En este viaje ha ido todo bien, así que no hay muchas batallitas que contar.
Aprovecho para dar forma a un RELATO DE FICCIÓN que he ido imaginando durante el viaje de regreso. Este relato no tiene ninguna relación con el viaje que hicimos, y sus protagonistas no están basados ni tienen nada que ver con las personas que me acompañaron, todos ellos gente estupenda.
Para facilitar la identidad de los personajes que intervienen en el relato, he asociado cada uno de los viajeros a una cara conocida. El nombre de cada actor aparece colocando la flecha sobre su foto.
Martín |
Jaime |
Eduardo |
Lucas |
Seve |
Raquel |
Juan |
Nico |
CAPÍTULO UNO: LA FRONTERA
El 31 de julio de 2006 ocho personas se encuentran en el puerto de Algeciras con intención de llegar hasta Bamako en dos vehículos. Se han conocido en un foro de viajes a través de Internet y es la primera vez que se ven.
Martín conduce un Toyota Hilux 4x4. Le acompañan Jaime, Eduardo y Lucas.
Seve conduce un Audi 100. Le acompañan Raquel, Juan y Nico.
Mientras esperan a la sombra su turno para embarcar, un agente de la autoridad portuaria con ganas de conversación se dirige a Seve.
- ¿De vacaciones a Marruecos?
Seve es de secano y nunca ha oído hablar de la autoridad portuaria. Su naturaleza rebelde le hace desconfiar de cualquiera que se atribuya el mando de lo que sea. Siempre encuentra dificultades para aceptar la autoridad de otras personas. Ese es uno de los motivos que le mantienen soltero. Pero no quiere que sus nuevos compañeros de viaje le consideren antipático, y contesta cortésmente.
- Marruecos, Sahara Occidental, Mauritania y Malí. Vamos a ver si llegamos hasta Bamako.
El agente siente envidia sana. Es aficionado al cine de acción, y comenta:
- Menuda aventura. Y además en un Audi de los grandes, como en "Ronin".
Eduardo ha escuchado la conversación, y corrige:
- En esa película aparece un S8 y el nuestro es un Audi 100. No tienen nada que ver, hace falta imaginación para compararlos. Además nosotros estamos en la vida real, no en una película.
A Eduardo no le importa la opinión de los demás. Está irritado porque ha viajado durante toda la noche en autobús sin dormir. No recuerda porqué se animó a embarcarse en esta aventura, pero tampoco encuentra motivos para desistir.
El agente no solo no se ofende por la impertinencia de Eduardo, sino que se muestra encantado de compartir con alguien una reflexión que llevaba tiempo rumiando:
- Yo ya estoy un poco saturado de realidad, no hace falta más que abrir el periódico para darse cuenta de su crudeza. La imaginación es positiva y si se dirige convenientemente, podría resolver muchos problemas. Cada cual merece vivir en el mundo que sea capaz de imaginar. La ficción es el único lugar donde todas las preguntas tienen respuesta.
La fila de coches avanza hacia el ferry. Eduardo se hunde en su asiento y dice con sorna:
- A ese le ha dado mucho el sol. La imaginación no sirve para nada. Hoy en día los únicos que la utilizan son los publicistas para ganar dinero.
Seve mira por le retrovisor. Disiente con su compañero de viaje, pero no tiene ganas de discutir y achaca el mal humor de Eduardo a un supuesto dolor de cabeza provocado por la vacuna de la meningitis.
El agente se ha quedado de pie viéndolos partir, y desde el vehículo de un marroquí se escucha la versión de "Imagine" cantada por Khaled y Noa.
Seve se concentra en manejar los pedales con habilidad para que no se le cuele delante ningún marroquí, deseoso de llegar a su pueblo lo antes posible para presumir de Mercedes.
Embarcan en el ferry, cruzan el estrecho, desembarcan en el puerto de Ceuta y se dirigen hacia la frontera con Marruecos. 500 metros antes de llegar los coches están parados. Después de 10 minutos sin moverse, Seve llama a un joven marroquí que está apoyado en una señal de tráfico:
- Hola, ¿sabes si hay algún problema? Llevamos un buen rato esperando y esto no se mueve.
El chico se levanta. Parece en tensión. Mira fijamente a Seve, examina al resto de los ocupantes del coche y pregunta:
- ¿La primera vez?
- No, no es la primera vez que estamos atascados. Donde yo vivo ocurre a menudo, contesta Seve.
- Me refiero a que si es la primera vez que pasáis por aquí, aclara el marroquí.
- Si, es la primera vez que venimos. Bueno, Martín hizo el año pasado un viaje similar al que queremos hacer con un tal José, pero esta vez ha pasado de él porque dice que es un poco soso.
El chico marroquí mira a derecha e izquierda y se acerca al coche. Tiende su mano a Martín, y luego se la pega al pecho, dando a entender que le saluda de corazón.
- Hola amigos, me llamo Amín y soy de Tetuán. ¿No habéis oído las noticias?
- ¿Qué noticias? Pregunta Juan.
- Frontera cerrada. La gendarmería de Marruecos está otra vez en Laila, en Perejil. Pero Marruecos y España, amigos. Con gente, no problema. Es problema de gobiernos. Nosotros, amigos.
Ahora el marroquí estrecha la mano de todos los ocupantes del Audi, que le miran boquiabiertos. Lucas resopla:
- Otra vez con el problema de Perejil, igual que hace dos años. Menudo contratiempo. ¿Qué podemos hacer?
Amín sonríe tranquilizadoramente:
- No problema, yo ayudaros. ¿Venís solos?
- No, vamos dos coches. El nuestro y el de Martín, que va justo delante, dice Seve.
- No problema amigos, insiste el marroquí. Conozco otro sitio para pasar a Marruecos, venid conmigo.
Los ocupantes del Audi se miran, hasta que Raquel expresa el pensamiento de todos:
- Bueno, no tenemos nada que perder. Es mejor intentar pasar con este chico a quedarnos aquí una semana esperando a que abran la frontera.
Los demás asienten. Raquel sale del coche y explica el problema a Martín. Amín arranca su vieja Movilette y sube una empinada cuesta con ayuda de los pedales. Los dos coches le siguen. Después de algunas curvas llegan a un pequeño polígono industrial construido en un terreno ganado a la roca.
Amín les indica que aparquen en un callejón y esperen, entra en una nave para hablar con alguien, y al cabo de un rato sale para invitarles a entrar.
Dentro hay gran variedad de mercancía: electrodomésticos, mobiliario, productos de limpieza, botellas de güisqui. Se sientan en unos sofás cubiertos con plásticos. Amín les dice que en cuanto se haga de noche les pasará a Marruecos por la ruta que utilizan los contrabandistas. Solo les costará 50 euros por persona. Eduardo protesta:
- Eso es un robo, no te daremos más de… 20 euros por persona.
El marroquí niega con la cabeza:
- Imposible, con eso no llega. Tengo que repartir entre mis socios y ellos no regatean. Si no estáis de acuerdo, adiós.
Se levantan para irse, y antes de salir Eduardo ofrece 30 euros. Amín acepta a condición de que le entreguen el dinero inmediatamente, argumentando que así tendrá más tiempo para negociar con sus socios. Vuelven a sentarse. Amín les prepara unos tés de menta y se larga con el dinero.
Al cabo de dos horas llega una furgoneta, de la que desciende el dueño del almacén. El vigilante le dice que un chico marroquí ha traído a un grupo de españoles para comprar papel higiénico al por mayor. Ambos son de origen marroquí. El dueño les sonríe y les pregunta:
- ¿Cuánto papel higiénico quieren?
Martín contesta desconcertado:
- Muchas gracias pero en este momento no nos hace falta papel higiénico. Estamos esperando a Amín, que ha ido a negociar con los de la frontera de los contrabandistas para entrar en Marruecos. ¿Está muy lejos ese sitio? Se ha ido hace dos horas.
El dueño del almacén se extraña:
- No existe ninguna frontera de contrabandistas. Hay otro paso, pero solo para peatones. ¿Por qué no cruzáis por El Tarajal, como todo el mundo?
Jaime contesta:
- Está cerrada por lo de la isla Perejil, ¿no ha oído las noticias?
- Lo de Perejil fue hace dos años, creo que os han tomado el pelo. Espero que no le hayáis dado dinero, dice el dueño del almacén antes de concentrarse en sus asuntos.
Los españoles salen del almacén cabizbajos. Eduardo está hecho una furia:
- Ahora mismo voy a la comisaría y denuncio a Amín.
Martín le contesta:
- ¿Y qué les vamos a decir? ¿Que pretendíamos saltarnos una frontera por la cara toreando a todos los que pacientemente respetan la legalidad?
Jaime dice:
- Si, mejor prosigamos nuestro viaje cuanto antes, que tengo hambre y quiero probar esas maravillosas brochetas de cordero que ponen en Marruecos.
- Bueno, dice Raquel con resignación. Al menos el té estaba rico.
- Si, dice Seve riéndose. Hemos probado el té más caro del mundo, pero ha resultado barato como primera lección. Nos hemos pasado de listos.
Llegan a la frontera. La fila de coches que se había formado después de la llegada del ferry ha desaparecido, y tramitan rápidamente la entrada en Marruecos. Comen en un restaurante de El-Fendek y continúan hasta Mehdya Plage, a 10 km. de Kenitra. Acampan en el Camping Internacional.
CAPÍTULO DOS: LAS PREMONICIONES DEL NIÑO LEVITADOR
Después de dar un paseo por la playa, regresan al camping. Sacan sillas y mesas para preparar una cena ligera a base de embutidos. En la parcela contigua una numerosa familia marroquí degusta un estupendo cuscus. Uno de los comensales se acerca con una bandeja y les ofrece:
- Hola amigos, yo trabajo en Toledo. ¿Quieren probar el cuscus de mi madre? Está muy rico.
- ¿Cuánto cuesta? Dice Eduardo con desconfianza.
- No, no cuesta nada, solo por amistad, nos gusta compartir con los que vienen a visitarnos. Marruecos y España, amigos. Vengan aquí y les presento a mi familia.
Eduardo recela:
- No, gracias. Ese discurso me suena, seguro que es una trampa.
- Pues yo si voy, dice Jaime. Está deseando probar la gastronomía marroquí, y no le importa arriesgarse.
Los demás le siguen, Eduardo el último y a regañadientes. La tienda de los marroquíes es humilde, limpia y espaciosa. Después de comer en silencio charlan cordialmente, animados por el sabroso té de menta.
En un momento dado y ante el asombro de los viajeros españoles, uno de los niños comienza a levitar.
- No os asustéis, es el tercero de mis hijos, dice el anfitrión tranquilizándoles. A veces levita y habla un idioma que no entendemos.
Nico se levanta.
- ¿Dónde está el truco?
Juan ha permanecido hasta ahora en silencio. No es especialmente tímido, simplemente no tenía nada que contar. Pero al escuchar un idioma que le trae buenos recuerdos, interviene:
- No hay truco, está hablando quechua. Tuve una novia peruana que me enseño su idioma.
Juan reduce el tamaño de sus ojos y ladeando la cabeza para concentrarse, comienza a traducir:
- Dice que nos preparemos para afrontar la aventura más importante de nuestras vidas. Navegaremos en un barco a la deriva, conoceremos fantasmas de viajes pasados y futuros, vagaremos sin rumbo por el desierto y ...
De pronto el niño grita algo y cae el suelo. Los marroquíes se asustan y el padre pide a los españoles que salgan apresuradamente. Luego cierra la lona de la tienda sin despedirse.
- ¿Qué es lo último que ha dicho el niño? Pregunta Raquel extrañada.
- Literalmente, "que un demonio camina entre nosotros". No se lo que significa eso, contesta Juan.
Después de un momento de silencio, se dan las buenas noches y cada uno se mete en su tienda, asegurándose de cerrar bien las cremalleras.
CAPÍTULO TRES: EXTRAÑO INCIDENTE EN GUELMÍN
Al día siguiente se levantan con resaca por las intensas experiencias del día anterior. Las revelaciones del niño levitador les parecen ahora alucinaciones provocadas por la tensión de Ceuta y su falta de hábito al té marroquí. Acuerdan tácitamente no hablar más del tema. La tranquilidad con la que se desarrolla el viaje durante los días siguientes les termina por convencer de que las premoniciones eran falsas. Visitan El Jadida, Marrakech, Essaouira, Tiznit y Sidi Ifni.
Paran a comer pollo, ensalada y arroz en un restaurante de Guelmin. Después Eduardo propone dar un paseo por la ciudad. Unos quieren ir al casco viejo, otros al mercado de camellos que hay a las afueras, otros a un ciber-té para conectarse a internet. Acuerdan dispersarse para que cada uno vaya donde quiera, y quedan en el aparcamiento donde han dejado los coches. Al cabo de un par de horas se reencuentran y prosiguen el viaje.
A la salida de Guelmin paran en un control de la gendarmería. El agente ojea el pasaporte de Martín y le pregunta si es del Real Madrid o del Barça, como si no hubiera más alternativas en la vida.
De pronto empiezan a oír gritos procedentes de una humilde barriada a la izquierda de la carretera, frente a una gasolinera. Varios curiosos acuden a paso rápido ante lo que parece un taller mecánico. El gendarme que les ha parado en el control también va para allá, llevándose sin darse cuenta el pasaporte de Martín. Se abre paso entre la muchedumbre, y desaparece de la vista.
Pasan diez minutos y el gendarme no regresa. Martín decide ir a buscarlo para recuperar su pasaporte. Una muchedumbre silenciosa y expectante permanece de pie entorno al taller. Martín se encarama a un gran bidón e intenta llamar la atención del agente. Le miran todos menos el agente, que está agachado, absorto en la contemplación de lo que parece un cuerpo tendido. Finalmente alguien le toca en la espalda y se da la vuelta. Mira a Martín con cara de susto e inmediatamente se acuerda del pasaporte. Se dirige hacia él y le entrega el pasaporte.
- ¿Qué pasa? Pregunta Martín.
- Nada, pueden irse. Contesta el gendarme empujándolo con firme cordialidad hacia la carretera. Buen viaje.
A continuación despeja la entrada del taller para dejar sitio a un vehículo de Protección Civil que se acerca a gran velocidad.
Martín regresa a los coches. Interrogado sobre lo sucedido, abre bien los ojos y asegura no tener ni idea. Montan en los coches, arrancan y se van.
Después de visitar Tan-Tan paran en un acantilado para contemplar la puesta de sol, y acampan en una playa desierta.
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Al día siguiente dan un agradable paseo por Tarfaya, y en la playa unos chicos que juegan al fútbol les invitan a echar un partido. |
CAPÍTULO CUATRO: LA COOPERANTE
Llegan a Laâyoune a la hora de comer. Aparcan en la puerta del restaurante La Perla, junto a una furgoneta Volskwagen con matrícula de Girona.
Dentro del restaurante solo hay una mesa ocupada por una pareja de mediana edad y dos niños, que resultan ser los ocupantes de la furgoneta. Saludan cordialmente a los recién llegados y entablan conversación. El restaurante tiene un reservado con una gran mesa, y deciden compartirla.
- ¿Es vuestro primer viaje por aquí? Pregunta Martín a la pareja, formada por Montse y Jordi.
Jordi dice que Montse ha estado varias veces en los campamentos de refugiados saharauis de Argelia, pero es la primera vez que visitan el Sahara Occidental. Los últimos veranos han estado acogiendo en su casa de Girona a Hadi, una niña saharaui, pero ahora Hadi se ha hecho mayor y vive con unos familiares en Dahkla.
Nico pregunta inocentemente:
- Tenía entendido que los saharauis que abandonan los campos de refugiados para regresar al Sahara Occidental ocupado por Marruecos eran considerados unos traidores. ¿Crees que el pueblo saharaui está empezando a darse por vencido?
- Vamos a ver, contesta Montse con la sabiduría de una persona sensible que ha visto demasiado sufrimiento. Hadi no regresa al Sahara Occidental, porque nunca había estado en el Sahara Occidental. Siempre había vivido en los campamentos del POLISARIO en Argelia. A mi no me interesa la política. La política se ocupa del funcionamiento de los engranajes en una maquinaria controlada por el más fuerte. A mí me interesa el drama humano de las piezas que no encajan, de las virutas sueltas. Las víctimas de la política, los daños colaterales. Vamos a visitar a Hadi porque para nosotros es como una hija, y para nuestros hijos como una hermana. Iríamos a verla donde hiciera falta, y nuestro cariño es más fuerte que la distancia y los cambios políticos.
Nico es joven e idealista. Solo conoce el drama saharaui por los medios de comunicación españoles, y no quiere dejar pasar la oportunidad de conocer otros puntos de vista. Sigue preguntando:
- ¿Entonces no vas a regresar a los campos de refugiados? ¿No vas a seguir apoyándolos en su lucha?
Montse contesta:
- Antes iba siempre que tenía ocasión y ayudaba en lo que podía. Pero después de cada visita ellos se quedaban en mitad del desierto mientras yo regresaba a mi confortable casa, rodeada de comodidades y de una larga lista de servicios públicos que constituyen nuestro bienestar: hospitales, médicos, ambulancias, colegios, subsidios, autopistas, telecomunicaciones. También fuerzas de seguridad en las fronteras dispuestas a impedir que otros entren libremente en nuestro territorio para compartir nuestro bienestar. No me sentía cómoda. Llegué a considerar la posibilidad de abandonarlo todo para unirme a la causa saharaui, pero estoy segura de que no habría aguantado más de seis meses seguidos en los campamentos de refugiados. Demasiado duro. Después de eso, no me siento capaz de animarles a que sigan sacrificándose para conseguir sus objetivos, por muy legítimos que sean.
- Entiendo tu frustración, desde luego nadie podrá acusarte de incoherencia. ¿Y cómo es Hadi? Pregunta Seve.
Montse les enseña una foto de la niña saharaui y les cuenta su afición a tirarse a la piscina sin saber nadar, su asombro al ver salir abundante agua del grifo, su capacidad para dormir sobre las superficies más duras, su interés por la jardinería, etc.
Terminada la comida se despiden y prosiguen su viaje hacia el sur. Nico reflexiona sobre la inutilidad de los estereotipos y las ideas preconcebidas.
Visitan Boujdour y acampan en una playa a unos quince kilómetros de la población.
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Enseguida acude una docena de chiquillos como salidos de
debajo de las piedras a darles la bienvenida. Uno de ellos les invita a
su jaima, donde sus hospitalarios padres les invitan a un té.
Después del té, los españoles se quedan un buen rato con sus cámaras de fotos preparadas, en previsión de que a este niño también le diera por levitar. Pero se cansan de esperar y se van a dormir, convencidos de que lo del camping de Mehdya Plage no fueron más que alucinaciones. |
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Dedican un par de días a conocer Río de Oro, Dakhla y el Golfo de Cintra. |
CAPÍTULO CINCO: EN BUSCA DE UNA VIDA MEJOR
Atraviesan la frontera con Mauritania y se alojan en el albergue Inal de Nouadhibou. Al día siguiente se levantan temprano para hacer una excursión a Cabo Blanco, en el extremo de la península donde se encuentra Nouadhibou. Bajan hasta una hermosa playa donde hace tres años encalló un enorme barco y observan focas monje. Mientras toman fotos, escuchan gritos procedentes de lo alto del acantilado:
- ¡Eh, eh, mil ouguiyas! ¡Mil ouguiyas!
Quien así grita es un mauritano vestido con un amplio bubu blanco. Da unos pasos atrás para tomar carrerilla, y ante la atónita mirada de los españoles se tira por el acantilado. Su traje adopta la forma de un paracaídas invertido, y aterriza suavemente sobre la playa.
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Recoge su paracaídas y se lo coloca en el cuello a modo de bufanda. Por su uniforme, los españoles deducen que es el guarda del parque. Parece molesto, pero nadie sabe porqué. |
Finalmente se decide a hablar, y con semblante grave informa en francés que fotografiar el barco cuesta mil ouguiyas.
- ¿Por persona? Pregunta Lucas.
El mauritano asiente, calculando que se embolsará 8.000 ouguiyas.
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Pero Lucas recoge las cámaras de todos, toma todas las fotos que le da la gana y le entrega mil ouguiyas. |
Cuando los españoles se disponen a partir, el mauritano, en su inagotable búsqueda de nuevas fuentes de ingresos, les pregunta si quieren subir al barco.
- ¿Mil ouguiyas? Pregunta Juan.
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El mauritano asiente. Una vez cobrado el dinero, hace una llamada por teléfono móvil e indica a los españoles que esperen junto al barco, momento que aprovechan para hartarse de fotos. |
Al cabo de un rato aparece sobre la cubierta del barco el marinero que hace las funciones de vigilante. Les tiende una escalinata, y cuando están todos en la cubierta les cuenta que en agosto de 2003 el motor del barco se rompió durante una tormenta mientras navegaba frente a la costa mauritana, y encalló en Cabo Blanco. Rápidamente el armador se puso a hacer gestiones, y el barco pasó de estar matriculado en Tánger con bandera marroquí, a denominarse Guadalupe y exhibir la bandera de Monrovia.
El vigilante no sabe muy bien cómo se ha producido el cambio. Es paquistaní y trabajaba en la cocina del barco. Un día se despertó con resaca después de haber estado toda la noche bebiendo ron, y se encontró solo en el barco varado en la arena. No piensa abandonarlo hasta que le paguen, y mientras tanto realiza labores de vigilancia con la remota esperanza de cobrar un sobresueldo del armador. No pide dinero a los españoles, ya que no le hace falta. Como nunca sale del barco, no tendría oportunidad de gastarlo. Tiene cañas para pescar, y utiliza las lonas de los botes salvavidas para recoger agua de lluvia, que almacena en bidones.
- Tenía entendido que por aquí no llueve mucho, dice Jaime.
- Pues precisamente por allí se acerca una tormenta, contesta Nico, señalando mar adentro.
Efectivamente, el viento empieza a soplar con fuerza, el cielo se cubre de nubes y comienza a llover a cántaros. El mar se agita y grandes olas rompen contra la quilla del barco. Súbitamente la marea baja dejando a la vista el fondo marino, como si alguien le hubiera quitado el tapón a la bañera. Las focas presienten el tsunami y se apresuran a refugiarse entre las rocas.
Los viajeros españoles, el vigilante pakistaní y el cobrador mauritano permanecen en la cubierta del barco y ven acercarse sobrecogidos una gran ola. Imitando a las focas, todos corren a refugiarse en el puesto de mando. La fuerza de la ola es tan descomunal, que pone el barco a flote. Lamentablemente todos han agotado las memorias de sus cámaras y los carretes, por lo que no pueden inmortalizar el momento con sus cámaras.
A los pocos minutos se encuentran impotentes a la deriva. La tormenta cesa y las nubes desaparecen. Comprueban aliviados que al venir la ola del oeste, la parte habitada de la bahía de Levrier no se ha visto afectada. Nouadhibou, Cansado y Kobanu permanecen intactos.
El barco se aleja de la costa, sin que sus inesperados tripulantes puedan hacer nada por evitarlo. Una vez en alta mar, ven acercarse una pequeña barca y les hacen señas. Se trata de una patera que milagrosamente no ha sido arrastrada por las olas. Transporta medio centenar de personas que intentan llegar a Canarias desde Senegal.
Juan quiere saludarles y preguntarles quiénes son, de dónde vienen y dónde van. Pero la cubierta del barco está muy alta, hace viento y el ruido de las olas chocando contra el casco del barco dificulta la comunicación. Simplifica su saludo y les grita:
- Ça va?
Uno de los ocupantes de la patera quiere responder que son aventureros de varios países africanos dirigiéndose a Europa en busca de una vida mejor. Pero ante las citadas dificultades de comunicación, solo acierta a señalar con el brazo la dirección que llevan y grita:
- Travailler!
Juan se dispone a desearles suerte en nombre de todos, pero Eduardo interviene. Había permanecido en silencio desde el segundo día de viaje, y ahora parece despertar de su letargo. No está de acuerdo con que los africanos viajen a Europa para trabajar, y quiere preguntarles porqué no buscan una vida mejor en África. Señala con el brazo el lugar de donde procede la patera y grita:
- Travailler!
Se trata de un diálogo entre civilizaciones a base de gestos y gritos que en términos diplomáticos podría definirse como franco y directo. Un africano señala al sur y exclama:
- Pas du travail chez moil!
Quiere decir que su país es pobre y no hay trabajo. Que emigra por las mismas razones que impulsaron a miles de españoles a viajar a América a partir del siglo XVI, o a Europa en los años sesenta del siglo XX.
Eduardo piensa que son pobres porque no trabajan, y no trabajan porque son vagos. Les grita que trabajen:
- Il faut travailler!
El africano hace gestos de impotencia y grita:
- Pas possible!
Quiere decir que le gustaría quedarse junto a su familia y trabajar en su país de origen, pero los gobernantes son incompetentes y corruptos. Solo se preocupan por incrementar sus ingresos en cuentas de bancos extranjeros.
Eduardo no entiende porqué los africanos, teniendo elecciones periódicas, parlamentos y jueces, no son capaces de derrocar y juzgar a los gobernantes corruptos, y porqué no obligan a las multinacionales a aceptar sus leyes. Ignora que en África la democracia es un sistema importado. La gente no tiene muy clara la diferencia entre multipartidismo y tribalismo. Cada uno vota al líder de su tribu, sin importarle su programa político. La tribu más numerosa es la que acapara el poder y lo distribuye entre sus miembros. Los opositores lo tienen muy difícil para prosperar.
Ahora interviene otro de los ocupantes de la patera. Habla en inglés, porque es originario de Liberia. Señala al sur y exclama:
- War!
Huye del horror de la guerra y sus secuelas, que le asaltan todas las noches en forma de pesadillas. Unas veces con su voto y otras mediante las armas, ha apoyado a líderes que prometían solucionar todos los problemas. Y una vez tras otra ha visto cómo esos líderes se volvían tan corruptos como los anteriores, al poco tiempo de alcanzar el poder.
Eduardo piensa que la corrupción y las guerras son excusas para no trabajar. Que nada impide a los africanos ponerse en movimiento, estudiar y formar cooperativas para prosperar. Ignora que, mientras siendo joven se divertía jugando al scalextric, muchos africanos de su edad se ganaban la vida descargando sacos de cuarenta kilos en el mercado para dar de comer a sus hermanos. Siempre ha considerado lo de estudiar como algo natural, y no sabe que en muchos países africanos ir a clase es un lujo que solo está al alcance de los más pudientes. Que los hijos de los altos cargos acaparan todas las becas. Que el sistema educativo es un desastre. Que los profesores están mal pagados y cada dos por tres hay huelgas. Vuelve a gritarles:
- Il faut travailler!
A Eduardo le gustaría explicar a los africanos de la patera que el progreso en Europa no ha surgido de la nada. Ha leído en libros de historia que a partir del siglo XVI muchos tuvieron que arriesgar sus vidas para traer materias primas de países lejanos, que a partir del siglo XVIII la gente comenzó a sublevarse contra la tiranía de los opresores, y que durante la Revolución Industrial trabajaron sin descanso hombres, mujeres y niños.
El africano no ha leído libros de historia, pero tiene sentido común. Sabe que el progreso en Europa fue obra de varios países, no solo de uno. Si los países occidentales han sido capaces de compartir sus avances entre ellos, no entiende porqué excluyen a los africanos, y responde:
- Il faut partager!
Los demás viajeros españoles están incómodos con la agresividad de Eduardo. Martín le dice que se tranquilice, que los africanos solo están buscándose la vida y no hacen mal a nadie.
- ¿Ah, si? Estalla Eduardo. Los inmigrantes se aprovechan del sistema y destruyen todo lo que han conseguido los trabajadores europeos después de luchar durante siglos. Se conforman con sueldos míseros, no se sindican, no se quejan cuando les despiden y cambian de trabajo cada dos por tres. ¡Son el chollo de los capitalistas!
Seve interviene:
- Relájate, tío. Lo que nosotros llamamos "globalización" no es más que la aplicación a los trabajadores de los países desarrollados de las mismas condiciones laborales que han sufrido los trabajadores de los países pobres desde hace siglos. Cuando los países ricos íbamos a saquear las riquezas de los países pobres y a traficar con esclavos, ningún trabajador occidental se quejó. Pero ahora cuando los inmigrantes vienen a nuestros países y están dispuestos a trabajar cobrando menos y aguantando lo que sea, todo el mundo se alarma.
De pronto se oye otra voz desde la patera:
- Je veux vous aider!
Es Ibrahim, que en Bamako se ganaba la vida como miembro de una cooperativa fabricando tambores de muy buena calidad. Tenían un cliente europeo que les compraba regularmente. Pero el año pasado, el jefe de la cooperativa se quedó por la cara con el dinero de un importante pedido, montó un ciber-café, y dejó a todos en la estacada. El europeo no quiso adelantar más dinero, y los miembros de la cooperativa se quedaron sin trabajo. Como pequeña compensación, el ex jefe de la cooperativa dejaba que Ibrahim se conectase gratis a Internet. Así un mundo nuevo se abrió ante Ibrahim, que aprendió muchas cosas sobre España.
En vista de que nadie le hace caso, Ibrahim vuelve a gritar:
- Je veux vous aider!
Eduardo le oye y se agarra con fuerza a la barandilla de la cubierta. Tiene los ojos desorbitados y parece estar a punto de echar espuma por la boca.
- ¿Ayudarnos a qué? Esto es el colmo de la soberbia. ¡Sois vosotros quienes tenéis problemas!
Ibrahim no entiende lo que dice Eduardo, pero sonríe. Lleva mucho tiempo esperando este momento. Abre una carpeta escolar que tenía cuidadosamente guardada en una bolsa de plástico, y muestra varios artículos impresos de un periódico digital. En uno de ellos destaca subrayada la palabra "inundaciones", y en otro la palabra "sequía". Aún a sabiendas que los españoles no le pueden oír, les explica en su idioma:
- Si no se puede solucionar un problema, hay que cambiar el problema. La cuestión no es que llueva mucho o poco, sino que nadie es capaz de aprovechar convenientemente el agua que cae del cielo. Lo mismo ocurre con la emigración. Si no se puede evitar, hay que esforzarse por aprovecharla bien.
A continuación extrae otro artículo con este titular: "En 2005 al menos un centenar de ancianos fallecieron solos en sus casas".
- Queremos aportar soluciones. Nosotros no tenemos ese problema, porque cuidamos y respetamos a nuestros mayores. Estamos dispuestos a compartir nuestros valores, dice con una sonrisa.
El patrón de la patera piensa que Ibrahim está desvariando y comienza a impacientarse. Quiere fumar, pero está rodeado de bidones de gasolina y no se atreve a encender un cigarro.
Ibrahim saca otro papel en el que se explica que el año pasado fallecieron en España 60 mujeres a manos de sus parejas, y grita:
- Les femmes ! Proteger les femmes!
- ¿Qué dice? Pregunta Lucas.
- No se, creo que algo relativo a proteger a las mujeres, responde Jaime.
Eduardo, que al igual que sus compañeros no ha oído casi nada de lo que decía Ibrahim, interviene nuevamente:
- Venga hombre, no me hagas reír. Ahora resulta que los africanos son hermanitas de la caridad. Todo el mundo sabe que los musulmanes lapidan a las que cometen adulterio.
Nico protesta:
- Esos son prejuicios, Eduardo. Excepto en algunas zonas de Nigeria, Sudán y otros países, los musulmanes del África subsahariana no aplican la Sharia, y conviven en paz y armonía con los miembros de otras creencias como cristianos y animistas. Además muchas sociedades africanas son de origen matriarcal. Intenta tocarle un pelo a una mujer africana, y ya verás lo que te pasa.
En ese momento un fornido africano con barba que estaba sentado en la proa de la barca se levanta. Lleva en la mano derecha una Biblia. Levanta la izquierda señalando al cielo como pidiendo la vez y exclama:
- I have a dream!
Los demás africanos le escuchan con respeto, porque es su guía espiritual. Su discurso se limita a esa frase que hizo famosa Martin Luther King.
- I have a dream!
La repite con todas las entonaciones posibles. Mirando al horizonte con solemnidad mesiánica, dirigiéndose inquisitivamente a cada uno de sus compañeros con la energía del capitán Ahab hablando de Moby Dick, guiñando un ojo y sonriendo, con lágrimas en los ojos, etc.
- I have a dream!
De esa sencilla y expresiva forma les recuerda que son personas especiales con una motivación extraordinaria, y que están dispuestos a dar su vida por conseguir su objetivo.
La magia del momento cesa repentinamente cuando una ola golpea la pequeña embarcación y el pastor cae al mar exclamando un "I have a dream" a modo de socorro. Rápidamente todos los africanos se ponen en movimiento para salvar al pastor, que permanece a flote gracias a su chaleco salvavidas. Uno cierra un bidón vacío, otro lo ata a una cuerda, y el siguiente se la pasa al que se encuentra más cerca del naufrago, que la agarra y se tira al agua para regresar con el pastor. Entre varios les ayudan a subir al bote.
Nico, sobrecogido por la escena, piensa que a veces es bueno formar parte de una tribu en la que todos se ayudan. Algo más que un grupo de amigos que se junta para hacer una excursión.
El patrón de la patera arranca el motor, dice adiós con la mano, y toma dirección norte.
Repentinamente el cielo se cubre de nubes y estalla una gran tormenta. Las olas arrastran al barco hasta la playa de Cabo Blanco, y casualmente encalla en el mismo sitio donde estaba antes. La tempestad desaparece y los viajeros españoles descienden del barco de la misma forma que otras muchas cosas absurdas e irreales ocurren en el mundo sin que nadie se inmute.
Luego regresan a sus coches y después de una ducha se dirigen al Hogar Canario para cenar. Tantas aventuras les han abierto el apetito. Eduardo regresa a su mutismo y se queda solo en el albergue.
CAPÍTULO SEIS: PERDIDOS EN EL DESIERTO
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Al día siguiente se levantan temprano y toman la carretera hacia Nouakchott. |
En el mojón que indica el kilómetro 190 desde Nouadhibou, alguien ha escrito con un rotulador negro:
"Para ir a Arkeiss: a 3 km. en dirección a Nouakchott, tomar una pista que sale a la derecha. Buena suerte y a pasarlo bien."
Nuestros viajeros siguen las instrucciones y ruedan alegremente por una extensa llanura de tierra dura. Pronto aparecen los primeros tramos de arena, que son atravesados con facilidad gracias a la tracción total del Toyota y la habilidad de Seve al volante del Audi.
Dejan una cadena de montañas a la izquierda y un cordón de dunas a la derecha. Paran a descansar, contemplar el paisaje, tomar algunas fotos y charlar un rato.
Surge el tema de las enfermedades tropicales, y Seve se acuerda de que debe tomarse una pastilla de Lariam. Si todo va bien, dentro de una semana entrarán en zona palúdica.
Algunos tomarán Malarone, y otros nada confiando en la efectividad de sus lociones antimosquitos.
Reanudan la marcha. El Toyota va delante. Seve ve un viejo neumático de camión tirado en el suelo con algo escrito, y exclama:
- ¡Dios mío, estamos perdidos! Aquí lo dice bien claro: CAMBIE SU RUTA - ¡CAMBIA!
Juan se ríe:
- Está alucinando, pone CAMPING SUKUTA - GAMBIA. Deben ser los famosos efectos secundarios del Lariam.
Seve tiene la cara empapada en sudor y la mirada perdida.
- Os digo que estamos perdidos. ¡Hay que ir por allí!
Seve señala a la derecha y ante el estupor de sus compañeros de viaje se dirige a toda velocidad hacia una zona de dunas.
Los del Toyota les ven alejarse, suponen que van a tomar algunas fotos y se paran a esperar. Pero el tiempo pasa y los otros no vienen. Deciden seguir sus rodadas.
Seve conduce velozmente el Audi entre un laberinto de dunas hasta llegar a un punto sin salida y se atasca en la arena. El viento comienza a soplar con fuerza y estalla una tormenta de arena. En pocos minutos el vehículo queda completamente cubierto por una duna.
Algo tan descabellado como lo que ocurría en una escena de "El Paciente Inglés", que cuando era proyectada en los cines no solo nadie silbó, sino que además obtuvo 9 Oscar.
Seve se recupera de su locura transitoria y pregunta:
- ¿Qué hacemos aquí? ¿Qué ha pasado?
- Luego te lo cuento, contesta Juan, haciendo esfuerzos por permanecer sereno. Mientras tanto, te sugiero que apagues el motor y enciendas la luz interior.
- Creo que estamos en un buen lío, dice Nico.
- Vaya, justo ahora que pensaba fumarme un cigarro, comenta Raquel.
- ¿Qué os parece si bajo la ventanilla e intento salir? Pregunta Nico.
- Ni se te ocurra, contesta Juan. Como empiece a entrar arena estamos perdidos.
Raquel intenta tranquilizarles:
- No os preocupéis. Los otros estarán buscándonos y no tardarán en encontrarnos.
Ajenos al problema de sus compañeros, los del Toyota han parado lejos de las dunas y esperan a que pase la tormenta de arena dormitando, escuchando música y contando chistes.
Cuando el vendaval amaina, comprueban que el viento ha borrado las huellas del Audi. Después de rodear varios cordones de dunas, ven a lo lejos dos camellos guiados por un nómada. Se acercan al viajero, que al observar la matrícula del vehículo exclama:
- ¡Hombre, españoles!
- ¿Hablas español? Se asombra Martín.
- Si, me llamo Rafael y soy extremeño. ¿Qué hacéis por aquí?
- Estamos buscando a nuestros compañeros, que viajan en otro coche. Les hemos perdido de vista y la tormenta ha borrado sus huellas, contesta Jaime.
Rafael permanece un rato pensativo, y pregunta:
- ¿Alguno de vuestros compañeros lleva oro?
- Si, creo que Raquel tenía un collar de oro, responde Jaime con extrañeza.
- Entonces no hay problema, dejadlo en mis manos.
El extremeño se acerca a uno de sus camellos, abre una alforja y extrae un aparato electrónico. Se trata de un buscador de oro de última generación. Extiende una antena, se coloca unos auriculares y pide silencio. Comienza a caminar sin dejar de observar la pequeña pantalla del buscador. Los demás le siguen a una distancia prudencial.
Al cabo de una hora y cuando los demás ya estaban empezando a tomarle por loco, llegan a los pies de una gran duna y el extremeño exclama satisfecho:
- ¡Aquí están! La tormenta ha desplazado esta duna, y vuestros amigos se han quedado debajo de la arena.
Los otros se miran incrédulos y comienzan a retirar la arena con las manos. Martín regresa a por el Toyota, donde guarda dos palas desmontables. Al cabo de un buen rato quitando arena, aparece el morro del Audi. Con una eslinga lo enganchan a la parte trasera del Toyota, que tira de ellos hasta sacarles de la duna.
Una vez liberados salen del coche, se abrazan a sus compañeros y agradecen calurosamente al extremeño su ayuda. Todavía no han comido y alguien sugiere compartir un almuerzo a base de embutido ibérico y buen vino.
Durante la comida, Rafael cuenta que es ingeniero de minas y trabaja para una importante empresa española que ha obtenido una concesión en Mauritania. Dedica su tiempo libre a recorrer el desierto en camello vestido de pastor.
Después de una agradable sobremesa, los viajeros se despiden de Rafael y continúan hacia el poblado de Arkeiss. Montan las tiendas de campaña en la playa y se dan un merecido baño en el mar. Luego se dispersan. Unos suben al peñón del cabo Tafarit para contemplar el paisaje, otros dan un paseo por la playa hasta el final, otros leen, otros se echan la siesta.
CAPÍTULO SIETE: LA PLAYA DE LOS FANTASMAS
Por la noche encienden una hoguera y, mientras comentan las aventuras que han vivido hasta ese momento, ven acercarse las luces de un coche.
Se trata de un fantasmagórico Peugeot 504 conducido por un joven, que desciende del vehículo y les saluda tímidamente.
- Fijaros bien, no es una persona sino un fantasma. Comenta Martín en voz baja.
- ¿No era esa otra de las premoniciones del niño levitador? Pregunta Juan.
- Si, por la pinta éste debe ser el fantasma de viajes pasados, dice Jaime. Le ofrece un vaso de vino y le invita a compartir la sobremesa mientras los demás le contemplan en tensión.
- ¿De dónde vienes? Le pregunta Raquel.
- De Argelia, contesta el fantasma en azul.
- ¿Y qué tal?
- Bien, todo bien, ningún problema.
- Tenía entendido que viajar ahora por Argelia es peligroso, le pregunta Martín.
- También es peligroso quedarse en casa y atrofiarse. De todas formas, las balas me rebotan y soy invisible a los ojos de los bandidos. Estoy inmunizado contra cualquier peligro.
- Dios mío, es un auténtico fantasma. Comenta Raquel en voz baja.
Los demás se miran estupefactos. Se produce un momento de silencio. Martín reprime en el último momento el comentario "ha pasado un ángel", y Nico interviene para aligerar la tensión:
- Hablando de peligros, he leído en la página web del Ministerio de Asuntos Exteriores que viajar a Costa de Marfil es totalmente desaconsejable, hay muchos problemas de seguridad.
- ¿Qué es "páginaueb"? ¿Dónde está Costa de Marfil? El joven fantasma abre su agrietado mapa Michelín de África Occidental, localiza Costa de Marfil y rápidamente traza una ruta imaginaria con el dedo.
- Me voy corriendo a Costa de Marfil.
- ¿No te da miedo ir solo? Pregunta Raquel.
- No tengo miedo a nada.
- Está ebrio, comenta Nico
- ¡Pero si todavía no ha empezado a beber! exclama Jaime.
- Borracho de entusiasmo y sediento de aventura. Busca problemas y los encontrará, augura Nico.
El fantasma arranca su coche, que ha perdido el tubo de escape y suena como un bólido de competición. Se despide con una sonrisa y desaparece en el horizonte a gran velocidad, saltando entre las dunas.
Al cabo de un rato, la tierra comienza a vibrar. Un lejano rugido mezclado con chirridos va ganando fuerza hasta el estremecimiento. Jaime les tranquiliza:
- Debe ser el famoso tren que lleva mineral de hierro desde Zouerat hasta Nouadhibou, por lo visto uno de los más largos del mundo. Es una pena que sea de noche, porque me han dicho que es un espectáculo digno de verse.
- Imposible, las vías de tren más cercanas están a más de 100 km de aquí, dice Martín.
- ¿Tendrá algo que ver con la premonición del niño levitador sobre el fantasma del último viaje? Pregunta Nico.
Los demás se alarman. Demasiadas emociones para un solo día.
De la oscuridad surge una imponente máquina a vapor, tirando de una interminable fila de vagones de pasajeros. Es el tren de la muerte. Circula lentamente, pero nunca se detiene. En él viajan todas las personas que han fallecido.
Cada uno de los protagonistas de nuestra historia ve a los seres queridos que emprendieron su último y definitivo viaje. Conscientes del enorme privilegio que supone verles nuevamente, les saludan con cariño y les dicen lo mucho que les echan de menos. Todos van cómodamente sentados en su sitio, tienen buen color y aspecto saludable. Su imagen refleja el mejor recuerdo que dejaron en vida.
Raquel busca ansiosamente al que fuera su novio, instructor de vuelo que pereció hace 10 años en un accidente de aviación. Desde entonces no había vuelto a ser feliz. Cuando le localiza, un montón de buenos recuerdos aflora y llora emocionada. El novio parece decirle con la mirada que no piense más en el pasado y disfrute de la vida mientras pueda. Raquel no puede articular palabra, y levanta su mano derecha para despedirse.
De pronto, Jaime exclama:
- ¡Ahí está Rogelio el conserje de mi casa! ¿Qué haces ahí? ¿No tenían que operarte?
- Si, ya me operaron, contesta Rogelio con cara de circunstancias.
- ¿Y qué tal? Pregunta Jaime justo antes de arrepentirse por su evidente indiscreción.
- Bueno, podría haber ido mejor, contesta Rogelio con una sonrisa.
- ¿Cómo te sientes?
- En paz.
- Bueno, ya nos veremos.
- No te quepa la menor duda, es su inquietante despedida antes de añadir: ¡pero tampoco tengas mucha prisa!
Los últimos vagones están vacíos, y en cada asiento figura el nombre de la persona que tarde o temprano lo ocupará.
Cuando el tren desaparece, todo vuelve a la normalidad. Regresan alrededor del fuego y comentan la extraordinaria experiencia que acaban de vivir.
Después de un rato de animada charla, ven a lo lejos luces de vehículos cada vez más próximas. Esta vez no se trata de ningún fantasma, sino de un grupo de viajeros franceses en 4x4 equipados para travesías por el desierto. Montan su campamento cerca del acantilado y se preparan una suculenta cena. Al cabo de un rato, el guía del grupo se acerca a los españoles. Saluda con una sonrisa, aunque sus ojos reflejan cansancio acumulado después de 7 semanas de viaje.
Se llama Roger, tiene 35 años, habla varios idiomas y se muestra encantado de practicar español. Cuenta que hace unos meses un grupo veteranos aficionados al 4x4 le contrató para que les guiase por África occidental. Después de un mes y medio juntos, la convivencia se ha deteriorado y explica el motivo:
- Me siento frustrado porque pienso que no he sido capaz de
conseguir
que disfruten del viaje. Se conocen desde hace años, y tenemos gustos
completamente diferentes. La primera noche que acampamos en Mauritania
uno
de ellos comentó: "Los desiertos son todos iguales. Visto uno, vistos
todos."
En Bamako vimos por primera vez el río Níger, y solo se fijaron
en lo sucio que parecía. Luego fuimos al País Dogón,
que para mí es una maravilla, y alguien comentó que le
parecía una cosa curiosa, pero añadió que no merecía
la pena hacer tantos kilómetros solo para ver "eso". Después
de visitar el País Lobi, que es una pasada, uno dijo que "le habían
sobrado dos sukalas". Y así todo.
El francés termina por soltarse y se desahoga de lo lindo, criticando hasta los gustos culinarios de sus clientes. A continuación expone lo que desde su punto de vista debe ser la actitud de un viajero:
- Disfrutar viajando por África no puede conseguirse sin esfuerzo. Es como hacer el amor, no se puede pretender que la otra parte lo haga todo. Si uno viaja por África como simple espectador, lo más seguro es que acabe defraudado.
Los españoles le escuchan divertidos. La última parte ha captado sobre todo la atención de Raquel y Juan, que desde hace algunos días disfrutan haciéndose compañía. Liberado el peso que oprimía su corazón por el fantasma del novio fallecido, Raquel invita a Juan a dar un paseo por la playa.
La marea ha bajado completamente y la luna llena ilumina un mar plateado. Caminan descalzos sobre la arena húmeda y comentan las aventuras del viaje. Luego hablan de música, cine y otras trivialidades hasta que Juan, deseando el contacto con Raquel, se ofrece para leerle la mano aún sin tener ni idea de quiromancia. Raquel acepta el juego y una caricia sucede a otra aumentando la temperatura hasta desembocar en una noche de pasión desatada entre las dunas, el desierto, el mar, la luna, el cielo y las estrellas.
Al día siguiente Raquel y Juan son los últimos en despertar. Los demás desayunan tranquilamente mientras el francés, que ya ha recogido su tienda de campaña, continúa machaconamente dale que te pego con su rollo Macabeo:
- Habíamos quedado en salir hoy de madrugada para atravesar las zonas de arena antes de que empiece a hacer calor, y miradles: uno se ha puesto a pescar, su mujer se está bañando, otro lleva dos horas desayunando, y algunos ni siquiera han amanecido.
Luego continúa su perorata sobre lo que él considera "el arte de viajar" que no acepta contradicciones. Los españoles comienzan a pensar que quizás se trate de un fantasma, aunque de diferente naturaleza a los que conocieron la noche anterior. Roger calla cuando ve que dos de sus clientes se acercan para darles los buenos días. Parecen felices. Ante el asombro de Roger, comienzan a elogiar su trabajo:
- Monsieur Roger, estamos muy contentos contigo, nos has llevado a sitios maravillosos y has tenido mucha paciencia con este grupo de pobres jubilados. Nos has ayudado a hacer posible nuestro sueño de viajar juntos por África, que es lo que queríamos. Ayer estuvimos hablando, y tomamos un par de decisiones importantes. La primera es que nos vamos a quedar aquí unos cuantos días más. Este sitio tiene algo especial, nos encontramos muy a gusto.
El rostro bronceado de Roger comienza a perder color, y con la boca entreabierta su lengua se paraliza.
- La segunda decisión es que a partir de este momento te liberamos de tu trabajo. Ya conocemos el camino de vuelta y no queremos entretenerte más. Además te vamos a pagar el doble de lo que pactamos.
El francés le entrega un abultado sobre repleto de billetes de 50 euros, que Roger acepta abrumado. Desposeído de su papel de víctima incomprendida, se da cuenta de lo equivocado que estaba en sus apreciaciones. De pronto siente una gran simpatía hacia sus clientes, sin dejar de planear el regreso en solitario. Se despide primero de los españoles, y después de cada uno de sus compañeros de viaje sin escatimar abrazos, aspavientos y parabienes. Finalmente toma la pista hacia la carretera que une Nouadhibou y Nouakchott, pero regresa al cabo de diez minutos. Después de 7 semanas de intensa convivencia, se resiste a estar solo. Ante el regocijo de todos, les comunica que ha decidido quedarse un días más con ellos en la playa.
- ¿Qué demonios? Termina diciendo, antes de quitarse la ropa y zambullirse en el mar.
Martín comenta que en esa playa no solo aparecen fantasmas, sino que a veces también desaparecen. Los demás españoles recogen el campamento entre carcajadas, se despiden de los franceses y atraviesan esta vez sin percances el tramo de desierto hasta la carretera. Por la tarde llegan a Nouakchott con tiempo para visitar la lonja de pescadores, donde se entretienen fotografiando a los trabajadores que transportan el pescado y a los ladronzuelos que intentan robarles los peces.
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Después buscan alojamiento en el albergue Sahara, donde toman una merecida ducha.
De noche van todos menos Eduardo, que permanece encerrado en sí mismo, a la pizzería Lina para cenar.
CAPÍTULO OCHO: UN DEMONIO ENTRE NOSOTROS
Al día siguiente Lucas y Eduardo se acercan en el Audi a un supermercado bastante moderno para comprar provisiones, mientras los otros desayunan tranquilamente en el albergue. Planean ir a la embajada de Malí para solicitar los visados y luego piensan acercarse al mercado para cambiar moneda.
De pronto comienzan a oír el ruido de una sirena cada vez más fuerte. Un Toyota pick-up blanco y azul de la policía se acerca a toda velocidad y se detiene en seco delante del albergue, levantando gran polvareda. De la parte trasera saltan 6 agentes armados con Kalashnikovs. Entran en el recinto y gritan a todos que no se muevan. El conductor se queda custodiando el vehículo. El otro ocupante de la cabina parece ostentar el mando y franquea la entrada sin prisas. Ordena a dos de sus hombres que permanezcan con él, a otros dos que vigilen la parte trasera, y a otros dos que suban a la azotea.
La dueña del albergue se identifica como tal y pregunta qué pasa. El comisario le saluda con corrección y le responde que tienen instrucciones para ocupar el albergue y retener a todos sus ocupantes hasta nueva orden. Parece tranquilo, aunque se le nota en guardia. Suena su teléfono móvil, y se lo lleva a la oreja con rapidez. Cuando cuelga da nuevas instrucciones. Ordena a los asustados españoles que se metan en uno de los dormitorios y se sienten en las camas, mientras él se queda de pie junto a la puerta, con el dedo pulgar de la mano derecha colgado de la parte del cinto más cercana a la pistolera donde se aloja su Star 28 PK reglamentaria.
Al cabo de un rato aparece un Nissan Patrol de la Gendarmerie con los cristales tintados. De él desciende dos agentes de la Sûreté National vestidos de paisano y una chica rubia de complexión atlética. Pasan directamente a la habitación donde se encuentran los españoles.
La chica les mira uno por uno. Parece nerviosa e insegura. Finalmente se dirige a uno de los dos agentes de paisano, y le comenta con miedo de haber metido la pata:
- Lo siento, no es ninguno de éstos.
Los agentes se miran y alzan las cejas. Con sus expresiones de reproche parecen pedir una explicación por haberles levantado de la cama tan temprano. Cruzan algunas frases en su idioma, y salen al exterior.
Martín detecta en la rubia un acento familiar, y le pregunta si habla español. Ella responde:
- Si, menuda movida. Se me va a caer el pelo.
Todos están demasiado confusos como para articular palabra, así que ella continúa:
- Supongo que os merecéis una explicación, ¿verdad? Pues os lo voy a contar todo, quizás así podáis darme alguna pista sobre las personas que os habéis encontrado a lo largo de vuestro viaje. El sábado 29 de julio salí con unas amigas por la zona de Huertas, en Madrid. En uno de los bares donde entramos, entablé conversación con un chico que parecía majo. Estuvimos tomando copas hasta las 4 de la mañana, y cuando más nos estábamos riendo, empezó a desvariar. Me dijo que al día siguiente se iba de viaje a África para vengarse de unos moros que habían matado a sus padres. Se había puesto de acuerdo con un grupo de viajeros que no conocían sus planes para pasar desapercibido. Pensé que me estaba vacilando, y le pregunté en bromas cómo pensaba llevar a cabo sus asesinatos.
Ante la cara de estupor de los viajeros españoles, la chica se siente obligada a aclararles que es policía municipal, y le apasiona la criminología. Luego continúa:
- Me dijo que a uno lo ahorcaría con una correa de ventilador, y a otro lo mataría de sed en medio del desierto. Le tomé por loco y por su puesto no quise decírselo a nadie por miedo a perder credibilidad en el trabajo. Pero durante los días siguientes no dejé de consultar en Internet periódicos africanos. Hasta que en uno marroquí encontré una pequeña reseña sobre un extraño intento de estrangulamiento de un mecánico en Guelmin. Seguramente lo habría achacado a una casualidad, de no ser por que el arma empleada había sido una correa de ventilador. Inmediatamente se lo dije a mi jefe, que proporcionó toda la información que disponíamos a INTERPOL. Nos dijeron que se ocuparían del tema, pero al cabo de unos días comprobé que no habían avanzado nada en su investigación y decidí actuar por mi cuenta. Pedí dos semanas de vacaciones y volé a Nouadhibou, desde donde he venido siguiendo la pista de todos los grupos de viajeros españoles que pasaron ese día por Guelmín. Pero me he encontrado con que en agosto hay muchos grupos de españoles, esto es enorme y es difícil localizarlos. En fin, seguiré buscando, mil perdones por las molestias. Por cierto, no me he presentado, me llamo Elvira.
Dentro del cerebro de Seve, una lucecita roja comienza a parpadear. Sus neuronas se conectan hasta llegar a una dolorosa conclusión, y le cuesta explicarse:
- ¡Espera!, creo que… con nosotros viaja… yo no le conocía de antes… parece un poco raro…
Está a punto de comentarle la actitud de Eduardo durante la conversación con los inmigrantes que viajaban en patera, pero se da cuenta de que no sería capaz de explicarle lo del tsunami, ni las premoniciones del niño levitador sobre el demonio que hay entre ellos.
- ¡Ha sido Eduardo! Sentencia Nico, que nunca había sentido ninguna simpatía por aquel al que ahora acusaba.
Los demás parecen estar de acuerdo. Le explican a Elvira que Eduardo también viaja con ellos, y había salido junto con Lucas a comprar comida. En ese momento oyen el inconfundible ruido a tubo de escape roto del Audi, que aparca delante del albergue. Salen todos corriendo y rodean el coche. Martín abre la puerta del conductor. Dentro solo se encuentra Eduardo, que parece alucinado por el recibimiento y las preguntas de sus compañeros de viaje:
- ¿Dónde está Lucas? ¿También lo has matado? ¿Dónde has escondido su cuerpo?
Intentando abrirse camino entre los exaltados viajeros se encuentra Elvira, que nada más verle exclama:
- ¡No es él!
- ¿Cómo que no es Eduardo? Pregunta Raquel.
- Os digo que éste no es el chico que me contó lo de la venganza, asegura Elvira.
De pronto se hace un silencio. Eduardo desciende del coche y les mira con reproche, mientras saca del maletero unas galletas de chocolate para desayunar.
- Puede que tenga ideas "políticamente incorrectas", pero no mato a nadie.
Y añade:
- Que os den.
Los demás se quedan callados y avergonzados, hasta que Elvira rompe el silencio:
- ¿Quién es Lucas?
- Nadie, un chico normal, contesta Martín.
A la memoria de Elvira acuden casos relacionados con su vida laboral, y dice:
- Os asombraríais de las cosas que son capaces de hacer las personas normales. ¿Tenéis una foto suya?
Nico esquiva a los funcionarios mauritanos que han asistido atónitos a la escena de la falsa acusación, entra en el albergue y sale con su cámara de fotos digital. Busca en vano alguna foto en la que aparezca Lucas, y se acuerda de que Lucas siempre se ofrecía para tomar las fotos de grupo. Bromeaba diciendo que ya habría tiempo de añadir su cara con el Photoshop.
Los demás toman sus cámaras y comienzan una frenética búsqueda del rostro de Lucas. Finalmente Juan la encuentra y comenta:
- No se ve muy bien, porque la tomé con un gran angular y se le ve la cara amelonada. Recuerdo que cuando iba a hacer la foto, se apartó apresuradamente para no aparecer.
Elvira lo mira, y después unos segundos de reflexivo silencio, asiente:
- Es él.
- ¿Estás segura?
- Si. Es él. Hay que encontrarle cuanto antes.
Se dirige a Eduardo, que come galletas de chocolate pasando de todo, y le pregunta dónde está Eduardo.
- Me dijo que se iba al mercado a comprar frutas, porque las del supermercado le parecían muy caras. Lo dejé en el centro, delante de una agencia de alquiler de coches.
Martín le pide que les lleve al sitio exacto donde le vio por última vez. Eduardo accede a regañadientes. Montan en los dos vehículos. Los funcionarios mauritanos no hablan español, pero han seguido de cerca las conversaciones y se han percatado de la situación. Les siguen con sus vehículos. La caravana avanza a gran velocidad por las calles de Nouakchott. En ocasiones deben subirse a las aceras para evitar los atascos, práctica habitual de los mauritanos que a ningún peatón sorprende.
Paran delante de la agencia de alquiler de coches, y van preguntando a la gente si alguien ha visto a una persona con las características de Lucas. No tienen que ir muy lejos, ya que en la misma agencia les dicen que Lucas acababa de alquilar un Toyota 4x4 con conductor, para visitar el Parque Nacional Banc d'Arguin.
Los españoles intuyen que algo horrible está a punto de ocurrir, y estarían convencidos si supiesen la increíble historia secreta de Lucas.
Hijo único de padres millonarios, desde pequeño siempre había estado rodeado de comodidades. Ropa de marca, chofer, cocinera, vacaciones en hoteles de lujo, los mejores colegios… que por su conflictividad no le aguantaban más de dos meses seguidos. Pronto empezó a meterse en líos, que crecieron en relación a su estatura. Las travesuras dieron paso a los delitos, que terminaron convirtiéndose en crímenes.
Después de intentar enderezarlo con psicólogos, charlas, reuniones de grupo, premios y castigos de todo tipo, los sufridos padres acudieron a métodos menos convencionales. En verano de 1994 compraron un viejo Peugeot 505, y emprendieron con su hijo en un viaje por África con la intención de someterle a una fuerte experiencia que le hiciera cambiar.
El viaje fue bien al principio, ya que en parte la actitud problemática de Lucas siempre había sido una forma de llamar obsesivamente la atención de sus progenitores. Pero a mitad de viaje, comenzó a aflorar la personalidad extremadamente egoísta que él mismo se había empeñado en forjar con gran éxito.
En Guelmin se les rompió la correa del ventilador. Llevaron el coche a un taller. El mecánico no encontró en toda la ciudad una correa de repuesto exacta a la que tenían, y puso otra provisional. Aconsejó a Lucas que en Laayoune buscase otra para sustituirla, pero Lucas consideró que un grasiento mecánico no tenía suficiente categoría como para decirle lo que tenía que hacer, y le ignoró.
En Nouadhibou, los padres contrataron a un guía para que les llevase hasta Nouakchott por pistas, ya que todavía no existía la carretera. Pero Lucas le cogió manía desde el principio y continuamente le agraviaba. Durante la cena le dio para comer carne de cerdo diciéndole primero que era vaca y luego contándole la verdad. Le dio una patada en el trasero mientras estaba rezando. Le insultó gravemente y finalmente le arreó un sopapo. El pobre guía, pensando que había topado con un loco y temiendo por su vida, se subió al primer taxi Toyota que encontraron y desapareció. No le aguantó ni 20 horas seguidas.
Pese a la oposición de sus padres, Lucas tomó el volante del Peugeot y condujo hacia donde él pesaba que había una pista mejor que aquella por la que les había llevado el guía. Pero lo cierto es que el guía se conocía el desierto como la palma de su mano, les había llevado por el camino más recomendable, y esa supuesta otra pista mejor no existía. Terminó por perderse entre las arenas del oued de Khatt Atoui, donde la correa provisional que había cambiado el mecánico de Guelmín reventó.
Se hizo de noche y, mientras los padres dormían, Lucas decidió irse por su cuenta llevándse toda el agua que quedaba. Anduvo durante tres días hacia el oeste hasta que se desmayó agotado y deshidratado cerca de la pista de Chami. Le recogió un camionero mauritano, que le llevó lo más rápido que pudo hasta Nouakchott, desde donde le repatriaron a España. Durante los días siguientes hubo grandes tormentas de arena, y cuando pudo volar el helicóptero de Protección Civil, no encontraron ningún rastro del Peugeot. Los padres de Lucas fueron dados por desaparecidos.
Finalmente los padres de Lucas habían alcanzado en parte su objetivo: cambiar la personalidad de su hijo sometiéndole a una fuerte experiencia. Lamentablemente, el cambio había sido a peor. Lucas nunca fue capaz de asimilar que había abandonado a las únicas personas que le querían, llevándose el agua. En su mente creó otra realidad que acabó creyendo sin fisuras: sus padres habían perecido por culpa de un complot entre el mecánico de Guelmin y el guía que les había abandonado en medio del desierto. Mientras tanto, él se había jugado la vida para ir a buscar ayuda, pero cuando le rescataron a nadie se le ocurrió ir a buscar a sus padres.
En su mente enferma comenzó a planear la venganza. Contrató detectives que identificaron y averiguaron dónde se encontraban tanto el mecánico como el guía. El mecánico se había trasladado a un barrio nuevo de Guelmín, mientras que el guía trabajaba ahora como conductor en una agencia de alquiler de coches de Nouakchott. Gastó parte de su herencia en viajes a Estados Unidos para solicitar a la NASA que averiguase mediante satélites la localización exacta del sitio donde quedaron sus padres.
Esas son precisamente las coordenadas hacia donde se dirige Lucas con ayuda de un GPS Magellan Meridian Platinium, en el Toyota alquilado y en compañía del infortunado conductor ex guía que tuvo la mala fortuna de ofrecerle sus servicios hace 12 años. Desgraciadamente el guía no ha reconocido a Lucas, ya que su vista ha sufrido mucho en el desierto por culpa de la arena y el sol cegador. Además, Lucas se toma muchas molestias para taparse la cara con turbante y gafas de sol.
Lucas indica la dirección que deben seguir. No romper el coche es la principal preocupación del conductor, que incluso se alegra de que un turista quiera visitar sitios diferentes, alejados de las rutas principales.
Finalmente llegan al sitio indicado por los empleados de la NASA como el más probable para la localización de coche perdido. Efectivamente, allí se encuentra el Peugeot, docenas de veces enterrado por la arena que mueve el viento, otras tantas veces desenterrado por el mismo viento. La carrocería pulida hasta quedarse en una delgada capa de metal, desparecida en parte.
El plan de Lucas consiste en abandonar allí al conductor y desaparecer, pero no puede resistir el echar un último vistazo al interior del vehículo, quizás temiendo ver los cadáveres momificados de sus padres. Siempre pensó que ese sería un final mejor al de ser devorados por las alimañas.
Abre la puerta del conductor con el corazón acelerado y el pulso tembloroso. El interior está vacío. Va hacia el matero y lo abre con dificultad. Tampoco hay nada. Su mente se bloquea, no entiende lo que pasa y se deja caer en el asiento del copiloto. Instintivamente abre la guantera, y descubre una carta manuscrita. Con la respiración entrecortada lee:
"Lucas: Te queremos mucho pero después de los últimos acontecimientos ya no podemos más. No hemos sido capaces de hacer de ti una persona con la que se pueda convivir".
Lucas recuerda los últimos acontecimientos a los que se refiere la carta, acontecimientos para los que siempre se había mostrado extremadamente indulgente consigo mismo: El homicidio de aquel mendigo (yo solo encendí una cerilla, fue otro quien echó la gasolina). La violación de la muchacha inmigrante (ella me provocó). La estafa en el plan de pensiones a un grupo de jubilados (me quitaron la paga y no me dejaron otra opción. Además todo iba bien hasta que un viejo se chivó).
Siguió leyendo:
"Quemamos un neumático y el humo negro atrajo la atención de una pareja de alemanes que viaja en una autocaravana muy bien preparada. Vamos a seguir con ellos hasta Sudáfrica, y después tomaremos un vuelo a Australia, donde comenzaremos una nueva vida. Que Dios nos perdone, pero hemos sufrido mucho y no vemos más opciones. Te dejamos toda nuestra fortuna, para que no padezcas las penalidades económicas que soportamos nosotros de jóvenes. Perdónanos."
Lucas grita, arruga la carta, la rompe en pedazos y la tira. Golpea el coche con brazos y piernas. El conductor reconoce esa actitud y se acuerda de lo que pasó hace 12 años. Siente miedo, se introduce en el Toyota, sube las ventanillas y cierra las puertas esperando que Lucas se calme.
De pronto empieza a soplar un fuerte viento que levanta la arena hasta impedir completamente la visión. Lucas se sienta de cuclillas apoyado en una de las ruedas delanteras del Peugeot, tapándose la cara con las manos. El viento viene acompañado del tremendo zumbido que emite el motor del moderno helicóptero Bell 412 de Protección Civil, con capacidad para 14 personas. De él descienden los dos agentes de la Sûrete National, Elvira, el comisario de policía y dos gendarmes que esposan sin contemplaciones a Lucas y le introducen en el helicóptero. El comisario de policía mira a Elvira, que después de contemplar a Lucas, asiente con la cabeza. El comisario informa a Lucas:
- Señor, siguiendo órdenes de INTERPOL, queda usted detenido por intento de asesinato del ciudadano marroquí Mbar el Nekkavi.
- ¿Cómo que intento? ¿No murió? Es lo único que se le ocurre preguntar a Lucas.
El comisario sonríe y piensa: "éste tío, además de ser un capullo es un inútil". Luego mira a Elvira y suspira.
- No, señor. He dicho intento.
CAPÍTULO NUEVE: ELVIRA SE INCORPORA AL VIAJE
Regresan a Nouakchott. El guía en su coche y el resto en helicóptero. Después de prestar declaración durante toda la tarde en la comisaría, Elvira se dirige al albergue para despedirse. Los viajeros están a punto irse al restaurante Pizza Lina, y la invitan a cenar. Elvira acepta encantada, no ha comido en todo el día.
Martín y Elvira se sientan juntos. Después de la cena, Martín se ofrece para acompañar a Elvira a su hotel en taxi. Frente a la recepción del Monotel y a punto de despedirse, Martín oye una vocecita en su interior que le susurra: "ahora o nunca", y le dice a Elvira:
- Me ha encantado conocerte. Supongo que estarás cansada pero... ¿no te gustaría venirte al albergue con nosotros?
Elvira no se lo piensa dos veces, responde con un simple "vale" y recoge su pequeña bolsa de viaje. Cuando llegan al albergue se encuentran con que todos los demás ya están durmiendo. Suben a la terraza para contemplar el cielo estrellado, y conversan hasta el amanecer.
Martín ofrece a Elvira continuar el viaje con ellos hasta Bamako, ocupando el sitio que ha dejado libre el tormentoso Lucas. Nuevamente Elvira responde con un sencillo "vale", aderezado con una hermosa sonrisa.
Los demás viajeros se muestran encantados con la nueva compañera de aventuras, y todos juntos se dirigen a la embajada de Malí para solicitar los visados. El agente consular Boubacar Larabo Maiga les atiende amablemente, y les indica que podrán venir a recoger sus pasaportes al medio día.
Los viajeros aprovechan para acercarse al mercado y cambiar moneda. Los cambistas les rodean nerviosos, discuten entre ellos, intercambian empujones y algún que otro sopapo.
Después de recoger los pasaportes en la embajada de Malí, se dirigen al interior del país por la Ruta de la Esperanza. La carretera sube y baja grandes dunas color salmón.
Paran a comer en un austero restaurante de Boutilimit. Su único mobiliario consiste en una esterilla colocada en medio de una habitación sin ventanas. La dueña se alegra, e inmediatamente moviliza a un nutrido y variopinto grupo de personas que abarca desde ancianos a niñas. Una joven trae vasos de cristal nuevos, probablemente prestados de alguna tienda cercana. Al cabo de un rato la actividad desaparece. Los viajeros esperan durante media hora acompañados por las moscas y, cuando ya habían perdido la esperanza de saciar su apetito, otra joven aparece con una gran bandeja de sabroso cuscús y la deposita encima de la esterilla. Está compuesto por sémola de trigo, verdura y pescado.
Todos comen directamente de la bandeja, unos con cuchara y otros con la mano. Incluso Eduardo, que ha vuelto a encerrarse en su mundo donde parece encontrarse muy a gusto, disfruta con la rica gastronomía local. Nico le ofrece agua como gesto de buena voluntad. Eduardo la acepta sin inmutarse y sin mostrar la menor intención de abandonar su mutismo.
Pagan la cuenta y continúan el viaje.
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Antes de anochecer, se desvían por una pista hacia la derecha y acampan en un bonito paraje rodeado de extensas dunas. |
CAPÍTULO DIEZ: INCIDENTE EN ALEG
A la mañana siguiente llenan los depósitos de combustible en una gasolinera de Aleg, aparcan los coches y dan un paseo. En la calle principal encuentran un Nissan Patrol con matrícula portuguesa, y a cuatro viajeros discutiendo acaloradamente con un par de policías. Por lo visto un transeúnte les ha denunciado porque le han hecho fotos sin pedirle permiso.
Nico se acerca para tranquilizar los ánimos pero solo consigue alterar más a los policías, que por proximidad geográfica y similitud física han llegado a la conclusión de que portugueses y españoles viajan juntos.
Viéndose desbordado, uno de los policías pide refuerzos por teléfono. Su superior le contesta que no le apetece acercarse, y le ordena que se lleve a todos a la comisaría. El policía cuelga y se dirige a los europeos:
- Que me ha dicho mi jefe que vengáis todos a la comisaría.
Después de unos instantes de desconcierto, Eduardo rompe el silencio:
- No nos da la gana. No hemos hecho nada malo y no iremos a ningún sitio.
Al escuchar la contestación de Eduardo, la piel blanca de los demás viajeros adquiere más palidez que de costumbre. Por unos instantes desaparece el hermoso color bronceado que tan orgullosamente exhibían.
El policía vuelve a llamar a su jefe con mano temblorosa y le informa del escaso éxito de su propuesta. El comisario simplifica el problema reduciendo el número de detenidos. Sugiere que se acerquen con el responsable del grupo a la comisaría para "solucionar el problema". Eduardo se ofrece encantado, dejando a sus compañeros de viaje en el más absoluto desasosiego. Alguien comenta: "de aquí no salimos".
La comisaría se encuentra a escasos 500 metros, pero los policías no tienen muchas ganas de andar y paran un taxi contando con que la carrera correrá por cuenta del español. Pero al llegar a la comisaría, Eduardo les dice que lamentablemente se ha dejado la cartera con el dinero dentro del coche. Uno de los policías paga a regañadientes.
Una vez en presencia del comisario, los agentes comienzan un pormenorizado e interminable relato de los hechos. Cuando terminan se quedan mirando a Eduardo para que de su versión:
- Hemos venido a visitarles porque sin duda Mauritania es el mejor país del mundo. Sus playas son maravillosas, su desierto apacible, las montañas majestuosas, sus gentes amables, la comida exquisita y el clima perfecto. Somos turistas y fotografiamos todo lo que nos gusta. Sentimos haber causado molestias y pedimos disculpas.
Los mauritanos se quedan boquiabiertos. Al comisario le aburren los enfrentamientos y su única aspiración en la vida consiste en permanecer el mayor tiempo posible en su cargo. Se acerca al español, le da un fuerte apretón de manos y le despide con un "vaya con Dios, amigo".
Eduardo regresa andando donde sus compañeros de viaje, que le esperan inquietos. Les dice que ya está todo arreglado y no hay nada por lo que preocuparse. Los portugueses respiran aliviados y antes de despedirse obsequian a los españoles con cuatro botellas del mejor vino de Oporto.
Continúan el viaje por la Ruta de la Esperanza hacia el oeste.
La relación entre Raquel y Juan se ha ido enfriando desde su apasionada aproximación en Arkeiss. Durante los últimos años y por diferentes motivos ambos han sufrido por amor, cada uno se ha esforzado por moldear su carácter para sentirse a gusto con su soledad, y coinciden en evitar ataduras que pudieran acarrearles sufrimiento en el futuro.
En cambio, aumenta la atracción entre Elvira y Martín.
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Llegan al oasis de Djoûk y buscan un rincón tranquilo para acampar. |
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Descubren un pozo rebosante de agua y se dan una refrescante
ducha.
Por la noche preparan una suculenta cena a base de espaguetis, atún, queso y maíz. |
CAPÍTULO ONCE: EN BUSCA DEL COMBUSTIBLE
Al día siguiente llegan a Ayoûn el Atroûs. Se disponen a llenar los depósitos en una gasolinera, pero el empleado les dice que se acaba de convocar una huelga y no hay suministro en toda la ciudad.
- ¿Y ahora qué hacemos? Pregunta Jaime.
Juan sugiere bruscamente buscar el combustible donde sea y al precio que sea. Está agobiado porque su relación con Raquel se deteriora por momentos, y tiene ganas de llegar a Bamako lo antes posible.
Comienzan un peregrinaje por la ciudad recorriendo los mercados sin éxito. Preguntan en comercios y almacenes, pero nadie se muestra dispuesto a ayudarles.
Eduardo propone separarse y sin esperar la aprobación de sus compañeros se va en busca de alguna tienda donde vendan productos de plástico chinos. Compra cuatro pelotas de tamaño medio. Se dirige al sitio más concurrido del mercado principal, se sube a un bidón y empieza a hacer malabarismos con las pelotas. Primero con dos, luego con tres y finalmente con cuatro.
Pronto empiezan a acudir espectadores, que le contemplan alucinados porque nunca han visto nada igual. Al cabo de un rato se baja del bidón y comienza a hacer mímica con el número del cristal invisible. La gente alborozada se arremolina a su alrededor. Luego baila imitando a Michael Jackson y se dirige a la calle principal. Le sigue una muchedumbre cada vez más numerosa.
Pasan por delante de un cuartel. Los soldados que custodian la entrada creen que se trata de una revuelta y que vienen a por ellos, pero tienen el suficiente sentido común como para no disparar contra sus vecinos. Cierran apresuradamente las puertas y se dirigen al centro de comunicaciones para dar parte a sus superiores de Nouakchott. La radio es bastante sencilla y su mensaje es escuchado por docenas de radioaficionados en todo el mundo, que informan a las agencias de noticias. En poco tiempo las radios difunden el rumor de que en Mauritania ha estallado una revolución, encontrándose su epicentro en Ayoûn el Atroûs.
Ajeno al revuelo que ha causado, Eduardo considera que ha cumplido su objetivo de reunir un numeroso grupo de personas y pregunta en voz alta si alguien podría venderle gasoil para el Toyota y gasolina para el Audi, ya que dos de sus compañeros de viaje están mosqueados y desean largarse cuanto antes.
Un mauritano elegantemente vestido que ha disfrutado como un enano con la actuación, le indica que le siga y le lleva hasta un comercio. Habla con el encargado, que se dirige a la trastienda y regresa con dos bidones de 20 litros cada uno. Antes de preguntarle el precio, Eduardo le pide que espere un instante y regresa a los coches, donde se encuentran sus compañeros de viaje, aburridos de dar vueltas. Se lleva las cuatro botellas de vino de Oporto y se las ofrece al mauritano a cambio del combustible. El mauritano acepta encantado y promete que no son para beber sino para vender. Como si a Eduardo le importase algo.
Eduardo regresa a los coches con los bidones, dejando impresionados una vez más a sus compañeros de viaje. Después de rellenar los depósitos, toman rumbo sur hacia la frontera con Malí.
Estacionan los coches frente a la aduana de Gogui, que se encuentra cerrada por ser la hora de comer. Los viajeros sacan sus provisiones y se preparan unos bocadillos.
CAPÍTULO DOCE: ENTRADA EN MALÍ
Por fin aparece el funcionario de la aduana, que sella la salida de los vehículos en los pasaportes de sus propietarios. Después de unos kilómetros, cumplimentan más trámites de salida con la policía y la gendarmería. Las formalidades de entrada en Malí se hacen en Nioro du Sahel, donde llegan casi de noche.
Se dirigen primero a la aduana, atravesando callejuelas llenas de agujeros y charcos. Entran en el patio, bajan de los coches y solicitan un "laissez-passer touristique" al funcionario, que se encuentra apoyado en una barandilla. Al principio no contesta. Tiene los ojos vidriosos. Después de ser interpelado por segunda vez, se incorpora y baja las escalerillas tambaleándose. Toma la documentación de manos de Martín y la contempla durante un rato sin percatarse de que está al revés. Martín no sabe si pensar que tiene dotes especiales para leer al revés, o está borracho como una cuba. Finalmente se decanta por la segunda opción.
Primero les comunica con aspereza que la aduana está cerrada, y que deben regresar al día siguiente. Luego les dice que cuando vuelvan traigan dinero para pagar una caución por el valor del Audi, ya que está firmemente convencido de que pretenden venderlo ilegalmente en Bamako. A continuación les informa de que va a abrir una investigación, ya que sospecha que los españoles pertenecen a una trama internacional de venta de vehículos robados. Les advierte que es inútil escapar hacia Mauritania, ya que se acaba de producir un golpe de estado en ese país, y la frontera está cerrada. Exige ver los números de chasis, ya que su fino olfato le indica que han sido modificados.
Eduardo se adelanta y toma la palabra:
- Usted está borracho, dice tranquilamente.
El silencio glacial que sigue a este comentario solo dura tres segundos, pero parece una eternidad. Nuevamente la piel blanca de los demás viajeros adquiere más palidez que de costumbre.
- ¿Usted sabe lo que dice? Balbucea el funcionario, sorprendido.
Eduardo contesta con otra pregunta:
- ¿Qué cargo ocupa?
El funcionario dice que es controlador de la aduana. Parece haber perdido su prepotencia. Eduardo le mira a los ojos y le reprende:
- Usted ostenta un cargo público. Sus compatriotas han confiado en usted para representarles a la entrada de su país, y su comportamiento es indigno. Además es usted una vergüenza para el Islam, que prohíbe terminantemente el consumo de alcohol.
Nico se acuerda de lo que ha hecho Eduardo hace solo unas horas con las botellas de vino, y reprime una carcajada. Seguramente se partiría de risa si supiera que es precisamente una de esas botellas la que corre por las venas del funcionario, después de haber hecho un viaje relámpago desde Ayoûn hasta Nioro en el pick-up de un comerciante mauritano bien relacionado con la aduana.
Sin esperar contestación, Eduardo recupera la documentación, indica a los demás que monten en los coches y se van, dejando al controlador en el más absoluto de los desconciertos.
Acampan cerca del aeropuerto.
Al día siguiente regresan a la aduana. El funcionario borracho se encuentra con toda probabilidad durmiendo la mona, y les atiende el jefe amablemente. Mientras les expide sin problemas los permisos para los coches, comenta que en Mauritania están buscando a un agente extranjero instigador de la revuelta de Ayoûn, pero nadie sabe nada.
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Continúan hacia Diéma. Por el camino van parando en los poblados que más les gustan para conocer a sus habitantes, que les reciben afectuosamente. |
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Se pierden y un anciano les indica el camino. |
Ha llovido y la pista está embarrada. |
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Paran a comer a la sombra de un gran árbol.
Se acerca el final del viaje y cada uno tiene un motivo diferente para entristecerse. |
Elvira y Martín no quieren que llegue el momento de la despedida.
Raquel y Juan lamentan en silencio haber perdido la capacidad de amar.
Eduardo ha empezado a sentir aprecio por sus compañeros.
Seve detesta la idea de regresar a su vida monótona y anodina.
A Nico le duele no haber conseguido olvidar a su ex novia.
Jaime tiene hambre, el bocata de atún le ha sabido a poco.
CAPÍTULO TRECE: LA DESPEDIDA
Llegan a Bamako antes del anochecer y se alojan en el hotel Dakan. Después de una ducha, se dirigen andando al restaurante Relax. Se sientan en la terraza. Piden la cena y abundante cerveza Castel, que beben en silencio mientras se disponen a hacer balance del viaje.
- Al final el niño levitador acertó en todas sus premoniciones, dice Seve. Nadie contesta, porque les cuesta admitir que el destino esté escrito. En el fondo todos anhelan ser dueños de su propio sino. Seve se da cuenta y añade:
- Menuda casualidad, ¿verdad?
Todos se miran y asienten, como si una opinión tuviera más certeza por el hecho de ser compartida. El asunto queda zanjado porque nadie más se atreve a añadir ningún comentario.
Seve tiene ganas de hablar y cambia de tema:
- Éste ha sido el mejor viaje de mi vida. Es cierto lo que me habían dicho de que África te transforma.
- Yo más bien diría que en África hay más oportunidades o se dan las condiciones para que aparezca la auténtica personalidad de cada uno, añade Juan.
Martín está contento y opina que en África afloran las mejores cualidades de cada uno.
Después de la cena, Elvira y Martín se levantan para ir al hotel. Les acompañan Raquel y Juan, que por el camino conversan en voz baja. Juan propone a Raquel que compartan su soledad, y ella accede.
Jaime, Eduardo, Seve y Nico se quedan en el restaurante y piden más cervezas. Seve está preocupado porque Nico no ha dicho una palabra en toda la noche, y le pregunta si tiene algún problema. Nico contesta que decidió hacer el viaje para tratar de olvidar a una chica con la que había cortado.
- ¿Y qué tal? ¿Lo has conseguido? pregunta Seve animado por el alcohol, aún a sabiendas de que la respuesta será negativa.
- Ni por asomo, tío. Sigo pensando en ella a todas horas. No me la quito de la cabeza. Todas las noches veo en la oscuridad sus ojos verdes.
Seve se empeña en tirarle de la lengua:
- ¿Qué pasó?
- Discutimos y me dijo que lo mejor era que nos separásemos durante algún tiempo, contesta Nico con la mirada fija en su vaso de cerveza.
Nuevamente en momentos de crisis reaparece Eduardo, esta vez como experto en el tema por haber tenido que superar en el pasado situaciones similares, y sin demasiado tacto como de costumbre le dice:
- Buenooooo, entonces ya, olvídate. Eso es que quiere deshacerse de ti.
- No puedo olvidarla. Sigo enamorado de ella, contesta Nico con la voz quebrada, y bebe medio vaso de un trago antes de que se le caliente.
Eduardo no se corta:
- Esas son dos cosas muy diferentes. Si no la puedes olvidar, a lo mejor es que estás obsesionado. Una cosa es estar enamorado, y otra estar obsesionado. Amar es sacrificarse por la persona que quieres. ¿Qué has hecho tu por ella?
- Bueno, yo... es que es una chica especial. Sus labios, su voz...
Eduardo le ataja:
- Nico, déjate de tonterías. Todas las mujeres son especiales. Tener labios y voz no es nada extraordinario. Y por muy especial que sea ella, tu lo eres más. Eres un tío cojonudo. El amor que ves en ella está dentro de ti. No tienes la culpa de que ella no sepa apreciar lo que vales.
Seve se muestra más práctico, y le pregunta si la ha llamado últimamente.
- Si, desde Nouakchott. Pero estaba ocupada y me dijo que me llamaría.
Eduardo se muestra inflexible:
- Nunca te llamará y nunca volverá contigo, no seas iluso. Si te escucha será por educación, y estará deseando que acabes para ocuparse de sus asuntos. Antes te quería y ahora no, suele pasar. Si la llamas para decirle que la quieres, solo conseguirás irritarla. Hazte a la idea de que ya no hay solución. Ellas deciden, así son las cosas.
En ese momento Nico aborrece la contundencia de Eduardo, pero conserva la suficiente cordura como para darse cuenta de que tiene razón. Mira a Jaime buscando complicidad, pero éste se ha bebido varias botellas de cerveza, y no se encuentra en condiciones de exponer argumentos demasiado profundos:
- Québienen-tra esssssta cerrrrveza, ¡eshstá riquííííísima!
Todos le miran, y Eduardo continúa sin inmutarse:
- Con respecto a ella no vas a hacer absolutamente nada. Ahora el problema está dentro de tu cabeza, y es ahí donde debes solucionarlo. En cuanto regreses haz cosas para distraerte. Apúntate a un gimnasio. Aprende a tocar algún instrumento. Mantente ocupado durante todo el día para que cuando llegue la noche puedas dormir bien.
- O aproende juegosh malabaressshhh, dice Jaime acordándose de Ayoun.
Seve se contagia con la franqueza de Eduardo, y le dice:
- Se nota que tienes experiencia en esto, con tu carácter seguro que te han dado muchas calabazas.
Eduardo no solo no se molesta, sino que agradece la sinceridad de Seve:
- Pues si Seve, muchas. Cada uno es como es. Yo nunca he dejado de ser yo mismo, y nunca he fingido nada para resultar más agradable ni para gustar a nadie. Pienso que en esta vida uno pude fallarle a otra persona y no pasa nada, porque si tiene buena voluntad, te perdonará. Pero uno no puede ni debe fallarse a sí mismo, porque siempre habrá una vocecita en tu interior que te recuerde continuamente que eres un farsante.
Jaime no es capaz de seguir el hilo de la conversación, y vuelve sobre el tema anterior:
- También esh-tá laal-ternativa dearrrrastrarse antella, humillarrrrse y hacerel ridículo másssshhhh spantoso. Y si nada deso da resultado, si-empre puedeuno ju-untarse con una pan-dilla de locossssh, rrrrrecorrer África yem-borracharse.
A continuación Jaime se levanta, abraza a Nico y le dice:
- Amigo, noes-tás solo. ¡Biennnnnvenido al club de losssh corazonesh rotos!
Luego empieza a cantar:
- "Y si somos los mejores bueno y qué, bueno y qué, y si somos los mejores bueno y qué, bueno y qué, y si somos los mejores bueno y qué, bueno y qué, y si somos los mejores, pues que se le va a hacer. Que te han pillao, que te han pillao, que te han pillao con el carrito del helao, que te han pillao, que te han pillao, que te han pillao con el carrito del helao".
Hasta que viene el dueño del restaurante y les invita amablemente a abandonar el local.
EPÍLOGO: ÚLTIMOS DÍAS DE VACACIONES
A la mañana siguiente durante el desayuno, Elvira y Martín comunican a los demás viajeros que van a cogerse más días de vacaciones, y han decidido continuar juntos el viaje por Burkina Faso y Togo en el Toyota. Se despiden calurosamente de sus compañeros de viaje, que tienen previsto regresar a España en avión.
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De camino a Sikasso, paran en un pequeño pueblo llamado Sanankorobá. |
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Charlan tranquilamente con los ancianos, que no muestran reparos en ser fotografiados. |
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Se divierten con escenas curiosas, como la de este motorista que tira de un carrito con un bidón de 200 litros. |
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Cruzan la frontera con Burkina Faso, y en Bobo-Dioulasso conocen a un guía llamado Mussa, que les proporciona alojamiento y les muestra los sitios más interesantes de la ciudad. |
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De camino a Banfora paran a contemplar un enorme termitero. |
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Deciden recorrer el país evitando las rutas principales. Toman la pista que va desde Banfora a Gaoua. |
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Desde Gaoua a Diébougou por carretera, y nuevamente por pista
hasta Leo.
Es época de lluvias y la vegetación está verde y frondosa. |
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Desde Leo toman otra pista hasta Pô. |
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Dos mujeres van al mercado en bicicleta. |
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Un viejo puente de camino a Tchamba, en Togo. |
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Regresan a Burkina Faso. Una zona inundada cerca de Tenkodogo. |
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Nuevamente en Malí se acercan a Ségou y se dan un paseo por el río Níger. |
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Coinciden con el barco Kankou Moussa, que durante la época de lluvias hace la ruta entre Koulikoro y Tombouctou. |
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Los caballos viajan en la proa del barco, sobre la cubierta. |
Al final el viaje se acaba, como casi todo lo bueno en esta vida. Aunque siempre quedará este relato, para que el que quiera pueda revivir las aventuras de los viajeros.