo mísero. Desgraciadamente han tenido que producirse algunos enfrentamientos armados con terroristas para dejar en evidencia la inutilidad de algunos estereotipos.
Acampamos cerca de un control policial.
Cruzamos la frontera de Mauritania con la parte del Sahara Occidental actualmente ocupado por Marruecos y estuvimos varios días descansando en Dakhla.
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Fuimos a visitar el entrante de mar que unos marineros portugueses del siglo XV tomaron por un "oued" y denominaron Río de Oro. Teresa estaba disfrutando tanto con el viaje que comenzó a bailar sobre el agua. Incluso después de 14 años de convivencia uno nunca termina de imaginarse lo que es capaz de hacer otra persona en determinadas circunstancias. |
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Los elegantes surcos que un vehículo había trazado sobre la arena húmeda me hicieron reflexionar sobre el arte. Conozco humildes artesanos capaces de realizar auténticas obras maestras y artistas famosos cuyos garabatos se venden por miles de euros. Por otra parte, también hay personas con un talento especial para encontrar belleza hasta debajo de las piedras, mientras que otros siempre lo perciben todo gris. |
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Dormimos en lo alto de un acantilado desde el que se divisaba un impresionante paisaje. |
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Los pescadores recogían sus frágiles embarcaciones después de un duro día de trabajo. La operación de atraque en plena playa era bastante arriesgada por la fuerte resaca. |
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A las afueras de Boujdour había una explanada con cientos de bloques de cemento para la construcción de los rompeolas del puerto. A veces es posible encontrar belleza aunque todo parezca gris, frío y duro. Otras veces, el encanto de una imagen queda eclipsado por la realidad. Pocos son los saharauis que se benefician de las riquezas de su propia tierra. |
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Esta es la famosa cinta de unos 100 km de longitud que transporta el fosfato desde Bou Craa hasta la costa para ser embarcada en grandes buques. |
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Un solitario barco encallado en las inmediaciones de Tarfaya. Los barcos encallados siempre están solos. |
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Un camión se había atravesado cerca de un río. Después de esperar en vano durante un par de horas a que apareciese alguna grúa, otro camión tiró de él lo mínimo para que todos los demás pudiéramos pasar. |
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Tomé esta foto de Tan Tan desde las inmediaciones del aeropuerto. |
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Estuvimos varios días en Essaouira. Un kitesurfista volaba con su cometa por encima de las fortificaciones de las islas Purpurinas, refugio de los halcones eleonora. |
Un gendarme desbocado con afán de protagonismo pasó a nuestro lado galopando. |
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En el puerto había unas embarcaciones perfectamente alineadas. |
Quería terminar este relato agradeciendo las felicitaciones que he recibido por las fotos que he tomado durante este viaje, aunque yo solo soy un eslabón en la cadena de transmisión de imágenes. El supuesto mérito es de lo que he fotografiado y si alguien aprecia su belleza lo mismo que yo, entonces somos iguales. La única diferencia es que yo he tenido la suerte de verlo antes.
Llevaba muchos años haciendo fotos sin prestarles demasiada atención, cuando en agosto de 2005 tuve el placer de viajar con el fotógrafo profesional Tomás Navarro, que me mostró las enormes posibilidades de esta forma de expresión artística.
Gracias a Internet he podido conocer el trabajo de muchos grandes fotógrafos, y he leído grandes frases como la anteriormente citada de Robert Capa. Yo solo soy un simple aficionado, por eso la frase que resume mi filosofía es pequeña: "Tu tírala, que algo saldrá". Eso se traduce en que me paso el día haciendo fotos, de tal forma que inevitablemente siempre obtendré alguna buena, aunque solo sea por estadística.
Si alguien que no está familiarizado con el mundo de la fotografía es capaz de apreciar mis fotos, seguramente podrá hacerlas iguales o mejores que yo. Le animo a que se compre cualquier cámara y la utilice de vez en cuando. Lo único que tiene que hacer es fijarse, apuntar y disparar. Es una de las aficiones más bonitas que existen, y le aseguro que no se arrepentirá. No hace falta gastarse mucho dinero. Yo he utilizado una cámara modesta y un objetivo normalillo.
Gore Vidal debía tener un mal día cuando afirmó que "durante medio siglo la fotografía ha sido la forma artística de los sin talento". Puede ser simplemente una ayuda para rememorar buenos momentos.
Porque cuando contemplo nuevamente las fotos de este viaje, vuelvo a experimentar la emoción de pisar suelo africano al ver el muelle de atraque del puerto de Ceuta, recuerdo el olor a cordero asado de los restaurantes de El-Fendek, siento la calma en el interior de La Cisterna de El Jadida, acaricio el viento como una gaviota, me sorprendo echando de menos una simple piedra, aprecio las diferencias entre unas mandarinas y otras, relajo mi vista entre las dunas, siento el vértigo de los inmensos acantilados, reflexiono sobre la utilidad del reflejo de un edificio en ruinas sobre la playa mojada, contemplo los últimos rayos del sol, siento deseos de recorrer nuevamente las calles de un pueblo abandonado, me descuelgo por una soga hasta una playa desierta, disfruto pensando que soy la única persona en el mundo que conoce el verdadero sentido del nombre de Cabo Blanco, siento una enorme simpatía por un barco encallado, me identifico con una bandada de gaviotas, echo de menos el refugio de una acacia, anhelo escuchar los latidos de mi propio corazón, me empapo con una lluvia de colores, siento deseos de rodar libremente por la llanura inmensa, escucho la suave melodía del viento al acariciar los juncos, deseo que llegue la noche para soñar bajo las estrellas, me dejo llevar por el río en una pinaza, persigo una gigantesca bola anaranjada, contemplo la luna atrapada entre las ramas de un baobab, me divierto viendo a dos baobabs bailando, sueño despierto escuchando el ritmo de los djembés, camino sobre el agua, me paseo entre los hipopótamos, surco las pistas, atrapo los rayos de luz, me sobrecojo con la imponente presencia de los fetiches, siento respeto por las tradiciones de los Lobi, comparto la tristeza de unos ojos y la alegría de otros, aprecio la sensibilidad artística de los Kassena, medito sobre las sabias enseñanzas de mis amigos, descubro que alguien me miraba mientras yo contemplaba unas hortalizas, me maravillo del viento moldeando una duna, disfruto con la indestructibilidad de lo mejor que me dado la vida, aprecio la elegancia de unos surcos, me doy cuenta de la injusticia que puede haber detrás de una bonita imagen, valoro la valentía de los pescadores, vuelo sobre las murallas de las islas Purpurinas, y regreso a puerto para estar con los míos.
De todas formas, cualquiera que conozca África se habrá dado cuenta de que estas fotos reflejan la realidad de una forma muy superficial y excesivamente optimista. Existen otras fotos, las que hasta ahora no me he atrevido a tomar pero que permanecen en mi retina. Los que ignoran la verdad tienen excusa para permanecer impasibles ante las injusticias que se comenten en el continente más castigado del mundo, pero yo no. Así que en el próximo viaje me esforzaré por reflejar otros aspectos de la realidad. Porque como dijo Terencio, "homo sum, humani nihil a me alienum puto". Una gran verdad, aunque lo último suene un poco fuerte.