VIAJE TRANSAHARIANO ENERO 2003

Salimos de Madrid el 8 de enero 5 amigos de Albacete, Guadalajara, Segovia, Lérida y Madrid. Recogimos al sexto viajero, procedente de Murcia, en Santa Fe, cerca de Granada. Paramos en una gran superficie de Málaga para comprar comida y bebida. Decidimos transportar el equipaje de los 6 en el Toyota Hilux de doble cabina, que dispone de una caja independiente con capacidad para 700 kilos, y la comida en el maletero del Peugeot 505, distribuida en 6 cajas de cartón y perfectamente ordenada. Llegamos al camping de Manilva, montamos las tiendas y fuimos a cenar a un restaurante chino. Estuvo lloviendo durante toda la noche.

A la mañana siguiente fuimos a Algeciras, y embarcamos en el ferry que nos llevó a Ceuta, donde hicimos las últimas compras. El paso de la frontera con Marruecos fue rápido. A los pocos kilómetros encontramos la carretera cortada por culpa de unas inundaciones. Algunos vehículos habían intentado sin éxito atravesar un enorme charco, y tenían agua hasta en sus ceniceros. Tuvimos que desviarnos por un camino embarrado. En la circunvalación de Tetouan, un guardia de tráfico nos retuvo durante 15 minutos por una supuesta infracción de tráfico. Nos daba igual, estábamos de vacaciones y no teníamos prisa. Se cansó él antes que nosotros, y nos dejó continuar. Paramos a comer brochetas de cordero y patatas fritas en un restaurante que hay pasado Tetuán en dirección a Larache, en lo alto de un puerto. Llegamos a Kenitra, y decidimos buscar un alojamiento para pasar la noche. Las tiendas estaban mojadas, y cielo seguía cubierto de nubes. Nos alojamos en el modesto hotel Atlantique, frente al mar. Éramos los únicos huéspedes. Fuimos a cenar pescado a un restaurante cercano. También allí éramos los únicos clientes.

A la mañana siguiente visitamos la reserva natural de Sidi Bou Ghaba, al sur de Kénitra.

Una parada para estirar las piernas y hacer un poco el ganso por la carretera de la costa.

Por la tarde llegamos a Essaouira. Tres nos quedamos en el limpio pero pequeño y pedregoso camping de las afueras, y los otros tres buscaron alojamiento en el centro de la población. Después de un paseo, cenamos en el restaurante Mimosa.

Dediqué la mañana siguiente a limpiar el Toyota y a solucionar un pequeño problema en el embrague del Peugeot, mientras los otros visitaban Essaouira, la ciudad de Marruecos que más me gusta. Después de comer un delicioso y variado manjar a base de pescados en el puerto, proseguimos nuestro viaje circulando por la hermosa carretera de la costa. Sorteamos el incómodo tráfico de Agadir, y llegamos hasta Aglou Playa. Tomamos una pista hacia el norte, buscamos un rincón en lo alto del acantilado y montamos nuestras tiendas.

Por la mañana hice esta hermosa foto de nuestro pequeño campamento en lo alto del acantilado, con el mar al fondo.

Continuamos hacia Tan-Tan, donde compramos un pan riquísimo. El aceite marroquí también es muy bueno, y barato. Paramos en la costa para comer de nuestras provisiones, y por la tarde entramos a conocer Tarfaya. Llegamos a Laayoune, y estuvimos dando un paseo a pie por la ciudad. Cenamos un excelente pescado en el restaurante La Perla. Dormimos como reyes en unos amplios bungalows que hay en Laayoune playa.

Al día siguiente preparamos un copioso desayuno en la cocina del bungalow y continuamos hasta Boujdour.

Después de una parada para contemplar el paisaje, nos dirigimos hacia el primer imprevisto del viaje. Las gasolineras entre Boujdour y Dakhla estaban desabastecidas. Seguramente, como consecuencia del gran incendio que, por culpa de lluvias torrenciales, había sufrido unos meses antes la refinería de El Jadida, la más importante de Marruecos. Un señor tuvo la amabilidad de vendernos 20 litros al doble de precio. Estuvo comedido, si me hubiera pedido cinco veces más, se lo habría dado. En el Sahara Occidental el combustible es muy barato. Recordé la sana costumbre que tenía antes de llevar siempre un bidón de gasoil para casos de emergencia como éste. Había dejado de llevarlo, porque nunca me hacía falta. Una vez más, se cumplió la ley de Murphy.

Llegamos a Dakhla de día, y fuimos directamente al taller de nuestro simpático amigo Rubio, que dejó todo lo que estaba haciendo para colocar una plancha de acero debajo del motor del Peugeot 505. Tomamos un te en la terraza del restaurante Samarkanda, y cenamos pescado en Casa Luis. Ya de noche hicimos unos cuantos kilómetros hasta las inmediaciones del Golfo de Cintra. Encontramos una hermosa duna, y a su abrigo montamos nuestras tiendas

A la mañana siguiente me subí a lo alto de la duna y tomé esta foto.

Estaba amaneciendo. Como diría Homero, "nos cubrió la aurora de rosáceos dedos".

Otra foto después de recoger las tiendas y antes de reemprender la marcha.

Continuamos hacia el sur, esta vez parando a repostar en todas las gasolineras que encontrábamos, para evitar quedarnos bloqueados como el día anterior. En Guerguarat cumplimentamos los trámites de salida de Marruecos, dijimos adios al asfalto y circulamos muy despacito por la antigua carretera española, en pésimo estado pero libre de minas. A la entrada de Mauritania, en pleno desierto, en mitad de la nada, vinieron a recibirnos como siempre guías, cambistas y promotores de campings. Gente de hierro. En el punto kilométrico 46 o "pecacagansis", como dicen algunos, encontramos al hijo de mi buén amigo Soufi, el Guía con mayúsculas. Nos acompañó hasta Nouadhibou, mostrándonos las obras de la nueva carretera en construcción que dentro de algunos años llegará hasta Nouakchott.

Por el camino vimos los camiones de una ONG llamada Médicos Solidarios. Llevaban medicamentos, equipamiento hospitalario, material escolar, ropa, alimentos y material sanitario a diferentes centros hospitalarios y escolares de Marruecos, Mauritania, Gambia, Senegal y Guinea-Bissau.

En Nouadhibou encontramos alojamiento en el camping Inal, tan vacío y acogedor como siempre, y después de una merecida ducha, fuimos andando hasta el restaurante del Hogar Canario, donde degustamos un opíparo manjar a base de pescados. Es curioso cómo en un solo día de viaje se viven más experiencias y se acumulan más recuerdos que en una semana en el lugar de residencia habitual.

Dediqué la mañana del día siguiente a limpiar los vehículos y a revisar su mecánica en el taller de Roger. La mejor forma de solucionar una avería es evitar que se produzca. Un pequeño contratiempo en mitad del desierto te puede costar el vehículo entero y arruinar el viaje. Los problemas técnicos que más me gustan son los que se solucionan solos, pero no siempre se tiene tanta suerte. Me gusta viajar en buenas condiciones, sin agobios ni prisas, disfrutando de cada momento.

Por la tarde fuimos los 6 en el Toyota a ver las focas de Cabo Blanco. Jordi me hizo esta foto en lo alto de un acantilado, mientras me decía que me pusiera "más a la izquierda, más a la izquierda".


Luego les hice una foto a ellos.

De camino paramos a ver un cementerio de barcos.

Cuando estábamos haciendo fotos, vino un loco a quejarse de que le habíamos retratado, y Antonio tuvo que salir corriendo.

Luego fuimos a tomar un refresco al centro deportivo de pesca de Kobanu, en la bahía de l'Etoile.

Por la noche fuimos a visitar a la familia de Soufi. En su ausencia, el hijo mayor nos hizo los honores. Su madre nos obsequió con una deliciosa pasta que no tuvimos reparos en comer con la mano.

Al día siguiente por fin llegó el momento que estábamos esperando. Después de llenar los bidones de agua en el patio del albergue y los depósitos de combustible en una gasolinera, tomamos la pista hasta el kilómetro 46, donde se supone que el guía que nos había recomendado Soufi nos estaba esperando. Cuando llegamos, otro guía nos dijo que debíamos ir a buscarle al puesto fronterizo mauritano, distante unos 5 kilómetros. Había ido a por más clientes. Por fin lo encontramos montado en el todo terreno de un francés, que viajaba con su hijo. El guía nos pidió nada menos que 400 euros por llevarnos hasta Nouakchott, quizá pretendía batir algún extraño record de "haber quién cobra más". Además, quería llegar a Nouakchott ese mismo día, ya que nos dijo que era una persona muy ocupada, debía dedicarse a sus negocios y no podía perder mucho tiempo con nosotros. Le mandamos a freir espárragos, y nos fuimos solos. Los clientes que el guía había conseguido en la frontera y otro francés que iba solo en otro todo terreno, decidieron seguirnos en un acto de inexplicable fe ciega.

Por el camino se nos unió otro vehículo con una pareja de alemanes. Una situación parecida a la del cuadro del genial Peter Bruegel, donde un ciego guía a otros ciegos.

Paramos a comer bajo el único árbol medianamente frondoso que encontramos. Nuestros nuevos compañeros de viaje nos comentaron su sorpresa por lo bien que iba nuestro Peugeot por el desierto. La clave está en cuidar la mecánica, llevarlo casi descargado, deshinchar bastante las ruedas y circular con mucha precaución por las zonas pedregosas.

Antes de anochecer y en las inmediaciones de Ten-Alloul, buscamos un lugar para montar nuestro campamento. El viento soplaba con fuerza, y nos costó bastante plantar las tiendas. Cuando ya lo habíamos conseguido y nos disponíamos a cenar, vino un guarda del parque. Nos dijo que no podíamos acampar allí, y nos aconsejó que pasáramos la noche en las jaimas de alquiler que había en el pueblo. Nos explicó que la muchedumbre se estaba organizando para venir contra nosotros por haber invadido su territorio, y temía por nuestra seguridad. Terminamos de cenar, recogimos las tiendas a regañadientes y fuimos al pueblo. Como era de suponer, las pocas personas que había en el pueblo estaban dedicadas a sus labores, y nadie se había organizado para atacarnos, era todo mentira. El guarda apareció sin uniforme y nos informó amablemente de los precios de las jaimas. Habíamos dejado de ser una amenaza, ahora éramos clientes.

A la mañana siguiente decidimos contratar los servicios de un guía local que nos llevase hasta el pueblo de Mamghar, nombre que aparece en un cartel a la entrada del pueblo, o Nouamghar, nombre que aparece en el mapa Michelin 953, que es el que todavía sigo usando yo. Acertamos plenamente con ese guía, ya que cuando estábamos atravesando la zona de las tres grandes dunas, se levantó un viento muy fuerte que no dejaba ver nada. Además era un viejete muy simpático, y solo nos cobró 10 euros por vehículo. Si hubiéramos ido solos, habríamos tenido que pararnos y esperar a que el viento dejase de soplar.

Por fin llegamos a la Bahía de San Juan, donde hice esta foto, y continuamos por una pista paralela al mar hasta Nouamghar.

Comimos, nos dimos un baño en el mar, y cuando bajó la marea circulamos por la playa hasta el poblado pesquero de El Mhaïjrat. Unos peñascos infranqueables nos impedían el paso, y tuvimos que desviarnos hacia el interior por una excelente pista de reciente construcción hasta Tiouilît. Retomamos la playa y llegamos a Nouakchott sin percances. Nos alojamos en el albergue La Rose, que por tercera vez en los 5 años que lo conozco, había cambiado de emplazamiento. Ocupamos los 6 una gran habitación, y nos dedicamos durante dos días a descansar, comer bien y pasear por la ciudad.

Continuamos el viaje por la carretera que sale de Nouakchott hacia el este. Por el camino vimos pastores de la etnia Maure.

Son nómadas, se dedican al pastoreo y viven en jaimas como ésta. Gente de acero.

Por el camino parábamos a descansar en los sitios que más nos gustaban.

En uno de esos lugares visitamos este cementerio, emplazado en la ladera de una duna.

Un simpático pastor vino a saludarnos y nos enseñó algunas palabras en maure.

Pasado el puerto de Djoûk, buscamos un sitio para montar nuestro campamento. Por la noche encendimos una gran hoguera.

En Ayoûn el Atroûs cumplimentamos los trámites de salida de Mauritania. Desde la primera vez que vine a este hermoso país hasta ahora, he ido notando un gran cambio en la actitud de los funcionarios mauritanos hacia los viajeros. Ahora son mucho más amables. Yo también. Fuimos hasta un pueblo llamado Agjert, a unos 40 kilómetros de Ayoûn, y nos desviamos por una bonita pista hacia Kobenni. Montamos nuestro campamento antes de anochecer cerca de un montículo.

Al día siguiente proseguimos nuestro viaje. La pista en algunos tramos era bastante arenosa, y las rodadas eran tan profundas que el Peugeot circulaba mejor campo a través. Debíamos estar muy atentos a la vegetación, que en ocasiones era muy frondosa.

Una pista para disfrutar conduciendo.

Por el camino nos encontramos con este pastor de camellos. Le regalamos un bidón de agua, y en agradecimiento nos dejó dar un paseo en su camello. Jordi, oriundo de las frías montañas de los Pirineos, esforzándose por mantener el equilibrio. Parece fácil, pero no lo es.

Vimos las obras del denominado "camino de Sahel", la carretera que el gobierno mauritano está construyendo con ayuda de la Unión Europea entre Ayoûn el Atroûs y Nioro, en Mali. Un paso importantísimo para el desarrollo de la zona. Desde que empezaron los actuales problemas en Costa de Marfil, Mali ha estado buscando desesperadamente vías alternativas de comunicación al mar. Llegamos a Nioro du Sahel, una de las ciudades más inhóspitas del mundo. Veinticinco mil personas sobreviven en condiciones extremas. Basta decir que hasta aquí han venido muchas ongs cargadas de ilusiones, y han terminado largándose. Nioro significa "ciudad de la luz", es lo único que tiene en común con París.

Viendo la pobreza actual de las personas que viven en esta zona, cuesta imaginar que en algún momento hubo grandes imperios, monumentales palacios y ejércitos disciplinados. Aquí vivió por ejemplo Hadj Omar, que nació hacia 1797 y murió el año1864. Fue emperador de la etnia Tucolor, y en 1852 plantó cara a los colonizadores franceses. Lo lógico es estudiar la historia de un sitio antes de visitarlo, pero yo suelo hacerlo después. No me gusta llegar a un país con ideas preconcebidas. Podría llevarme una desilusión, y correría el riesgo de perder el tiempo buscando lo que ya no existe.

Llama la atención que algunos de los descendientes de ese imperio, hombretones de dos metros de alto y ciento veinte kilos de peso, hoy modestos funcionarios en puestos fronterizos, se esfuerzan por buscar los argumentos más disparatados para cobrarte algo de dinero. Si llegas de noche, te cobran una "tasa suplementaria", aunque el puesto esté permanentemente abierto porque viven allí. Si llegas de día también te la cobran, aduciendo cualquier motivo. Uno debe contar de antemano con que le van a cobrar esa "tasa suplementaria", que tampoco es excesiva.

Por el camino íbamos parando en los poblados que más nos gustaban. En todos sitios éramos acogidos con los brazos abiertos.

Poblados en los que la gente emplea las mismas herramientas y utensilios que hace cientos de años.

Algunos niños pequeños se asustaban y lloraban al vernos. Otros se partían de risa con las bromas de nuestro compañero Benja, que además de llamarse así, era el benjamín del grupo.

Me gusta fotografiar mujeres africanas. Si además llevan a sus hijos en brazos, la composición, el dinamismo y el juego de miradas puede dar lugar a resultados muy hermosos.

Dos jóvenes moliendo grano con un mortero. Es una tarea monótona y dura. Les gusta arreglarse y presumir de su belleza.

Un postigo de madera, con su cerradura en forma de reptil. Muestra una sensibilidad artística que busca la belleza en objetos de uso cotidiano.

No es fácil ver un djembé tan antiguo. Éste lo encontramos en la plaza del pueblo, en el lugar donde se reunen los ancianos.

A veces el poste al que se atan caballos o vacas, está decorado con figuras o motivos geométricos.

El herrero es una de las personas más respetadas en el pueblo. Su habilidad para el manejo del hierro es percibida por algunos de sus vecinos como un don sobrenatural. Entre los Bambara, el herrero es el encargado de tallar las máscaras que se utilizan para bailes y rituales. La aplicación en la madera de técnicas que normalmente se utilizan con el hierro, da como resultado composiciones rectilíneas. Los conocimientos del herrero se transmiten de padres a hijos.

Me gusta fijarme en las manifestaciones artísticas de los africanos. Lamentablemente mis conocimientos de Bambara son muy limitados, me falta tiempo, y hay muchísimos aspectos de su cultura que desconozco. El avance del Islam en detrimento de las creencias animistas y la denostada globalización, están acabando con culturas ancestrales que se perderán para siempre.

Las mujeres de la etnia Peul son famosas por su belleza. Los Peul son pastores nómadas, están por todo el Sahel. Tienen permitido montar sus campamentos a las afueras de las poblaciones, pero se les prohibe establecerse. Por lo general se les facilita agua, pero no pueden administrar ni poseer pozos propios.

Un alto en el camino para estirar las piernas y hacer un poco de ejercicio. Jordi encontró fotografiándonos la excusa perfecta para no empujar.

Otra parada para descansar y contemplar este hermoso pueblo del norte de Mali.

Antes de llegar a Diema, buscamos un sitio tranquilo, y montamos nuestras tiendas. Por la noche encendimos un fuego y cenamos a la luz de la hoguera.

Al día siguiente nos paró en un cruce un gendarme y nos pidió que le llevásemos hasta Bamako. No me gusta la gente que lleva pistolas, pero este señor parecía simpático, y le dije que subiera en el Peugeot. No pasó mucho tiempo hasta que descubrimos que estábamos ante una auténtica máquina de pedir. Primero nos dijo que bajásemos el aire acondicionado. Accedimos, pero 35 grados debía ser frío para su organismo, así que tomó prestada una prenda de abrigo cuyo dueño sufriría lo indecible para recuperarla horas después.

Llegó la hora de comer, y paramos a la sombra de un enorme baobab. En cuanto montamos nuestra mesa con asientos incorporados, nuestro nuevo amigo se apropió de un sitio y empezó un interminable discurso en el que sobresalía por encima de todas las demás la palabra "laminga". Después de hablarnos durante un buen rato con alegría y descaro de "laminga" y cuando nos estábamos partiendo de risa por los suelos, atando cabos llegamos a la conclusión de que debía estar refiriéndose a alguna "amiga" con la que se enrollaba de vez en cuando. Alguien le había enseñado esa palabra en español, pero había olvidado su correcta pronunciación. Mientras tanto y cada vez que alguno de nosotros sacaba comida del maletero del coche y la ponía sobre la mesa, nuestro invitado alargaba la mano y, aprovechando la confusión provocada por nuestras carcajadas, se comía todo lo que podía. Entre lágrimas de risa, yo le vi devorar atún, maiz, pan, plátanos, garbanzos, galletas y queso. Contemplé con asombro cómo pasaba en décimas de segundo la salsa de tomate directamente del tetra brik recién abierto a su gaznate. Era Carpanta el Africano, un Pantagruel de ébano que ni Cervantes podría haber imaginado.

Cuando llegamos a Bamako y después de rechazar amablemente la invitación que nos hizo para que le llevásemos hasta la puerta de su casa, Antonio le dió una palmadita en la espalda y le dijo cariñosamente: "tío, vaya morro, ¡vaya morro!". A lo cual nuestro pasajero respondió: "oui, tomorrow, tomorrow". Pensaba que estábamos quedando para darle de comer al día siguiente, y aprovechó la despedida para preguntarnos por el abrigo que según él le habíamos dado. "¿Y qué pasa con mi abrigo?". Eso es lo último que le oimos decir, mientras salíamos a toda velocidad hacia nuestro hotel.

Después de darnos una ducha, fuimos a cenar pizza en la terraza del restaurante Relax.

Al cabo de unos días, Jordi y yo continuamos el viaje por Burkina Faso y Togo. Los demás tuvieron que regresar a España, sus vacaciones habían terminado.

Un pescador Moaga de Burkina Faso en plena faena. Estuve un rato esperando a que lanzase la red, y me salió una buena foto.

En Bobo Dioulasso me contaron el triste caso de una turista francesa que había fallecido por beber refresco directamente de una lata sucia. Por lo visto, en algunos almacenes de bebidas, las ratas se pasean tranquilamente. Sus excrementos y especialmente su orina es veneno mortal para el ser humano. No se debe beber directamente del envase. Si no hay más remedio porque no haya vasos, es conveniente limpiar antes la lengüeta de la lata o la boca de la botella.

La Coca-Cola es excelente para evitar la deshidratación. La venden en muchos sitios, y en la mayor parte de los países del África subsahariana cuesta la mitad que el agua mineral. No exagero al decir que cuando viajo por aquí, cada día me bebo al menos dos litros de Coca-Cola.

Un fabricante de ladrillos de piedra, también en Burkina Faso. Los tallan directamente de la roca.


Unos agricultores separaban el grano de la paja.

Puesta de sol en el país Moba, al norte de Togo. Aquí estuvimos unos días. Tomé algunas fotos. Si quiere verlas, por favor pinche AQUÍ.

Después de visitar Togo, emprendimos el camino de regreso hacia Bamako. Esta foto la tomé en la pista que va desde Bobo Dioulasso, en Burkina Faso, a Sikasso, en Mali. Todavía se conservan algunos puentes proyectados por Gustave Eiffel. Vimos las obras de la carretera que actualmente se está construyendo entre ambas ciudades.

En una explanada cercana al recién remodelado estadio de Sikasso, en Mali, Unicef había instalado tiendas de campaña para acoger refugiados de Costa de Marfil, país que actualmente atraviesa momentos difíciles.

Llegamos a Bamako. Empaqueté cuidadosamente toda la artesanía que había comprado durante el viaje, y la coloqué en la caja de mi pick up. Jordi se fue al país Dogón, y yo comencé mi viaje de regreso a España.

Me levantaba al amanecer y conducía durante todo el día, parando de vez en cuando a descansar, estirar las piernas, admirar el paisaje, hacer fotos y  comer algo. Sin horario rígido ni plan establecido. Al atardecer, plantaba mi tienda en cualquier sitio tranquilo, y me preparaba una cena caliente.

Entre Nouakchott y Nouamghar hay una pista nueva. A simple vista, su aspecto limpio y llano invita a conducir rápido, disfrutando de sus suaves curvas. Pero está llena de "tôle ondulée", una molesta sucesión de ondulaciones de tierra endurecida por el peso de los vehículos, especialmente camiones. Recibe ese nombre, techo ondulado en español, porque se parece a los típicos tejados ondulados. Este terreno puede provocar numerosas averías. Entre otras, reventones de ruedas, rotura de suspensiones y desmontaje de piezas. También dolor de espalda, castañeteo de dientes, y sobre todo, sensación de que ha llegado el fin del mundo. A más de un vehículo se le ha salido una rueda de su sitio, y su conductor ha podido verla adelantándole.

Lo mejor para evitar la tôle ondulée es buscar una pista alternativa, pero cuando la pista está rodeada de dunas eso no es posible. Lo que yo hago es buscar una velocidad que permita al vehículo tocar únicamente las crestas de los montículos, así vibra menos. Esa velocidad varía en función de las dimensiones de las ruedas y de la separación entre los montículos. Con un Toyota Hilux y ruedas Pirelli Dakar 7.5 R 16 la velocidad adecuada suele estar entre los 60 y los 80 km/h.

Emocionarse y circular demasiado rápido por una zona de "tôle ondulée" es muy peligroso. Cuanta más velocidad, menos adherencia. En ese sentido, es parecido a conducir con barro o hielo. Con el inconveniente añadido de que si el vehículo hace un trompo y se cruza, las ruedas pueden quedar trabadas por esos montículos y provocar un vuelco.

Huellas de ruedas en la playa entre Nouadhibou y Nouakchott con un esqueleto al fondo.

Aprovechando los últimos rayos de sol, le hice una foto al autobús que unos chicos italianos tuvieron que dejar abandonado el verano pasado.



Cada vez está más hundido en la arena.

Hice noche en Nouamghar. Al día siguiente pasé la zona de las tres grandes dunas con las ruedas muy deshinchadas. Llegué a una pista bastante pedregosa e intenté hinchar las ruedas con un compresor eléctrico, que dejó de funcionar en el peor momento. Es decir, cuando todavía no había hinchado nada. Por suerte llevaba otro hinchador manual, lento pero seguro. Me llevó una hora hinchar las cuatro ruedas.

Continué mi viaje, pero al cabo de dos horas tuve que parar. Se había levantado una fuerte tormenta de arena que me impedía ver nada. Busqué casi a tientas un sitio para resguardarme. Quise ganar tiempo repostando gasoil. Cuando voy solo suelo llevar 3 bidones de 20 litros, pero en este viaje había cometido el error de comprar un único bidón de 60 litros, y una manguera demasiado corta, gruesa y maleable. Me costó mucho llenar el depósito, y me empapé con el combustible. La arena que arrastraba el viento terminó convirtiéndome en una croqueta. Todo por no esperar a que amainase la tormenta. No contento con eso y ahondando en mi torpeza, se me ocurrió que tenía que llegar cuanto antes a Nouadhibou para darme una ducha, como si fuera la primera vez en mi vida que me ensuciaba. Ni corto ni perezoso tiré "palante" con la única ayuda de mi brújula, y me perdí. Al cabo de un rato encontré una pista que iba hacia el norte, y la seguí hasta llegar a unas montañas que no conocía. La pista desapareció y yo continué, primero siguiendo unas trazadas de camión, y luego campo a través hasta Bou Lanouar, donde enlacé con la ruta principal que va paralela a las vías del tren.

Mientras circulaba campo a través muy despacito para no estropear el coche por esos parajes perdidos de la mano del Señor, iba mentalmente componiendo estos versos que he titulado "Oda al gps".

Le pese a quien le pese
Yo me compro un gps

Hoy he encontrado la pista
No por ello soy un artista

Me da igual una marca u otra
No siempre tendré tanta potra

Aunque invento americano
Lo querré como a un hermano

Y cuando la tormenta espese
Yo tendré mi gps

Mi brújula se queda anticuada
No por ello le daré una patada

Pues de apuros me ha sacado
Y siempre el norte me ha indicado

Insisto en que me da igual la marca
No quiero que me lleve la parca

Ya no puedo esperar al paje
Lo quiero para el próximo viaje

Venderé hasta mi último traje
!Que alguien me envíe un mensaje!




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